Los de Mizraim Cárdenas son por lo común universos ajenos, sistemas apartados de la realidad física y social cotidiana. No son, estrictamente, mundos distantes, o tal vez sí, pues se hallan tan cerca o tan lejos como la fantasía, la psique y las lentes interiores del artista. Cárdenas no es un creador que busque, estrictamente, comunicar, es decir ejercer un lenguaje común al de otros individuos, crearlo si hiciera falta, para establecer un intercambio por esa vía. Este pintor y grabador lleva al lienzo, al papel, las elaboraciones minuciosas de su cosmovisión y las muestra. Constituyen un código, un sistema complejo de signos propios y, por tanto, excluyentes. Solamente los pacientes, solo los iniciados se internan en él. Aunque detalladamente seductor, el arte de Cárdenas no se acerca al espectador, se mantiene críptico y aguarda, sin abrir puertas ni ventanas, las visitas.
En tal sentido, el artista tiene algo de alquimista, algo de astrólogo. Mirar sus composiciones, en las que casi siempre convergen figuras y palabras, es asistir a una carta cósmica, rica en significados, plena en elementos de la naturaleza, del firmamento, de la mente relacionados entre sí, una red antiquísima de puentes y símbolos que envuelven celosa y ordenadamente, pero también virtuosamente, un sentido, la respuesta a todas las interrogantes de nosotros, criaturas mortales. O son también fórmulas dispuestas en una notación diversa y plural, previas pero también posteriores a la ciencia moderna (tan precisa, tan cerebral), son mapas de la alquimia listos para ser seguidos, para amalgamar al fin el oro de la lógica de las emociones.
En las obras que presentamos en estas páginas, incluso la realidad más dolorosa, la de las fronteras, la migración, el desarraigo y la muerte, por ejemplo, forma parte de esa visión general, de ese cosmos de sentidos ocultos, seres sobrenaturales —como benignos dioses— y redención final que es la plástica de Mizraim Cárdenas.