A Carmen Aristegui
Si, como alguien dijo tramposamente, reseñar malos libros es nocivo para la salud, leerlos ha de ser una tortura autoinfligida. En tal caso, la reseña es una suerte de terapia y advertencia. Por un lado se desahoga el reseñador y, por el otro, pone en guardia al lector para que no tire su dinero ni sufra intentando leer un libro que no merece ser leído. Pero a veces los reseñadores no hacen justicia al libro, y a veces un buen libro queda en la penumbra por razones que van más allá de un puñado de reseñas. El teatro, el cine, la televisión y la música no están exentos de este fenómeno cultural que en el mundo de las letras está al acecho desde hace siglos, que en nuestro mundo plural nos ha privado de maravillas y que, en algunos casos, es consecuencia del más elemental marketing. El libro La fenomenología del olvido, con su catálogo de “grandes obras sepultadas”, no ha sido escrito todavía pero, si se escribiera, propondría incluir The Hour, la miniserie de la BBC que, a pesar de todos sus méritos, fue cancelada en febrero de este año tras su segunda temporada que se estrenó en noviembre de 2012. Ni la posterior nominación de la miniserie a cuatro Golden Globe Awards, a cuatro premios BAFTA, ni la obtención del 65º Emmy Award for Outstanding Writing for a Miniseries, Movie or a Dramatic Special, ni el Audience Award y Le Reflet d’Or del Festival de Ginebra lograron reanimarla. Los productores de la BBC, confrontados por las nominaciones y los premios, divididos entre el imperativo del rating y la idea de promover “nuevos shows” optaron por darle aire a la galardonada autora de The Hour, Abi Morgan, y la comisionaron, no para que realizara una tercera temporada, sino para darle al público más de lo mismo: una serie policiaca, titulada The River, que se estrenará en 2015.
Podemos suponer que Abi Morgan, autora de La dama de hierro, interpretada por Meryl Streep, y a pesar de su incursión como coautora de la experimental y funesta cinta de McQueen (Shame), dotará de originalidad un género explotado ad nauseam. Pero esto no es más que una suposición y, para que pueda materializarse, será necesario que Abi Morgan deje de hacer lo que ya sabe hacer, a riesgo de sucumbir ante los lugares comunes del género policiaco: los asesinos “seriales” —que embarran las paredes de sangre y padecen obsesiones de gran imbecilidad—, las inocentísimas víctimas —igualmente “seriales”, en perenne tortura frente al impávido televidente—, y los típicos policías —que no hacen otra cosa que desenfundar sus pistolas y gritar “drop your weapon” mientras el héroe atrapa al criminal en el último momento.
En el extremo opuesto del mercado televisivo, subyugado por el rating, la crítica incompetente y las sensibilidades embotadas, despunta The Hour con una lista de méritos que son ya una rareza en las producciones televisivas. Con una ambientación excepcional, la historia inicia en el año 1956, en Londres, durante la crisis del Canal de Suez y la Revolución húngara, siguiendo los pasos de Freddie Lyon (Ben Whishaw), un reportero de la BBC harto de la “brusca banalidad” de los noticieros, a quien se le ha asignado, junto con su distinguidísima amiga Bel Rowley (Romola Garai), la creación de un atrevido programa semanal, en vivo, llamado The Hour, que pasará revista a las noticias más candentes del momento. En busca de un conductor con la imagen requerida, la producción da con Hector Madden (Dominic West), el sujeto ideal, con más apariencia que sustancia y una serie de flaquezas enteramente comprensibles. El trío es apoyado por una sagaz y sardónica corresponsal llamada Lix Storm, un misterioso traductor de nombre Thomas Kish y Clarence, un respetable y aparentemente inocuo jefe, constantemente hostigado por el Servicio de Inteligencia Secreta de Su Majestad (conocido como el MI6), las sospechas de espionaje ligadas a los comunistas soviéticos y la incesante censura de Angus McCain, asesor de prensa del Primer Ministro, encargado de cuidar su tambaleante reputación en tiempos en que el imperio británico va en caída libre.
Muy lejos de la convencional chatarra policiaca, The Hour muestra cómo el crimen, el espionaje y la coerción cobran vida en personajes que son verdaderos personajes y no meros pinos de boliche colocados para ser tirados una y otra vez, y que se distinguen por un factor inexistente en nueve de cada diez producciones: su humanidad. Freddie, el héroe, demuestra por momentos más pasión por la noticia en sí que por los trágicos efectos colaterales de la misma. Se conduce con un aire de superioridad intelectual que contrasta con el descuido de su apariencia física y su vestimenta. Todo lo contrario, la bella y elegante Bel es muy susceptible ante la desgracia ajena, pero se conduce con aparente indiferencia en el amor, prefiriendo el de los hombres casados. Luce vestidos que serían la envidia de muchas mujeres, y lo que le falta en su vida amorosa parece suplirlo con una cosa: más trabajo. Hector Madden, el conductor del programa, aparenta todo lo que parece faltarle bajo la piel: estabilidad. Su esposa Marnie le da una apabullante lección en el terreno de la popularidad y la respetabilidad cocinando pasteles y platillos para la televisión, donde se hace pasar por la esposa perfecta de Hector Madden, el rostro de The Hour. Lix Storm, en cierta forma personifica el ideal de conducta kantiano, según el cual hay que decir la verdad en todo momento. Lo hace sin reservas espetando lo que piensa en las narices de quien tenga enfrente. Padece, sin embargo, una tragedia secreta que soporta mediante la negación. McCain, el asesor del Primer Ministro, censura escándalos de los que él podría ser la viva imagen y semejanza. Y Clarence, el jefe de todo el equipo, padece los riesgos y peligros que él mismo oculta tras su intachable conducta. Cada personaje encarna una paradoja, recordándonos que detrás del espía también hay una esposa y dos hijos.
Como ha dicho Morgan, el amor, la pasión, el romance, la ira, la rivalidad profesional, el éxito o el fracaso “son temas universales”. Y así es. Más que el típico triángulo amoroso, en The Hour encontramos un poliedro de relaciones variables en intensidad dramática, en medio de escenarios típicos de los años cincuenta, desde las oficinas y el set de televisión, hasta el clásico cabaret con sensuales números musicales y encantadoras vedettes que ejercen la doble profesión, en contraste con el respetable aire vetusto en la mansión de Lord Elms, característico de una nobleza inútil que decae año tras año. Encontramos diálogos estimulantes y escenas que están a la altura de la mejor dramaturgia contemporánea.
Ahora bien, si The Hour tiene todas estas virtudes, ¿por que se canceló la tercera temporada? Llegamos así al fenómeno ya referido. El primer episodio ciertamente no es el mejor, lo que le costó a The Hour la buena reputación tras un buen comienzo. The Guardian la llamó un “arranque lento” una especie de “melcocha” con suficiente intriga para “abrir el apetito y querer más”. The Sunday Times la calificó de bagatela “autocomplaciente” con un guión “que avergonzaría a una película de Bruce Willis”, mientras que el reseñador de The Telegraph, en el típico afán de querer ser más listo que su lector, la llamó un “ejercicio de recriminación del pasado por no estar a la altura de los ideales políticamente correctos del siglo XXI”, elogió a Morgan y agregó que no le gustaría renunciar a la serie “antes de tiempo”. De modo que podríamos decir que al menos tres de los principales diarios británicos se precipitaron y cometieron el error de empañar el todo reseñando solo el episodio uno. Así, el rating, que en la primera temporada alcanzó un promedio de 2.02 millones de televidentes por episodio, decayó en la segunda temporada (que es mejor aún) a 1.24 millones, por debajo del mínimo requerido para realizar la tercera.
Pero si The Hour no corrió con suerte en su tierra, la crítica estadounidense le deparó una alfombra roja. The New York Times dijo que los primeros seis episodios son “lo mejor en su género”, con “una mirada más intima al sexo, la ambición y el espionaje” agregando que “es tan buena que resulta demasiado corta”. Los Angeles Times destacó que mientras los ingleses la subestimaron para los estadounidenses fue “un desmayo colectivo”, y que el humor, el vestuario, la escritura y el elenco son “intoxicantes”. Y a esto se suman los premios y nominaciones. Con justa razón The Observer disparó en el Reino Unido un encabezado que dice así: “¿Subestiman los británicos la programación de calidad en TV?”. Tal parece que así es. Ben Whishaw, el actor protagonista, a quien ya vimos en El perfume, Brideshead Revisited y Skyfall, dijo a la prensa estar sumido en el “shock y la desilusión”, mientras que los seguidores de la serie, abandonados al final dramático de la segunda temporada, enviaron una petición a la BBC con trece mil firmas recabadas en tan solo una semana y que, a la fecha en que escribo este artículo, ya duplicó el número de firmantes, faltando, supuestamente, trescientas treinta firmas.1
Si podrá o no Abi Morgan dotar de frescura al género policiaco, si sucumbirá o no a la explotación del lugar común, si volverá o no con la tercera temporada de The Hour, es algo que, lógicamente, no podemos adivinar. Lo cierto es que los productores de la BBC le han destinado para su incierto próximo proyecto el prime channel BBC1.
The Hour, para ventura de nuestra sensibilidad torturada por la chatarra mexicano-americana, puede verse en Netflix. Su inconcluso final, que obviamente no revelaré, es un tributo involuntario a los periodistas caídos en el oficio. En México, un país con los más altos índices de periodistas asesinados, la miniserie no podría, no tendría más que ser acogida con enorme entusiasmo, dando por hecho que sí tenemos un público sensible y mayor de edad, pues resulta obvio que en las hazañas de Freddie Lyon, Bel y su equipo, vibra la suerte de otros como ellos, atrevidos, que por azares de la vida le hacen frente al diablo. ~
1 http://www.change.org/en-GB/petitions/ the-bbc-please-commission-a-third-series-of- the-hour-savethehour
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ÓSCAR XAVIER ALTAMIRANO (Ciudad de México, 1965) es ensayista, crítico, profesor de Literatura y Estudios Culturales y becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Es antiguo colaborador de las revistas Letras Libres, La gaceta del Fondo de Cultura Económica, y los suplementos culturales de los diarios Reforma y Milenio. Actualmente es profesor de licenciatura y posgrado en el Centro de Cultura Casa Lamm.