El círculo
Sentados frente al mar,
escuchamos el ronroneo suave
de esas olas,
en una noche que recién empezaba,
algunos pájaros se entretenían en hilar leves sonidos.
Estuvimos hablando en ese corrillo de tres personas,
vagamos por diferentes temas,
desarrugando el mapa del país y sus ciudades dolidas,
de esos muertos diarios a los que las plañideras familiares
les dan cara, perfil y nombres.
Permanecimos en ese momento de oscuridad y arena,
cuando un corte en el ojo de la noche
abrió un iris de sangre,
nació desde el horizonte del mar,
se fue ampliando la presencia de la luna
rojiza, en lucha con una enredadera de sombras
que tapaban e impedían por momentos
la creación de un círculo intacto.
Fue un parto de luz.
La fuga
Llegó la hora de acostarse,
el día había pasado sin grandes revuelos,
desayuné dos huevos y leí el periódico,
viajé apretado en el vagón del metro,
tres veces por lo menos me pidieron limosna,
parece que hay ancianos que nacen y viven en los andenes,
hice varias tareas en el trabajo,
el cielo estaba muy gris y me dolían los ojos,
limpié dos comas y algún adjetivo de un texto,
la tarde fue aburrida y no llovió.
Caminé de regreso a casa,
acaricié a la gata que está embarazada,
conversamos con mi hijo sobre el teatro y la muerte,
una copa de vino acompañó la charla,
ya cansado acomodé la almohada
e inicié el trabajo descansado del dormir.
Desperté a mitad de la noche,
un poco angustiado,
se me había fugado un sueño
y nunca más lo recordaría.
Me dolió.
Lo estoy buscando todavía.
En el sotavento
El sol se fue lentamente, desapareció
envuelto en la fría maraña que las nubes formaron,
en esa negritud que carcome la luz,
deja poco calor en las brasas de verano
antes de la lluvia.
Las gotas comenzaron a caer con la violencia
de la tormenta, en esas colinas, cercadas por el río
que crece en su volumen y la velocidad de la corriente
cargando ramas, algún perro suicida, los peces que nadan
a pesar de los químicos, los sombreros de borrachos caídos
e historias cotidianas de hombres y mujeres
que se deshojan
en esta ribera veracruzana.
Nuestro automóvil tropieza
en un camino de terracería
que forma lagunas pequeñas, mientras las nubes se adelgazan
y vuelven a engordar,
entre algún relámpago que culebrea frente al espejo.
Al final del camino nos espera la luz tibia de un encuentro,
donde los músicos llenan de colores aéreos la noche lluviosa,
el trago de aguardiente sostiene el calor del jaranero,
mientras los pies fríos y húmedos olvidan molestias
moviéndose al ritmo que el sonido hecho arpa impulsa
con las sonrisas que se desanudan, mientras la noche cae
y aparece, tímida, la primera luz.
El camino difícil ha quedado tranquilo
a la espera de otros viajeros en días soleados o con lluvia.
Hace frío
Murió mi padre
un domingo
antes que amaneciese.
Toqué su frente,
el frío hirió las yemas de mis dedos,
temblaron las rodillas,
sabor amargo en la saliva
de la boca.
Las palabras quedaron huérfanas,
atornilladas a la dureza de la pérdida.
Es posible que en ese mismo instante,
el vecino de la casa de al lado
pusiese agua para el café al fuego. ~
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EDUARDO MOSCHES (Buenos Aires, 1944) reside en México desde 1976. Estudió ciencias sociales en la Universidad Libre de Berlín y cinematografía en la UNAM. Fundador y director de la revista literaria Blanco Móvil, ha publicado los poemarios Los lentes y Marx, Cuando las pieles riman y Susurros de la memoria, entre otros libros. Su obra ha aparecido en revistas de países como México, Argentina, Estados Unidos y Alemania. Ha recibido varios premios nacionales de poesía y edición literaria.
Foto tomada de http://www.flickr.com/photos/vishnu-sharma/4416772167/