Leo, en palabras de Christopher Hitchens, que Hugo Chávez no creía en la existencia de Osama bin Laden (un vil producto de la capacidad televisiva “del Imperio”) ni en la llegada del hombre a la luna. El escritor inglés no parafrasea; cita frases enteras que él escuchó de boca del líder Bolivariano personalmente.
Durante el sexenio de Vicente Fox, tuvimos la oportunidad de reír al menos una vez en cada uno de sus casi dos mil días de gobierno. Más que ocurrencias, eran desplantes de ignorancia inverosímiles y desatenciones abiertas y groseras ante una jefatura de Estado las que nos hacían reír del primer presidente panista; recordemos, nada más por el ánimo de la ilustración, aquella vez que dijo que los mexicanos en Estados Unidos hacían trabajo que “ni los negros” querían hacer… desde un foro en los Estados Unidos.
Suceden en cada momento, en cada esquina, los fenómenos de la falta de juicio y la arrogancia de la inconsciencia: hace unos días quería cobrarme un tipo más de siete mil pesos por un golpe de menos de quinientos, y alguna persona con la que he intentado siempre ser un hombre cabal me acusa de malos tratos por el simple hecho de dejar las cosas por la paz. A la vuelta, un grupo de supuestos “profesionales de la cultura” me preguntaron cómo es que se valuaba el precio del arte y tengo una prima lejana que todo el tiempo reza a la Virgen de Guadalupe por la vía mística de las redes sociales.
Pero yo soy el idiota, el absurdo y el incompetente para muchos otros. Esto lo sé, aunque siempre he querido saber los porqués: reconozco haber cometido graves atropellos en contra de algunas personas (a Benjamín le debo una disculpa que, supongo, no le he dado por cobarde; con Andrea lo hice mal en su momento, etcétera), pero son en los pequeños detalles, en donde la sombra de la duda-ofensa pesa más que el objeto iluminado, los que pueden intrigarme.
Más allá de lo incuestionable, ¿seré yo o será el lector un tipo más racional, más objetivo y consciente, que algún otro? ¿Seré yo más inteligente y más decente? Vendrán los detractores de la linealidad, esos que han buscado por años negar las posibilidades del progreso racional y que fustigan con apuntes brillantemente racionales la moralidad de todo lo que yo he dicho.
Para ellos, no lo soy. Para ellos soy el amigo y el enemigo, todo lo amoral y lo moral, lo ético y lo perdido, el infierno propio y el de los otros. Y tienen razón.
Pero también está ahí un Hugo Chávez, gobernando a un puñado de millones mientras cree mentiras absurdas. También están ahí Vicente Fox y los abusivos de los siete mil pesos, que, quizá, nunca ha sentido remordimiento de nada.
A Benjamín le debo una disculpa, que hago pública, como a Andrea quedé a deber por años y creo que lo hemos arreglado. Pero espero nunca caber en el saco de aquellos atropellos biológicos y morales que, de manera increíble, lo tienen mucho en las manos.