Palmó Malena Mijares
editando su revista:
pide que Nacho la asista
allá, por aquellos lares.
En noviembre rememoramos a nuestros difuntos. Dice la conseja que los mexicanos nos reímos de la muerte. Estamos tan convencidos y orgullosos de esta “peculiaridad” que ya logramos hacérsela creer a los extranjeros. Puede que sea cierto cuando se habla de la muerte en abstracto o cuando afecta a personas poco cercanas. Pero la realidad es muy otra: no abundan los mexicanos a los que les parezca hilarante ver morir a su madre o a su mejor amigo.
Ello no quita, obviamente, que fraseemos la muerte de diferentes maneras, unas solemnes, otras festivas; igual hacen todos los demás pueblos.
Quizá por ser el verbo más temido, morir cuenta con bastantes —llamémosles— sinónimos: fallecer, perecer, extinguirse, expirar, perder la vida, sucumbir, fenecer. Por otro lado, varias expresiones se apegan a los preceptos religiosos: devolver/entregar el alma al Creador, estar en el camposanto, pasar a mejor vida. Otras expresan buenos deseos póstumos y se utilizan cada que se menciona el nombre de alguien fallecido: “que en paz descanse”, “que de Dios goce”, “que en gloria esté”.
No todas las acepciones son fúnebres. Las hay que indican enamoramiento (morirse por alguien), apetito (“me muero de hambre”), comicidad [(para) morirse de (la) risa)], deseo (“Fulano se moría de ganas de…”), temperatura (morirse de calor/frío), heroísmo (morir por la patria), rechazo (ni muerto…), dignidad (morir con la cara al sol).
Son numerosas también las locuciones irónicas o satíricas. En algunas, antes de morir, el agonizante lleva a cabo una última acción: estirar la pata, hincar/clavar el pico, entregar/colgar el equipo, salir con los tenis por delante, chupar faros1, petatearse2.
Si alguien no murió de muerte natural o en algún accidente, es decir que fue asesinado, que “se lo echaron”, nuestro paradigma se amplía. Muchas veces se trata de cambios físicos: de un asesinado se dice que “lo enfriaron”, “(se) lo quebraron”3, “(se) lo tronaron”, “le dieron cran”4, “le dieron pa’trás”. Otros sustantivos se refieren crudamente al asesinato: ejecución o —peor aún— ajusticiamiento. Como se mencionó en otro apunte, a muchos reporteros y a los sicarios los hermana el lenguaje: levantar y ajusticiar en vez de secuestrar y asesinar; se usan también otros verbos: “lo ultimaron”, “lo despacharon”, “lo liquidaron”. Engañar o matar por sorpresa es madrugar. El gráfico venadear se explica por sí mismo. La expresión cafetear a alguien da cuenta de un pasatiempo importante en los velorios.
“Ya valistes madres” son las tres últimas palabras que han oído cientos de capitalinos víctimas de la inseguridad y la violencia.
Gracias al liderazgo de Frida Kahlo, sus seguidores y otros folcloristas, se ha fabricado, para uso de los mestizos, un endeble sincretismo entre los ritos mortuorios indígenas —como los altares de muertos (también presentes en Asia, dicho sea de paso)— y la liturgia cristiana, para la cual las almas de los difuntos están en el paraíso o en el infierno, de donde nunca regresan, mucho menos para convivir con los vivos. Esta cosmovisión contradice las visitas a los cementerios con viandas y música y también las calaveritas, tanto las de azúcar como las rimadas (epitafios socarrones). Mucho de lo anterior se debe a José Guadalupe Posada, en especial por su célebre Catrina5.
Nuestros nacionalistas critican, como es lógico, la insufrible invasión de la Noche de brujas (Halloween) con toda su parafernalia (calabazas talladas, disfraces fantasmales, telarañas, preponderancia de lo negro y anaranjado) que tanto y tan bien explotan los comerciantes. Se trata en realidad del último clavo —expresión que viene al caso— en el ataúd de la dominación cultural: casi todo el planeta se viste, come, ve deportes, películas o series televisivas, baila y canta al son que se toca en Estados Unidos.
Los malhechores mexicanos están convencidos de que La Santa Muerte —una calaca con túnica— los protege mientras delinquen. Policías y criminales suelen echarle (a alguien) el muertito. Un muertito también es lo que buscan con sus provocaciones los agitadores profesionales a fin de dar nuevos bríos a un movimiento alicaído. Probablemente sin saberlo, secuestradores y narcotraficantes, con sus descuartizados, parecen replicar a diario el desmembramiento de Coyolxauhqui a manos de su hermano Huitzilopochtli. Tras siglos de ausencia, a partir de 2005 reaparecieron los tzompantlis6 en diversas regiones del país.
Hay otro tipo de muertos y muertes célebres: el mar, el tiempo, la naturaleza, el peso, la súbita, la mala, el ángulo, las lenguas, la pena, el pan, los puntos o las moscas. Nadar de muertito tiene un equivalente, también acuático: no hacer olas, máxima aspiración de muchos políticos mexicanos. “¡Muera Zutano!” manifiesta rechazo; su contrario, ¡viva!, aceptación7.
En los últimos años, la locución morir(se) por estar en México tiene, por desgracia, dos significados. ~
1 Alude a una vieja marca de cigarrillos de mala calidad.
2 Mexicanismo proveniente de la tradición indígena que consiste en disponer de un cadáver envolviéndolo en un petate que, como se sabe, es la estera de palma que se usaba para dormir. El petate del muerto es una amenaza sin sustento.
3 “Obedezca o me lo quebro”, se dice para imitar en broma el habla rústica de los revolucionarios. De uno de nuestros héroes, Francisco Villa, se sigue repitiendo jocosamente la primitiva, además de extrajudicial, consigna: “¡Mátenlos y después viriguan!”.
4 Dar cran, dada la forma del glande, originalmente significa chingar, joder. Por extensión, “se lo chingaron”, además de significar “lo violaron” o “lo perjudicaron”, también quiere decir “lo mataron”. Igual pasa con las explícitas locuciones “le dieron aire/cuello”.
5 Apodada también La Huesuda, La Parca o La Tilica en los versos rimados, populares desde el siglo XIX.
6 Cráneos empalados.
7 A nadie parece incomodar el hecho de que alguien desee, con vehemencia y a voz en cuello, la muerte del prójimo.
Fotografía tomada de http://www.flickr.com/photos/eneas/
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Profesor de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras y de español superior en el CEPE de la UNAM, RICARDO ANCIRA (Mante, Tamaulipas, 1955) obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “…y Dios creó los USATM”.