Escúchalo en voz de su autor
JorgeComensal
Corría el verano de 1997 cuando Mirada de mujer irrumpió en la vida de mi abuela. Ella, que no solía ver telenovelas, se volvió adicta al melodrama. Mi abuela solía repudiar la vulgaridad maniquea del entretenimiento mexicano. Sin embargo, Mirada de mujer le pareció irresistible porque contaba con buenos actores, un galán para viejitas (el actor Fernando Luján), y una historia con la que la clase media se sintió identificada: una óptica femenina contemporánea, una mirada de mujer.
Entonces yo tenía una mirada de niño sedentario. Recuerdo haber visto muchas veces esa telenovela con mi abuela. Los conflictos de los adultos no me parecían racionales (ser un niño racional es un efecto de ser un niño sedentario): la infidelidad, el deseo reprimido, la benevolencia de una mentira, me parecían una mezcla de misterio y absurdo.
Pasaron los años, crecí, murió mi abuela, y su casa de la calle Herschel en la colonia Anzures fue demolida. Ahora me dicen que ya hay parquímetros en esa zona de la Ciudad de México, y me pregunto qué habrá sido de don Chucho, el sujeto que administraba con huacales los lugares de estacionamiento de esa calle.
Ya nunca pensaba en la casa de mi abuela, hasta que visité hace poco una exposición dedicada a la fotógrafa inglesa Julia Margaret Cameron (1815-1879). Yo conocía algunas de sus imágenes (entre mis favoritas están un retrato de Charles Darwin y uno de Alice Liddell, la que inspiró Alicia en el país de las maravillas), pero nunca había visto sus fotografías en vivo. Todas me parecieron atractivas, conmovedoras y estimulantes. Hubo una que se quedó hirviendo en mi memoria. Aunque no era la foto más bella ni la más emblemática, tenía esa cualidad personal e incomunicable que Roland Barthes bautizó en Camera lucida: esa foto tenía punctum. Un viejo inescrutable me miraba a los ojos y la ficha museográfica rezaba: Sir John Herschel, abril, 1867.
Recibí un gancho epistemológico al hígado: durante más de cincuenta años, la vida de mi familia giró alrededor de una casa en la calle Herschel, y nadie, nunca, se había preguntado por qué se llamaba así, qué era “Herschel”, o quién. El viejo de la foto, además, se parecía a mi abuela: el rostro largo, las mejillas sueltas, las bolsas bajo los ojos; cuando acababa de levantarse, la cabellera blanca de mi abuela era exactamente como la de Sir John. Quedé convencido: en las arrugas de Herschel estaba escrita una porción de mi destino.
Comencé por averiguar sobre él. Fue un científico inglés muy prolífico y versátil. Sobresalió como astrónomo, químico y matemático. Bautizó siete lunas de Saturno, cuatro de Urano, describió el firmamento del hemisferio sur, inventó el método fotográfico de la cianotipia. Además, hizo muchas otras aportaciones químicas al arte fotográfico, y una particularmente sutil: le escribió a su amiga Julia Margaret Cameron sobre un invento reciente, la fotografía, y le envió las primeras fotos que ella vio en su vida.
Muchos años después, cuando Cameron tenía cuarenta y ocho años, una de sus hijas le regaló una cámara. La ociosa y adinerada Julia comenzó a retratar a sus amigos. Pasaron cuatro años de afición hasta que se reunió con su viejo amigo Herschel para retratarlo. Sin acatar los rígidos lugares comunes de la fotografía profesional (poses pretenciosas, utilería elegante, reverencia, distanciamiento), le pidió a Herschel que se pusiera una bata negra, se mojara el cabello y lo revolviera. Después, puso su cámara muy cerca de él y le indicó que la mirara de frente. Comenzó la fotografía. El tiempo de exposición fue muy largo. Decenas de segundos, acaso minutos. Ella quería una foto minuciosa, sin prisa. Ahora, miro la fotografía y me pregunto si el científico no estaría pensando “Me arden los ojos, quiero parpadear”, mientras su amiga dejaba que la química y la luz lo capturaran.
Esta foto, para mí, se trata de ella, de su mirada. En lugar de imponerse como artista, de reducir su modelo a objetivo fotográfico, Cameron lo libera, lo deja ser. Siento que John Herschel respira, se dilata hacia nosotros, nos cuestiona. Percibo algo femenino en esta composición de primer plano, una mirada de mujer, una atención generosa. No sé si atribuirlo a un instinto del cromosoma XX o a un sometimiento patriarcal de la mujer en Occidente. No sé si decir que la foto me recuerda la manera cálida en que me veía mi abuela, o si debería protestar contra la opresiva sociedad victoriana.
Los contemporáneos profesionales de Cameron se burlaban de que tomara fotografías fuera de foco, con pobre manejo de la técnica. Ella, sin embargo, trasciende esas nociones. Alguien podría quejarse de la sombra que oscurece medio rostro de Herschel, pero yo me regocijo: ¿acaso no puede leerse esa dualidad como un atributo del hombre que estudió el movimiento de los astros? ¿No tenemos todos un lado oscuro y otro luminoso? ¿No nos vamos haciendo viejos, no se nubla incluso la mirada de los genios?
Podría acumular muchos más elogios, pero no hace falta. Las fotos de Cameron nos hablan por sí mismas. No hay nada de anticuado en ellas (recomiendo Sadness, retrato de una actriz adolescente, como una muestra de su vigor contemporáneo).
El azar de una calle vinculó mi intimidad con esta foto, y la fascinación me vincula a las demás. Cómo quisiera poder escribir un texto más generoso, que no se tratara de mí, sino de ella: Julia Margaret Cameron. ~
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JORGE COMENSAL (Ciudad de México, 1987) estudió Lengua y Literaturas Hispánicas y fue profesor adjunto de Teoría Literaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Está escribiendo su primera novela con el apoyo de la Fundación para las Letras Mexicanas.
Qué interesante lo mucho que compartimos la forma de mirar una fotografía. Vi «Sadness» y fue mi máximo.
Saludos, camarada.