Ernesto Herrera,
Movimiento fluido,
Libros Magenta, México, 2011.
La crítica es un género literario cimentado en el análisis y la creación; un ejercicio intelectual cuyo propósito es fomentar un diálogo entre el autor y los lectores. En el ámbito literario mexicano, la crítica muchas veces se hace por compromiso, por alabanzas, por relaciones editoriales o comerciales; o con responsabilidad periodística y cultural, con el único fin de señalar deficiencias o cualidades de una obra, sin otro interés que el servicio al lector; se asume un compromiso moral y social, es decir, ejercer una crítica no visceral sino equilibrada. Un ejemplo del último segmento es Movimiento fluido, de Ernesto Herrera.
Herrera (Ciudad de México, 1959) tiene una larga ruta en el periodismo cultural. Fue jefe de redacción de El Semanario, de Novedades, y ha colaborado en revistas y suplementos culturales desde hace más de treinta años. Movimiento fluido, su primer libro (tardío), es la recopilación de ensayos, reseñas y entrevistas enfocadas a la crítica literaria.
Esta obra es la suma de la experiencia de la lectura profesional —obviamente responde a sus necesidades e intereses literarios— y el gusto por las artes, como la música, de ahí el título: lo tomó del álbum homónimo Flow Motion de la banda de rock progresivo alemán The Can (acrónimo de comunismo, anarquismo y nihilismo). El propio Herrera afirma que con el nombre del volumen “quería reflejar en términos musicales los ritmos y tonos de la literatura y que quedara como un ars poética de lo que es mi trabajo en la dinámica del periodista”.
El libro tiene varias cualidades, una de ellas es la vinculación con otros libros sobre el mismo tema: una cadena que lleva a otros puertos de lectura. Un ejemplo: reseña el volumen que agrupó la correspondencia de Gilberto Owen y remite al género epistolar en Franz Kafka, Antonin Artaud, Fernando Pessoa —de quien toma el título para su reseña “Todas las cartas de amor son ridículas”—, no como una presunción intelectual sino como un soporte a sus argumentos, para ubicar al lector en un contexto literario o histórico y confirmar que un libro no es una isla sino parte de un universo escritural vasto y diverso.
©B.J. Carrick, Flower balloons,
lápiz y tinta sobre papel crema,
21.6 x 28 in, 2011.
Los textos de Herrera están impregnados de una amplia cultura libresca y una excepcional capacidad de análisis no solo literaria, pues hurga en las motivaciones interiores, emocionales, sociales o amorosas, de los autores.
Demuestra que sin la lectura atenta y completa es imposible, o deshonesto, opinar de un autor. El pequeño ensayo dedicado a Rafael Bernal, del cual asegura que su fama quedó fijada por El complot mongol (1969) y fueron sublimados o desconocidos sus otros libros (Tierra de gracia y En diferentes mundos, por ejemplo), los rescata y los describe para revalorizarlos y exponer que no es un autor de un solo libro, hace con ellos un corte transversal para darnos a conocer la sustancia de la cual están hechos.
La contundencia de las afirmaciones en sus textos la soporta en una lectura concienzuda que arriba a una tesis, fruto del razonamiento y de un juicio mesurado, pero nunca es complaciente o plañidero. Una cita para reforzar lo anterior es cuando aborda la literatura de Jorge López Páez:
Su obra novelística y cuentística, como la vasta poesía de Pellicer, solo en apariencia es la misma. Este aspecto es lo que ha hecho que los pretensiosos que suponen han evolucionado no solo la literatura nacional sino universal, desdeñen su obra. Teniendo el diálogo como base esencial de sus historias, López Páez es poseedor de un oído privilegiado […]. Al igual que Ibargüengoitia, más que denunciar a un grupo social específico, nos lo presenta tal cual es. Sin necesidad de forzar el lenguaje o las situaciones, deja que sean los mismos personajes quienes nos muestren sus defectos.
El autor se delata como un lector voraz. En el ensayo que le dedica a Jaime García Terrés (“La vigilante lucidez”), sostiene el marcado clasicismo del poeta, es decir:
el predominio de una actitud intelectual sobre la emocional, aunado a una siempre evidente aura libresca, es tal vez la causa de que no tenga los lectores de la trilogía mencionada al principio —se refiere a Rubén Bonifaz Nuño, Jaime Sabines y Eduardo Lizalde. Sin embargo, esa racionalidad nunca lo lleva al abstraccionismo. Para él la luz de la inteligencia vigilaba que su labor poética no fuera víctima del exceso, si bien suscribía la parte de misterio que la rodea. Un poema ilustrativo en este sentido, que nuestros contraculturales, embriagados por los beatniks, desconocen, es “Carne de Dios” —del libro Todo lo más por decir (1971), uno de sus mejores trabajos—, en el que transmite su experiencia con los hongos alucinógenos.
©B.J. Carrick, Crucified crow,
lápiz y tinta sobre papel crema,
21.6 x 28 in, 2011.
En “Ordenador y orientador”, el periodista cultural se enfoca en el papel del crítico a partir de la obra Los momentos críticos (FCE, 1996), de Alí Chumacero, del que rescata una cita del poeta: “El crítico conduce no solo a la lectura de los libros que están apareciendo sino que contribuye a que el caos de la imaginación, o peor aún, de las imaginaciones, se perfile en una continuidad que al fin y al cabo creará lo que llamamos tradición de la literatura”. Herrera remata su artículo: “Los críticos ordenan y orientan, y solo los soberbios creen que pueden imponer el rumbo de la literatura. Esa tarea les corresponde a los creadores”.
Por Movimiento fluido transitan Jorge Ibargüengoitia (“y sus obras teatrales para niños”); José de la Colina (“periodista-escritor respetuoso de los lectores”); Francisco Cervantes (“asume una posición romántica en su poesía”); Juan Villoro (“exploración narrativa de las pasiones que suscita el futbol”); José Vasconcelos y Antonio Caso (“se asumieron como los filósofos”); Gabriel Bernal Granados (“conciencia del lenguaje que se manifiesta en cada uno de sus escritos”); Jacob Burckhardt (“el padre de la historia cultural”); William Somerset Maugham (“un indiscutible maestro de la narración”), entre otros autores.
El volumen se divide en tres partes: autores nacionales, foráneos, y temas sociales como la historia de la familia, la sexualidad, la homosexualidad, los derechos humanos, el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York y las drogas.
Movimiento fluido es exuberante en hallazgos, en información; juega con las metáforas: en la escritura, en la referencia de libros o con las imágenes. Además, es manifiesta su vocación didáctica, pues a lo largo de sus textos explica conceptos y corrientes culturales, tiene una intención pedagógica, pero sin caer en el pontificado intelectual y absoluto de las cosas, sino en la exigente precisión de un crítico que no quiere dejar cabos sueltos o rutas inconclusas. ~
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JAIMEDUARDO GARCÍA estudió Periodismo y Comunicación Colectiva en la FES Acatlán-UNAM. Es fundador del suplemento La Tinta Suelta. Redactor y editor de la sección de libros de la revista Etcétera, coordinador editorial de la revista Litoral, editor de cultura en Contralínea y Fortuna, editor del suplemento Campus, del diario Milenio, y de la revista Zócalo. Colaboró en los suplementos Arena, de Excélsior; en Laberinto, de Milenio, y en La Jornada Semanal, entre otros. Coautor del libro Cultura visual, fotografía callejera. Actualmente es editor y reportero independiente.