En el siglo XVIII, Denis Diderot y Jean d’Alembert, abrevando de las ideas de la Ilustración, crearon una obra de proporciones colosales para la época: L’Encyclopédie. Junto con la invención de la imprenta de Gutenberg, casi tres siglos atrás, se convirtió en uno de los pilares de un cambio radical en la difusión del conocimiento que, en ese entonces, estaba reservado para unos cuantos.
La técnica del grabado, en todas sus variantes, está estrechamente ligada a esta revolución del conocimiento: evolucionaron de la mano. Así como se debe formar una placa de tipos móviles para imprimir una cuartilla, el grabado necesita de una placa que no podría tener un mejor nombre: matriz. A partir de dicha placa surgen todos los grabados pero ninguno, por más que el grabador lo intente, es idéntico al otro. Esta es la riqueza de la técnica: cada imagen tiene características propias, se trata de un arte enfocado en los detalles que requiere de una labor minuciosa.
Ferrus ha abordado con diversos temas siempre vinculados con su afición libresca. La serie que ahora les presentamos es resultado del trabajo con grabados de un Larousse ilustrado de 1912. Fiel al lema latino ludere et discere, el artista retoma un bestiario de aquel libro imprescindible en las bibliotecas familiares y juega con él. Así, entre colores vivos y llamativos, desfilan avestruces, rinocerontes, un elefante olvidadizo, un Leo Messias —no el rey de la selva sino el de la cancha de futbol—, un pingüino emperador que manda cortar cabezas —como aquella reina de corazones que hace sufrir a Alicia— y un erizo que es todo un filósofo. El sentido del humor es un elemento que complementa estas obras.
Como se dijo al principio, se trata de imágenes en las que los detalles son de una enorme riqueza. Invitan a observarlas, detenidamente, una y otra vez.