En el marco de las intensas actividades y reflexiones que han tenido lugar este último tercio de 2013 con motivo de los trescientos años de vida de la Real Academia Española (RAE) y del VI Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) celebrado en Panamá (que, a su vez, se enmarca dentro de las conmemoraciones del Quinto Centenario del Descubrimiento del Océano Pacífico), el protagonista central ha sido el libro. Nada más natural.
En la presentación del VI CILE, que difundió la página del Instituto Cervantes, se anunciaba que los debates girarían en torno al lema “El español en el libro: del Atlántico al Mar del Sur”, y que sería inaugurado el 20 de octubre por el rey don Juan Carlos —quien, finalmente, por motivos de salud, envió en su representación al príncipe Felipe— con la participación de Mario Vargas Llosa, Sergio Ramírez y Jorge Eduardo Ritter. Nosotros confiamos en que todo saldrá conforme a lo planeado y aguardaremos las noticias que saldrán del que ha sido concebido como “un foro de reflexión acerca de la situación, los problemas y los retos de la lengua española, que hablan cerca de quinientos millones de personas en el mundo”. Es importante, sin duda, que se mantenga el interés en el estudio, promoción y unidad del idioma entre las instituciones y los ciudadanos de los países hispanoparlantes, tal y como ha sucedido en los congresos anteriores: Zacatecas, 1997; Valladolid, 2001; Rosario, 2004; Cartagena de Indias, 2007; y Valparaíso, 2010, que se desarrolló a través de medios electrónicos debido al terremoto que tuvo lugar en Chile.
Asimismo, han circulado durante el año múltiples noticias, artículos y videos que acompañan la celebración de los tres siglos de establecimiento de la Real Academia de la Lengua Española, ocurrido el 3 de agosto de 1713 en la casa del marqués de Vilena. Fiesta que, de acuerdo con el programa oficial, comenzó el 26 de septiembre con la inauguración de la exposición “La lengua y la palabra” en la Biblioteca Nacional de España. La igualmente tricentenaria institución, apenas dos años mayor que la RAE, se ha sumado así a la conmemoración, pues se exhiben en sus salas “trescientas veintidós piezas artísticas de diferentes épocas, entre pinturas, retratos, grabados, objetos, joyas bibliográficas y tesoros incunables”. Dividida en siete apartados relacionados entre sí, la muestra ofrece un viaje imaginario a una época y a una situación concreta de la historia de la lengua, de la propia Academia y de los avatares personales de algunos de los académicos más notables en las diversas estaciones de ese viaje. “Dentro de una estructura cronológica y conceptual, se destacan los momentos más significativos de cada periodo, y el visitante puede obtener o rememorar, en su caso, una visión general y precisa sobre los hitos más importantes sucedidos en la historia de la lengua y de algunos cambios lingüísticos, así como en los sucesos complejos de estos tres siglos y su reflejo en la institución académica”, explica el académico numerario José Manuel Sánchez Ron, comisario responsable de la muestra. La otra responsable es la también académica de número Carmen Iglesias. Muy activos conceden entrevistas los miembros de la corporación; el director, José Manuel Blecua, y el secretario, Darío Villanueva, informan aquí y allá sobre los trabajos con los que pretenden dar cima a este centenario y, de esa manera, Blecua ha anunciado que la nueva edición del Diccionario de la lengua española cerrará con lucimiento las actividades celebratorias.
La historia de la añeja institución es compleja y sin duda se debe resaltar la transformación de su misión y objetivos pero, sobre todo, su funcionamiento, que, como se sabe, no siempre ha sido igualmente convincente para todos. Entre los materiales que pueden consultarse al respecto en internet me parece recomendable el video que se puede encontrar en el canal de la RAE en YouTube con el título de La última palabra. Se trata de un ameno documental (dirigido en 1996 por Javier Martín Domínguez, de casi una hora de duración), que permite conocer algunas de las vicisitudes de la corporación y el espacio en el cual los eruditos académicos han disecado las palabras en tarjetas para luego pasear por el mundo en los diccionarios y verlas actuar con el papel que los hablantes les han dado. El curioso también encontrará en la variopinta red materiales críticos que con humor e ingenio se refieren a la madre de las academias.
La Academia Mexicana de la Lengua organizó tres sesiones conmemorativas en octubre en las que Miguel Léon-Portilla, Jaime Labastida, Diego Valadés, Felipe Garrido y otros académicos de número, abordaron diversos aspectos del español en nuestro país e hicieron referencia a la Academia Mexicana y sus aportaciones a la cultura y la ciencia.
Yo encuentro la oportunidad para recordar al promotor más destacado y tenaz del establecimiento de una academia de la lengua como la española en el México independiente, que logró en 1835, de tal suerte que fue nombrado su presidente. Me refiero a don José Justo Gómez de la Cortina (1799-1860), mejor conocido como Conde de la Cortina, reconocido entonces como miembro honorario de la RAE. Publicó en 1845 un interesante Diccionario de sinónimos castellanos, del cual extraemos el artículo sobre el “beso y ósculo”, para compartir con el amable lector de Este País el genio de un singular erudito del siglo XIX.
Beso, ósculo
Conde de la Cortina
El primero se da por amor, por cariño o por amistad. El segundo por veneración, por respeto o por ceremonia. Por eso decimos: “besos de amor” y “ósculos de paz”.
La voz beso pertenece al estilo familiar y puede hacer concebir ideas de liviandad o de doblez.
Ósculo pertenece al estilo elevado y siempre indica decencia y pureza de intención. Decimos: “el beso de Judas”, y no “el ósculo de Judas”. Una madre da besos a su hijo, no ósculos; y así es que cuando queremos ennoblecer la idea del beso y de la persona que lo da o recibe, lo llamamos ósculo, aunque sea efecto de amor sexual. Y ya que se nos ofrece tratar de dos voces de las más ideológicas que tiene la lengua castellana, hagamos, aunque muy de paso, acerca de ellas una observación verdaderamente curiosa.
Pues que la formación de las voces no es arbitraria en ninguna lengua, debemos examinar la estructura de cada voz, para conocer la razón en que se funda su significado. Observemos en el caso presente que la primera letra de la voz beso es una b, letra que se pronuncia uniendo los labios, oprimiéndolos muy suavemente, y desuniéndolos con cierta vibración real y efectiva, aunque poco perceptible (como se verifica más o menos en las otras dos labiales m y p); sigue después una e que no tiene más oficio que hacernos prolongar el sonido de la b y hacer más duradera la vibración de los labios, porque la b hace el papel principal en todas las voces de que nos valemos para referir la idea a ciertas acciones o cosas pertenecientes a los labios. Tiene esta letra las voces: labio, beber, bebida, besar, beso, saborear, sabor, sabroso, boca, bocanada, bostezar, bostezo, bozo, borbotón, bocina, bocerAa, silbar, silbo, sorber, baboso, baba, buche, balbuciente. Acciones todas en las que tienen los labios más o menos parte. Después de la e, sigue la pronunciación de la s, letra silbadora, de sonido igualmente vibrado y que hace veces de aspiración fuerte; y, por último, termina la voz con una o que nos obliga a entreabrir los labios y hacer un contraste repentino de sonidos, y he aquí representado al mecanismo del beso material (esto es, su ruido, la figura que toman los labios), con cuanta propiedad puede hacerse por medio de la palabra.
Como en el ósculo tienen menos parte los labios, porque solo consiste en acercar la boca, naturalmente entreabierta, a una persona o cosa, debían dominar en la voz propia para expresar esta acción letras que obligaran a referir la idea a la boca así entreabierta y, por esto, en la voz ósculo, dominan la o y la u, sonidos más o menos rotundos, y que alternan en la composición de aquella voz, formando dos partes, una, tomada del sustantivo latino os: la boca, y otra del supino cultum, de colere: reverenciar, adorar.
El doctor Gall tuvo mucha razón para decir que cada lengua, sea mímica, sea articulada, es un producto natural de los sentimientos y de las ideas interiores del hombre. Por poco que estudiemos la onomatología de nuestra lengua, quedaremos muy pronto convencidos plenamente de esta verdad, así como de la razón que hubo para dar a las letras la figura y el sonido que hoy tienen. ~
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MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas. Ha sido profesor de literatura en diversas instituciones y es profesor de español en el CEPE. Fue director de la Fundéu México y coordinador del servicio de consultas de Español Inmediato en la Academia Mexicana de la Lengua. Especialista en cultura escrita del siglo XIX, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y ha publicado libros como Tipos y caracteres: La prensa mexicana de 1822 a 1855 y La Biblioteca Nacional de México: Testimonios y documentos para su historia. Castro investiga y rescata la obra de Ángel de Campo, recientemente sacó a la luz el libro Pueblo y canto: La ciudad de Ángel de Campo, Micrós y Tick-Tack.