“El azar. Lo indefinido. El deseo”.
“Más que un movimiento artístico, Dadá es una forma de moverse”.
Un hombre mayor que yo, que dice haberme dado nacimiento, confesaba las palabras anteriores al hablar de eso Dadá que era su principal influencia creativa. O eso decía. Yo escribía un proyecto escolar acerca de la vanguardia, y entonces pensé en preguntarle, y esas dos cosas fueron las cosas que me dijo.
En el proyecto escolar todas las frases remataban, siguiendo el espíritu del tema, con la frase “y un huevo”. La frase era una referencia a un poema de Tzara en donde se hablaba muchísimo de flores, y de flores dentro de una flor de flores de flores, con flores vestidas de flores debajo de las flores, encima de flores el viento de flores y flores flores flores flores, debajo de las flores hay flores y flores,
y un huevo.
Las cosas que decía mi padre. Las cosas que recuerdo de esos años. Éramos tres y grabamos un video en donde fumábamos, en donde teníamos sombreros idiotas y actuábamos como unos idiotas, y filmamos adentro de nuestros refrigeradores y pusimos mucha música escandalosa. Creo que habíamos sublimado lo que era Dadá, porque en realidad no lo habíamos entendido del todo y éramos adolescentes pubertos. Por eso es que grabamos ese video. No por el espíritu de la vanguardia. Fue una hermosísima coincidencia.
Sacamos un diez cerrado.
Y un huevo, etcétera.
Han pasado los años y he madurado. Antes pensaba y sentía a Dadá con el estómago, “como una forma de moverse”. Era el nihilismo permitido, el absurdo exaltado, la grosería inteligente, la adolescencia radical como objeto estético. Quisiera recordar cómo se sentía, cómo era reírse de otro y poderse orinar encima por el mero hecho de la acción.
Ahora soy un viejo tosco, que prefiere el romanticismo. Que prefiere la búsqueda interna y abrazar a una muchacha y caminar por las tardes.
Dadá, que era un viejo padre, que era un niño endemoniado que era mi dueño, está muerto. (Aquí cabría, en el espíritu de la época, una frase tan común como: “LARGA VIDA A DADÁ”).
Recuerdo haber leído a Jarry y haberme entusiasmado mucho con la Patafísica. Y el número 391, que era con el que Picabia había nombrado a una de las revistas fuertes del movimiento, fue un número de cábala para mí por años.
Nada de eso importa ya.
Y etcétera: un huevo.
Sabía mucho del tema. Durante años traté de revivirlo de alguna forma, atrapado en muros artísticos que pregonan tener el mismo ánimo pero en verdad no hacen nada para retomarlo; pensaba en Duchamp, por ejemplo, y en la indiferencia.
Indiferente un objeto que no tiene ningún objeto ni sentido estético.
Que no es antistético, sino a-estético. Eso ya nadie lo entiende.
Pero ya soy un viejo tosco, y busco otras cosas. Y nadie busca las de Dadá, más allá de algunos pintarrajeados que en realidad lo aman a marchas forzadas.
FUERON LOS MOMENTOS MÁS HERMOSOS DE MI VIDA.
Porque la misión era sencilla: burlarse de la misión.
Porque el método era fácil: dejar que las palabras o las pinturas o las acciones salieran de la yema de los dedos.
Porque los personajes eran atemporales.
Porque en realidad nadie se atrevía, nadie hincaba los dientes.
Porque en esos días hacía frío, y nadie sufría de exponerse al sol.
Porque los sonidos no eran como los de las ratas de ahora. Como los de las cartas astrales.
Recuerdo que escribimos para ella un poema de esos que Tzara lograba sacando idioteces de un sombrero. Nadie atendió a nuestros meses de preparación para presentar el proyecto con nuestro mismo entusiasmo, pero fuimos, el grupo y yo, pequeños genios.
Un poema podía haber leído así:
ARTICULACIÓN QUE TEJE PROFESIONAL
AL HIELO DIVORCIADO CON SU PROPIO REGISTRO,
FRUTA ENCADENADA AL ÁRBITRO,
BARAJA ROTA DE ALGÚN GOBIERNO.
(etcétera, y un huevo)
Nadie probablemente tenga esa relación personal con Dadá, por lo que este texto tampoco importa.
Pero Dadá encadenó alguna parte de su locura a mi alma, esa de la que he vivido por muchos años, por todos los años siguientes, y entones es cuando lo entiendo:
DADÁ ES UNA FORMA DE MOVERSE.
(Y no: un huevo, no)