Visita de pánico
Hay quien piensa que la parte más ominosa de una visita al doctor es la selección de revistas que ofrece la antesala. ¿Será accidental o planeado?, se preguntarán algunos, adivinando que la dieta de números atrasados de una publicación de chismes puede servir de anestesia o que ante el susto y desagrado que provocan los folletos médicos —verdaderos pioneros del género gore— el diagnóstico del especialista llegará como noticia suave y digerible. En lo personal apostaría a que ni el más sádico de los doctores podría planear una tortura tan despiadada como la que aguarda en el revistero de la antesala.
A favor de Schwarzenegger
A Arnold Schwarzenegger se le puede acusar de reaccionario, de bígamo y vigoréxico, de machista y narciso, de mal actor, entre otras cosas que saltan a la vista. Pero parece infinitamente pobre mofarse de él por lo que resulta tan evidente. Por otro lado, confesaría que no me acostumbro a desdeñar del todo a alguien que conoce su perfil y limitaciones a tal grado que ha escogido para consagrarse los roles de un androide incomprendido o el de un detective soviético cuya torpeza en los terrenos del matiz humano es fuente de hilaridad para sus colegas en Illinois (y para el público de cualquier latitud). Agregaría que el hecho de que haya logrado convertirse en gobernador de California solo habla de su perseverancia pues, en dado caso, pone en entredicho al sistema político norteamericano y, en última instancia, a la democracia misma, que ya permitió antes que un mal actor como Ronald Reagan alcanzara cumbres gubernamentales. Por más deleznable que sea la postura ideológica de Arnold, su trayectoria de fisicoculturista en Austria a productor multimillonario de Hollywood y figura pública con poder político en el país de adopción da la pauta de lo que se logra con tenacidad de autómata —acaso por ello sus detractores confunden al individuo con sus personajes.
Direccional, discrecional
Dentro de nuestra primitiva cultura vial el uso de las luces direccionales parece no haberse acabado de establecer. Por ejemplo, el conductor que no las usa ni en interés propio, para que le concedan el paso, menos recurrirá a ellas en consideración al peatón, quien podría adelantar decisiones relativas a cruzar una calle o esperar en la acera, según el rumbo anunciado por el automóvil en movimiento. Encima de eso, la práctica desdibujada y carente de arraigo se pierde aún más cuando los expertos en seguridad, a la alza en nuestra época de violencia, recomiendan que los conductores no indiquen con luces hacia dónde piensan virar pues se podría estar poniendo sobre aviso a un maleante que quisiera darles alcance para asaltar o secuestrarlos. Por añadidura (ya que el consejo se propaga rápidamente), la costumbre de omitir señales automovilísticas se convierte en sinónimo de estatus: si manejo como los opulentos acaso piensen que soy uno de ellos. Así, ser secuestrable se convierte oscuramente en anhelo social. Por lo demás, aquí lo obligatorio sigue siendo discrecional.
Frase del mes
“El trabajo
permanente
e ininterrumpido
adormece,
trivializa
y despersonaliza.”
E.M. Cioran
Nota encontrada en un arcón
Por supuesto, Cioran se refiere a aquellas labores maquinales donde el alma rara vez interviene. Por su lado, algunos iniciados redescubren la idea de que el trabajo salva y por lo mismo llegarían al punto —más allá de no cobrar— de pagar por ejercerlo. Curiosamente, por vía del instinto empresarial los patrones suelen adivinar tal condición en algunos de sus empleados y la aprovechan para otorgar sueldos mezquinos. Pero también se dice que en el fondo envidian tal bendición del que trabaja por gusto y su revancha consiste en hacerlos miserables mientras se pueda.
Más de lo mismo
Junto a las telenovelas de hoy, resulta que el insigne Don Félix B. Caignet (autor de El derecho de nacer) parece equiparable a otro Don Félix, Lope de Vega y Carpio, es decir: todo un clásico. En efecto, lo que el monocultivo le hace a la tierra, condenándola a un empobrecimiento gradual, es muy parecido a lo que las telenovelas, con su sistema de refritos y refritos de refritos le producen a la materia gris del espectador, y de paso también al género melodramático, que en algún momento podría haber sido respetable como producto de consumo masivo de alguna calidad. Tal vez no exista época en que no haya sido despreciado por las élites de la dramaturgia, pero lo cierto es que el melodrama puede verse como algo vivo y turgente, sobre todo cuando se da un repaso a lo que el talento e inteligencia pueden alcanzar con sus formas básicas, como en las series televisivas inglesas, Cranford o Downton Abbey, por dar un par de ejemplos. Pero también desde ángulos parafrásticos plenos de ironía y crítica se puede sentir el latido vital del género, como en el caso de la discografía del cantante británico Morrisey, quien juega constantemente con una lamentación miserabilista, o las películas de Almodóvar, que tensan las cuerdas sentimentales propias de la tradición tan trillada y las torna eficaces y trascendentes, o del joven escritor mexicano Julián Herbert, cuyo coqueteo con el cinismo y la mordacidad le dan una vuelta de tuerca más a los viejos ingredientes que para Libertad Lamarque eran pan de cada día. En un país sin alternancia política se entendía la perpetuación de la estulticia como manera de apuntalar al régimen. Hoy día solo se entiende como vocación por la mediocridad, ya que ni siquiera es un problema de dinero: con frecuencia las televisoras echan la casa por la ventana para representar el mundo de los magnates o historias de época. Además, está probada la regla general de que hacer la cosas bien cuesta menos, pues se trabaja bajo el dominio de la congruencia, que es tan expansiva y contagiosa como lo pueden ser la chapucería y el desdén por la sensibilidad del espectador. ¿Cuál es el pretexto? Se dice que la culpa es de los patrocinadores, que no se involucrarían en proyectos de mayor hondura o calidad. ¿No tendría que aparecer un verdadero árbitro en esta trama? Como sea, lo patente es la degeneración: “más de lo mismo” no es ni siquiera lo mismo sino algo mucho peor que lo de antes.
Bonito pero no asumido
Al atestiguar en la telenovela actual Qué bonito amor una escena de confrontación beligerante entre dos galanes forzudos vestidos de charro que no se quitan la vista de encima y con el pecho henchido se quedan uno frente al otro, casi rozándose las narices, no me queda más que remitirme a otro tema inevitable: ¿qué tan gay son los muy machos?
La respuesta ya la conocemos, aunque no dejan de sorprender los ejemplos. Alguna vez, recordando los desplantes de enamorados, los berrinches y los celos que encendían a los personajes de Pedro Infante y Luis Aguilar en la película de Ismael Rodríguez titulada atm (A toda máquina), pensé que sería divertido reescribir el guión en clave gay, haciendo de los motociclistas Infante y Aguilar un par de closet queens, y venderle la idea al mismo Almodóvar. Pero al revisar el material en cuestión me percaté con asombro de que no había necesidad de acentuar ni sugerir nada, todo estaba ya allí: nuestros ídolos viriles eran en esa cinta un par de maricas de alto vuelo, solo ellos no lo sabían. El que dude de mi palabra, que se remonte, preferiblemente, a la secuela de ATM, titulada significativamente en forma de reclamo: ¿Qué te ha dado esa mujer?
Una cuestión de eficacia
Palabras obscenas, vocablos ofensivos, habla majadera, altisonante, groserías, vulgaridades. En sí los términos enlistados suenan a cosa anticuada y exhiben la veleidad de los criterios del decoro, la subjetividad de toda evaluación, su peligrosa relatividad. El problema del lenguaje soez no es el de las sensibilidades ultrajadas —estas pronto se curan de espanto y se relajan— sino el de la inminente indiferencia. Si bien las groserías poseen un valor de impacto y hasta un potencial catártico, su uso indiscriminado acaba produciendo el efecto contrario de lo que originalmente se buscaba. Esto lo entendieron los cineastas norteamericanos tras décadas de usar el recurso con furor: se percataron de que una historia que comienza con mentadas de madre difícilmente puede ascender a un clímax dramático, sobre todo si en este también se contempla un intercambio de insultos. El instintivo Jaime Sabines supo siempre que una buena majadería puede resultar insustituible si se le coloca con tino. La cuestión no es de moralidad o restricción sino de eficacia: que el recurso no conduzca a la monotonía. Sacudir o conmover exige la precisión del relojero, como en “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines”:
¡A la chingada las lágrimas!, dije,
y me puse a llorar
como se ponen a parir.
Coincidencias
Este mes sale a la venta la nueva novela del implacable J.M. Coetzee, autor capaz de una sobrecogedora belleza de textura humanista. Coincidirá en las librerías con otro libro del mismo título, La infancia de Jesús, escrito por Joseph Ratzinger, hasta hace poco conocido por su oficio de papa en Roma. A su debido tiempo reseñaré mis lecturas paralelas de estos textos que prometen ser algo más que disímbolos.
Ley del terror
Si uno se sale un poco de la inercia que las costumbres civilizadas dictan en complicidad con las oleadas de la moda, se percata pronto de cuán implantados son nuestros mal llamados gustos personales. En algunos terrenos se hace más evidente. Pregúntese usted, por ejemplo: ¿De verdad disfruto más la obra de Warhol que los bodegones de mi tía, la pintora aficionada que vive en Puebla? ¿Es cierto que prefiero pasarme el domingo escuchando música concreta que una sinfonía de Brahms? Por mi lado, he concluido que la insinceridad de las respuestas reinará porque la Ley del Terror Cultural causa más pánico que la hacendaria y los ciudadanos estarán dispuestos a decir menos mentiras sobre sus honorarios que respecto a sus inclinaciones estéticas. ~
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Escritor, artista plástico y cineasta, CLAUDIO ISAAC (1957) es autor de Alma húmeda; Otro enero; Luis Buñuel: A mediodía; Cenizas de mi padre, y Regreso al sueño. Su novela más reciente se titula El tercer deseo (Juan Pablos Editor, 2012).
Conociendo te releo, ¿porqué ves tanto la tv?… ¿acaso no tienes un amor verdadero en este planeta que te haga olvidar tu compromiso por llenar el tiempo, y llegar por fin?
En mis sueños eres.