Lo platicamos así, una noche; que en realidad las gentes que se interesan se encuentran cada siglos, que se enamoran cada siglos y el enamorarse no es más que un reencuentro. La infatuación es el único momento materializado de la Reencarnación, en donde dos almas viejas vuelven a encontrarse.
Sugerí, para este infinito borgiano, otra parte al revoltijo emocional: hay un algo de dolor al enamorarse porque se ha ido acumulando por todos estos años. Cada separación casi milenaria ahuyenta los dotes de felicidad y hace que el alma entienda que, pase lo que pase, habrá de acabarse por al menos un par de siglos más.
Porque las almas viajan y vuelan con el azar de unas partículas gaseosas. Porque encontrarse a alguien que funcione para el momento vida de cada uno es tan extraño que tiene la sospecha de ser un milagro. Así, con mayúsculas: Milagro.
La idea de un Eterno Retorno amoroso me dota de cierta tranquilidad. Implica que siempre, aunque no lo sepamos, habrá encuentro, y que el mundo se arma y se configura de sospechas intuitivas que resolvemos aunque nunca entendamos; quizá sea que el subconsciente es en realidad un apartado para la memoria de las almas, y que el instinto biológico subsista por nuestras encarnaciones animales. Quizá sea que la consciencia no es más que acumular lo que vemos en esta vida para la Eternidad.
No hay otra lógica para explicar eso de enamorarse. Las respuesta química entre dos cuerpos es la respuesta de fantasmas guardados desde tiempos inmemorables; el cuerpo físico se trasciende al espacio de lo incontrolable. Lo no-inevitable es más bien respuesta a que esas conexiones milenarias, forjadas en algún origen que desconozco, seguramente son las que han mantenido a flote a toda nuestra especie. Lo quiero pensar así.
Porque si no entonaría yo el himno nihilista del ateo contemporáneo, un tipo que fui en muchos momentos, que soy en muchos otros, pero que aquí me faltaría de sentido: el que asume enamorarse como un acto efímero de intrascendencias cósmicas; que sabe que, como nacimos, moriremos solos; que encuentra en la pareja única una contradicción biológica digna de todos nuestros desajustes emocionales; que asume que el poder de la química sanguínea y los genes es más que el de un Espíritu que aloja y desaloja; que sepa que un día encontraremos respuesta a muchos de los componentes de la infatuación, y que los otros no responden a más que a tristes contextos históricos y sociales.
Espero nunca ser el que iza esa bandera, tan pobre de tranquilidad y de futuro, tan pobre de espíritu. Espero no perder el deseo de que la única parte Mística que hay en nuestra vida sea la de verle los ojos a alguien, alguna noche, sin poder explicarlo.
Y sé bien por qué deseo eso: porque sospecho que es probable que el enamorarse es un acto medianamente efímero de intrascendencia cósmica. Que la idea de una pareja única nos ha llenado de ideales imposibles de cumplir hasta en un nivel biológico. Porque mi alma no ha desalojado ningún otro cuerpo ni se ha alojado en el mío; la consciencia seguramente no es más que una serie de impulsos eléctricos y cerebrales que se van a desconectar cuando se desconecte el resto del cuerpo.
Porque entiendo que todos vamos a morir solos y acaso solamente podemos acompañarnos por momentos, mientras esperamos las noches frías a que llegue un desenlace.
Porque podría entender que no queda más que hacerse solo, forjarse solo, compartir por momentos y vivir al día a día. Leonard Cohen lo dibuja de otra forma, esta relación paradójica entre lo sublimo y lo mundano: “yo pago la renta todos los días en la Torre de la Canción”.
Pero no quisiera creerlo. No puedo, por el momento, creer en eso. Alguien sabrá por qué.
Excelente reflexion sobre el amor, original! Felicidades!