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Marca de tinta sobre papel
Blog | Optográfica | Helena Okón | 08.02.2013 | 0 Comentarios

HelenaOkon

En esta época, donde el hartazgo en torno a la discusión sobre si desaparecerán los libros físicos o no ha superado, por mucho, a la discusión misma, parecería necedad retomar cualquier elemento de ella. Sin embargo, quisiear apuntar un detalle ínfimo, pero crucial, que toca muchas veces a la discusión: la interacción física que resulta exclusiva de nuestra relación con los libros impresos. Mi pregunta va encaminada hacia mi propia curiosidad. Tengo la certeza de que la humanidad se adapta a todo, y por eso estoy segura de que el mundo digital, algún día, encontrará una equivalencia para aquello que yo llamo “destazar” al libro, o practicarle una autopsia. Espero vivir lo suficiente como para vivirlo.

Para mí, leer un libro es hacerlo pedacitos. Romperlo en partes y volverlo a leer con las secciones reacomodadas. Al momento de recibirlo, inmediatamente todo libro se convierte en un objeto tridimensional sujeto a ser destazado por mi lápiz, pluma, o marcador. Ésta, que podría considerarse es una pésima costumbre, tiene sus orígenes, como todo, en mi infancia. Desde niña he tenido el impulso de convertir a los libros en mis libros. Y me ha costado aceptarlo como eso: un gesto de apropiación.

Me adscribo voluntariamente, desde hace años, a la filosofía que se esconde tras el exlibris, sin que esto signifique que busque adueñarme de los libros para siempre. No es que los quiera retener, sólo quiero dejar huella en ellos. O más bien, no sé si es que lo quiera, sino que más bien creo no tener opción. Lo que busco es que se sepa que ese libro fue leído (no necesariamente que fui yo, sino simplemente alguien) que al hojearlo se revele algo sobre aquel que lo leyó y de qué manera lo vivió. Me parece que se trata de una buena costumbre, eso de dejar pequeñas huellas.

Creo que las notas y glosas que agregamos al libro cuando nos permitimos la libertad de rayarlo constituyen un nivel adicional de lectura del libro.

Pocas cosas más reveladoras que el volver a un libro, y encontrar resabios de la época en que fue leído. Por ejemplo, en mi copia de “Gracias por el fuego” de Benedetti, el cual leí hace 12 años, uno puede encontrar,
• Mi firma, con el año en que lo compré,
• Dos frases de canciones de Silvio Rodríguez (estaba yo en mi época hippi, pido disculpas),
• El titulo, autor y clasificación ISBN de un libro sobre migración inglesa durante la segunda guerra mundial, cuya razón de ser nota en ese libro ignoro absolutamente.
• Entre sus páginas hay una foto rota (también ignoro porqué) donde aparezco en Ciudad Universitaria, durante los primeros días de mi entrada a la facultad. Me sorprende aún ese testimonio de que alguna vez tuve el cabello hasta la cintura.
• En la solapas hay una frase sobre la inmediatez del placer carnal,
• En el cuerpo del texto un subrayado bajo la frase “porque hay una desesperada necesidad, casi diría una obligación, de marcar al otro, a la otra, aunque sea con los dientes”,
• En un papel suelto, está escrita una frase de Nicolás Boileu, que reza “quien no se conforma con nada, posee todas las cosas”.
• Quien sepa leer las insignificancias más ínfimas, sabrá que el libro fue comprado en la librería El Parnaso, en Coyoacán, ahora tristemente desaparecida, pues en su interior está la característica etiqueta de laberinto cuadrado que usaban como estrategia antirrobos en ese establecimiento.

A través de estas huellas mínimas, este bloque de hojas, que es un libro, se vuelve mucho más que sólo la obra de Benedetti, se convierte en un pedazo de mi historia personal, no sólo como lectora, también se vuelve el retrato de una época de mi vida, de una yo, que ya no es. Con cada lectura, todo lector participa de la construcción de una genealogía del libro.

Los libros son entidades frágiles. Eso nadie lo discute. Pero los libros están hechos para ser trabajados. A mí no me interesan las bibliotecas intocadas, bellamente ordenadas, con volúmenes pulcros y bien empastados, a mí me interesa descubrir a quien leyó el libro, dentro del libro. Lo crucial, me parece, es que cada lectura sea una intervención que busque dejar huella de lectura sobre el libro. Insisto, mi curiosidad crece cada vez más al pensar en cómo se resolverá este impulso dentro del mundo del libro digital.

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