Plantan semillas, en los campos cercanos. Piedra olvidada,
óleo sobre lino, 200 (diámetro), 2012, Virginia Chévez.
Giovanni Boccaccio tiene un libro menos popular que su portentoso Decamerón traducido al español como Mujeres preclaras (De mulieribus claris) en el que hace un afanoso y docto rescate de las figuras femeninas desde la Antigüedad hasta sus días; un intento en la apenas desperezada Europa de su tiempo de recuperar a las mujeres célebres, a las heroínas, a las mujeres “preclaras” aplastadas por la robusta masculinidad del heroísmo medieval.
Se trata de un libro curioso en el que el autor pone mucho cuidado en no enemistarse con la apostólica romana (y siempre falocentrista) Iglesia católica. Así, la mayoría de estas mujeres reciben el juicio sumario del célebre autor, que si bien alaba la inteligencia, la sabiduría y el ingenio femeninos, condena que estas virtudes sean puestas, en el caso de muchas mujeres célebres, al servicio de la lujuria o de la venganza o de otra suerte de abominables crímenes.
Integran su antología femenil Eva, Penélope, Medea y un largo etcétera de diosas y semidiosas clásicas y antiguas, así como emperatrices y reinas. Se refiere por ejemplo a Cleopatra como “mujer nacida en la maldad” y aunque la reconoce bellísima y astuta, no baja a la emperatriz de puta.
Una mujer preclarísima, Simone de Beauvoir, observó este tipo de fenómeno en nuestras sociedades, anotando que “las diosas de la mitología son frívolas y caprichosas, y todas tiemblan delante de Júpiter, y en tanto Prometeo roba soberbiamente el fuego del cielo, Pandora abre la caja de la desgracia”.
Por extensión, las mujeres poderosas (sobrenaturalmente poderosas, se supone) han sido arrinconadas detrás de un caldero por el imaginario occidental, convertidas en perversas brujas y hechiceras criminales. No se trata de personajes seductores ni admirables, sino de seres contrahechos a los que se les ha arrebatado dos de los mayores valores de la femineidad: la belleza y la piedad.
Si las brujas son bellas, nos enseñan las leyendas, es por obra y gracia de encantamientos y pócimas que tarde o temprano caen revelando su fealdad, su vejez y su crueldad. De esta forma, mientras el varón estudia hasta hacerse mago, la mujer se ve reducida a practicante de brujería. Las cosas del poder masculino, es decir, del poder tal y como lo conocemos desde hace miles de años. No en vano nos advierte la clara Simone que la mujer “ideal” ha sido imaginada al mismo tiempo “una sirvienta y un ídolo”. ~
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CLAUDINA DOMINGO (Ciudad de México, 1982) es poeta y editora. Ha publicado los libros de poesía Miel en ciernes (Praxis, 2005) y Tránsito (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011). Obtuvo la beca de Jóvenes Creadores del Fonca en los periodos 2007-2008 y 2012-2013. Ha publicado poemas y artículos literarios en diversos medios impresos y electrónicos. En 2012 obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada, por su libro Tránsito.