Los “Elegidos” de Calvino, hombres y mujeres elegidos para la Salvación a partir de su conducta intachable y la nulidad de sus pasiones irracionales, eran descritos por el líder religioso de una forma verdaderamente heróica si pensamos en términos Clásicos: se decía que ellos eran “Santos Visibles”.
Es decir, eran por un lado fuerzas sobrehumanas caminando con los dos pies sobre la Tierra, ejemplos vivos de lo sagrado y lo divino en el espacio del hombre común; pero también eran hombres, hombres píos y pulcros e impecables, cuya pureza implicaba cierta transparencia que da todo lo visible. Al no temer ser pecadores, al estar libres de todo error (como un Santo) podían ser “vistos”, a diferencia de otros seres sobrenaturales – eran ejemplo vivo del ser social como aparador de conductas morales previamente establecidas.
Es muy complicado que el mito calvinista se escape de nuestras manos en la actualidad. A final de cuentas, es uno de los pilares fundacionales (e inconscientes) de las grandes potencias culturales del mundo (¿qué no era Kant, más allá del Presidente Clinton, el que ponía campanas sobre sus genitales para no tocarles nunca?), y el mostrar constante de nuestras buenas conductas (o el “transgredir” a estas mismas) es uno de los componentes principales de nuestra vida social. Mucho de nuestro imaginario, en muchos sentidos, se compone de lo que podemos demostrar o no al público – qué tan ciertas son nuestras virtudes, qué tan evidentes nuestros defectos, etc.
De ahí que pasemos el tiempo señalando, enjuiciando, opinando y/o promoviendo al prójimo, asumiendo la nuestra personal como la vara moral más básica y decidiendo a los demás a partir de este engañoso, pero también humano y entendible, paradigma – si acaso, la Historia Secular no ha hecho más que afianzar esta lógica de la jerarquía moral interna como medida universal, ya que no hay institución que respalde un juicio o el otro.
Lo que es más, en las sociedades cristianizadas (es decir, lugares en donde las dinámicas verdaderas de, por ejemplo, el cristianismo calvinista no tiene cabida, o para decirlo de otra forma: la periferia) sucede que tampoco hay maneras claras de distinguir esta “Salvación”, haciendo que el “Santo Visible” sea un ideal racionalizado e incluso sublimado, pero nunca entendido en su totalidad; por ende, se ha terminado por generar una suerte de esquizofrenia social e interior que juzga sin fundamentos, sin objetivos y sin piedad, pero que juzga, creando telarañas éticas y personales que han gestado mucha de la confusa condición que es la de vivir hoy en día.
Abundan ejemplos de lo anterior: los programas de televisión ahora dedican sus horas a “calificar” las aptitudes de uno u otro participante a partir de ciertas cualidades, digamos, fuera de control (el talento para cantar, bailar, cocinar, etcétera), pero en realidad la audiencia sabe que se está juzgando, en parte, la calidad moral del participante; en última instancia, si esto no es así lo que sí se asume como moral es el triunfo en sí mismo – la persona, por cantar mejor que los demás, se convierte en un Santo Visible.
Esto es dañino y peligroso, pero, sobre todas las cosas, nos conduce a la más profunda de las ignorancias. Si existe un deseo por el elitismo cultural (y aquí no pensamos en “Cultura” como aquella esnobería decimonónica, sino como el proceso de educarse y, a su vez, adquirir capacidades analíticas) es porque éste puede llegara a evitar semejantes errores de juicio. Explico mi caso con el ejemplo de Laura Bozzo y la lluvia de críticas e insultos que han llovido en torno a ella durante los últimos días.
El programa de la peruana es impresentable en muchos niveles, como también resulta imperdible para cualquier morboso ácido capaz de contenerse*. Pero es, sin duda, uno que se cocina gracias a la exploración de los sentimientos más burdos, torpes y testarudos con los que se puede encontrar el ser humano.
No vayamos más lejos que la propia respuesta expresada por Bozzo a Carmen Aristegui, quien la acusó de alguna cosa que no tenía, en realidad, el menor interés público: gritó con furia a la pantalla de la televisión, en un acto tan evidentemente agresivo como patético en su falta de mesura, entendimiento e inteligencia. Fue como ver a un padre bruto golpear las paredes en un arranque de furia, un espectáculo triste e incómodo que espero no se vuelva a ver en las pantallas.
Pero, tan triste, fue la reacción de nuestros Santos. Los Santos Visibles que pululan al menos en los centros urbanos mexicanos y cuya moral se encuentra elevada y es permanente, nada más, por una idea de sí mismos. Los que exigen que a Bozzo se le saque del aire, como si ellos fueran distintos a la hora de alzar la voz para entablar críticas a nuestro sistema educativo. Los que ven en la televisión al fantasioso enemigo de sus propias limitaciones, ilusos cazadores de un país “más culto” a partir de griterías y curaciones varias en plena salud. Esa clase media que se siente políticamente activa, pero que nunca ha podido entenderse como ente social.
Denise Dresser alguna vez tildó a este grupo como el de los “ciudadanos vasija”, esos que evitan la responsabilidad propia a toda costa y resultan expertos en encontrar culpables externos: la culpa es del gobierno, de la corrupción, del otro que nos hace decir que “por eso estamos como estamos”, de los Estados Unidos o de Laura Bozzo.
Los que no toleran que Avelina Lesper sea una de las voces más importantes de la crítica artística actual, pero avientan el problema de “Avelina Lesper”… a Avelina Lesper.
Esos ciudadanos que, sea el ámbito que sea, no ven más allá de sus ombligos, no tratan de ver más allá de sus ombligos y a lo único que responden con seriedad y pasión es a aquello que, de alguna manera, los va a librar de toda acción futura.
A los que el PRI sabe manejar como un anillo al dedo, porque en realidad nunca se han movilizado en su vida: entienden el activismo político como un problema policial y su concientización real no ha llegado a ningún lado – a final de cuentas, ¿qué harían los enemigos del gobierno sin el gobierno? Enfrentarse a la espantosa realidad de su soledad.
Pero, eso sí, todos ellos tablas impecables del raciocinio moral. Eso sí, todos ellos Santos, Santos Visibles, críticos incorrompibles de lo corrupto, finísimos caballeros de noche que nunca han visto con deseo lascivo a una tetona de telenovela ni la sana locura insana de porquerías mediatizadas como Laura Bozzo.
El problema no es Laura Bozzo, ni Avelina Lesper, ni el sexenio de Peña, ni la Reforma Energética ni el “pinche gobierno”. El problema es que estos Santos Visibles, dueños de toda verdad, no pueden más que esperar recibir (y aquí se subraya: “recibir”, como si fuera una limosna) que los culpables, siempre, son otros.
Cuando esa hipocresía se pierda, cuando realmente empecemos a concebir la soberanía personal y el juicio verdaderamente crítico como los bastiones de nuestro actuar personal y social, entonces podemos empezar a desactivar a esos elementos, “dañinos” o no, que no sirven para nuestra satisfacción en el mundo.
Pero eso, sin duda, implica una responsabilidad personal hasta ahorita insospechada en México.
___________________________________________
*Recuerdo, por ejemplo, una escena bellísima en donde, a lado de una señora incómoda y sudada, descansaba una pequeña cajita que parecía contener las cenizas de un muerto. Era el esposo de la señora. Bozzo hablaba y hablaba con la cajita, que era la única cosa iluminada en el escenario. De pronto sonó esa canción del “no estaba muerto / andaba de parranda” y de la nada se apareció el esposo de ella, el supuesto hecho cenizas, para la sorpresa de todos.