Llamar alteza a otro implica aceptar la bajeza propia. Esa es la lógica implacable de la lengua. Algo semejante ocurre con las palabras noble, soberano, aristócrata, entronizar y coronar. Majestad1 significa grandeza, superioridad y autoridad sobre otras personas. Admite implícitamente, entonces, la majestad ajena quien se asume como pequeño, inferior y sometido. Esta sumisión va acompañada, para enfatizarla, de una reverencia: el soberano está entonces, tanto discursiva como visiblemente, por encima del plebeyo. Esta práctica pervive en ciertas capitales europeas, en Oriente y en muchas oficinas al saludar al “superior”. Al reconocernos subalternos, subordinados o súbditos aceptamos portar el afijo sub-, “debajo de”. El derecho de pernada obedecía —más crudamente— a la misma lógica.
Esto se relaciona con las metáforas orientacionales de la lingüística cognoscitiva acerca de nuestra situación en el espacio y cómo la tematizamos. Así, por ejemplo, en la mayoría de las culturas el futuro está adelante y el pasado, atrás. Del mismo modo, adentro, central y profundo son positivos; afuera, periférico y superficial, no. Dos metáforas están correlacionadas: arriba es bueno (alta calidad/autoestima; altitud de miras, levantar el ánimo, estar encumbrado, sentimientos elevados…) y, consecuentemente, abajo es malo (baja calidad/autoestima/pasiones; ser rastrero, tener el ánimo por los suelos, ir cuesta abajo…). Por ello siempre se recomienda levantarse después de haber caído y nunca caerse tras haberse levantado.2
Llamamos palacio a una casa lujosa; una cena puede ser regia, imagen que en ocasiones involucra al alto clero para expresar también lujo: bocatto di cardinale. Cuando algo se considera muy valioso es la joya de la corona. Existen expresiones como clima/ambiente imperante/reinante; se sueña con los príncipes azules que al parecer tienen la sangre de ese color. Hay realeza en el ajedrez así como entre abejas, metales, casimires, barajas, fiestas navideñas y mariposas.
Si los miembros de la nobleza son “dignos, preclaros y de sentimientos elevados”, los demás son innobles, es decir, indignos, abyectos y despreciables: noble es “honroso y estimable, como contrapuesto a deshonrado y vil” resume el Diccionario de la Real Academia, sin aclarar que se trata de un término polisémico (es decir que tiene varios significados), lo cual embarulla una posición socioeconómica con la generosidad, única acepción a la que puede aspirar quien no pertenece a la aristocracia.3 Lo mismo pasa con cortés/cortesano/cortesía.4 Príncipe se relaciona con primero y principal.
Un rey trastoca los pronombres personales: no se trata de un individuo sino de un ser plural, por eso nunca dice yo sino nosotros; tampoco es usted —mucho menos tú— sino él/ella: “¿Desea algo vuestra/su alteza?”.
Así como los césares impusieron sus nombres a los meses de julio y agosto, Filipinas se llama así en honor a Felipe II. Resulta asimismo revelador que según el DRAE5 el soberano “ejerce o posee la autoridad suprema6 e independiente” pero también significa “elevado, excelente y no superado”. Esa soberanía antaño la ejercían los autócratas; hoy, las instituciones democráticas. En el pasado, la plebe, por el mero hecho de hablar una lengua, debía admitir estas metáforas orientacionales como ciertas, indiscutibles: la propia habla la rebajaba. Hay otra acepción, sin embargo —“altivo, soberbio o presumido”—, donde logra asomarse una simbólica revancha popular, también presente en expresiones como “es un reverendo/soberano imbécil”.
El trono es el elemento semiótico que mejor ilustra la milenaria y abusiva confusión entre los poderes terrenales y los celestiales. En efecto, trono es a la vez el sillón de un monarca y el lugar en que se coloca la efigie de un santo. Por eso entronizar es “ensalzar a alguien, colocarlo en alto estado” para ser venerado o admirado, nos informa el diccionario. Veneración y admiración por obra y gracia de un mueble. En México, la silla presidencial, engalanada con el escudo y los colores nacionales, cumple la misma función fetichista.
Muchas obras artísticas, como El entierro del conde de Orgaz, de El Greco, también hermanan la nobleza y las divinidades. El que coronar signifique “perfeccionar, completar una obra” nos presenta otra manipulación lingüística: corona es igual a perfección; igual sucede con el adjetivo majestuoso, aplicado por ejemplo a un paisaje.
Mucha gente lamenta no pertenecer a la realeza, por eso tienen éxito revistas globales, como ¡Hola!, que permiten que los súbditos voluntarios sigan de cerca los lujos y procederes de los aristócratas. Quienes anhelarían serlo deben contentarse, si tienen suerte —y dinero—, con aparecer en la sección de sociales de un diario local. Suelen ser los mismos que en América Latina gustan de inventarse una genealogía ibérica, con alcurnia y abolengo, y los que añaden a sus mansiones elementos arquitectónicos inspirados en palacios.7
Aceptar la sumisión nos viene de nuestras tres raíces: indígena, española y africana. Los territorios prehispánicos fueron gobernados durante siglos por regímenes monárquicos. La estricta jerarquización de la sociedad, incluyendo la esclavitud, fue lo único que los indígenas encontraron natural de la cultura europea que les fue impuesta. Luego de los virreyes solo hubo los breves reinados de Iturbide y Maximiliano; a pesar de ello, nuestra habla sigue aludiendo a lo monárquico como si se tratara de una realidad contemporánea.
Lo innegable es que todos deseamos vivir a cuerpo de rey. ~
1 A veces se antepone el adjetivo graciosa, que no alude necesariamente a su simpatía.
2 El criterio espacial alta/baja se usa también al hablar de clases sociales, con la peculiaridad de que entre ambos extremos se sitúa la llamada clase media.
3 Que en griego significa, literalmente, “gobierno de los excelentes”.
4 Pero cortesana significa “ramera de calidad”.
5 La institución no se llama así en el sentido de verdadera sino de regia, igual que el Real Madrid.
6 Supremo, a su vez, significa sumo, altísimo.
7 Paradójicamente, se ha puesto de moda que los príncipes desposen plebeyas.
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Profesor de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras y de español superior en el CEPE de la UNAM, RICARDO ANCIRA (Mante, Tamaulipas, 1955) obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “…y Dios creó los USATM”.
estimado ricardo,
soy investigador del instituto de astronomia.
llegue a tu columna por generosidad de una amiga mia del cepe.
te agradeceria me incluyeras en tu lista de correos.
me parecen muy interesantes