Un fotógrafo es un espectador del mundo, y eso lo sabe el italiano Franco Fontana (Módena, Italia, 1933). Él es uno de los hombres que se envuelve en el torrente de imágenes que están por doquier para habitarlo y considerarlo dentro de un plano expresivo. Comenzó su labor en 1961, y desde entonces está en todas partes, sobre todo en las que debe estar. Por estos días, desde el 3 de abril de 2013, exhibe en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), en donde se presentan ciento nueve fotografías y treinta polaroids. Esta es la primera muestra de Fontana en la España caída de hoy. Es una selección que abarca distintos periodos del artista en donde se pueden ver “fragmentos” de Praga, Venecia, San Francisco, París y Módena, entre los múltiples paisajes que presenta.
Pero habría que juzgar el talento de Fontana al observar con detenimiento algunas de sus fotografías. Una de ellas es Paisaje urbano (Nueva York, 1979). En esta imagen lo que llama la atención es el juego que establecen unos ventanales que son parte fundamental de todo el espacio. El edificio grisáceo tiene unos de esos huecos abiertos y otros permanecen en el descanso. Todo se contrasta con una barda en rojo que corta el entorno anterior. Es necesario realizar la doble mirada: una es la de las ventanas que se abren o se cierran, otra es esa franja que está ahí, cosechando lo que haya que darle a la ciudad. Casi de inmediato llega un Paisaje de su tierra, San Valentino (1980).
Aquí Fontana está a punto de descubrirnos lo que está en la realidad y nadie se atreve a observar. Él abrevia las cosas y coloca un trozo de pasto y una superficie terrosa, que se contrasta con otra hendidura verde; en la parte inferior está el mismo juego aunque los cambios de color forman parte de todo el conjunto.
Casi de inmediato está el Paisaje de Lucania (1978). En este trozo de tierra aparece el cielo como un fragmento azul, que luego desciende para captar una superficie que es gris pero con un tono azulado, en tanto que los paisajes que siguen son de tonos blancos; luego interviene una superficie café, otra más marrón y luego un fragmento de terreno en gris. Por otro lado, Presenzassenza (Zurich, 1981) es una superficie tomada desde lo alto a unas personas que pasan por unas líneas del entorno urbano. Son básicamente tres presencias las que proyectan su sombra al vacío. La imagen va más allá. Es como si el fotógrafo le hubiera robado a lo real una parte, un destello. Todo juega con esos detalles y todo se mueve en el terreno de la idea contenida. Otra parte de la misma recurrencia está en la Presenzaessenza de Locarno (1981). Estas fotografías formaron parte del mismo entramado. En ellas está la fuerza del artista que sabe dar a cada una de sus imágenes el toque circunstancial que lo hace distinto de otros; en este caso es una banca que emite su reflejo y lo hace tan nítido que semeja otro objeto, como si el simple mueble urbano al momento de ser contemplado se duplicara. Lo demás es una base que proyecta su tronco en el verano y un piso que parece demasiado limpio para ser suizo o de cualquier ciudad habitada.
Achille Bonito Oliva es uno de los maestros que mejor han ubicado a Fontana, en su libro Franco Fontana (Ediciones Orbis, 1983):
En este sentido, la fotografía de Franco Fontana vive una dimensión del tiempo que marcha hacia atrás y hacia delante, en un incesante vaivén de momentos que encuentran luego su alcance silencioso en la específica riqueza de significados de la imagen. La arquitectura visual se orquesta según cadencias que no se resienten jamás de improvisación y son el producto de una lírica meditación de los límites de una filosofía sentimental y empírica de las cosas, que privilegia el momento sintético de la imagen y nunca considera como un fetiche al equipo fotográfico, al aparato técnico que paralizó la fotografía analítica de los años sesenta.
Presenzaessenza (París, 1979) es una imagen que contrasta. Por un lado, en el panel que sube casi hasta la azotea, se ve a un hombrecillo que cruza la calle: el relato tiene a un ser que refleja su sombra. Luego está la parte abstracta, que es un muro con indicaciones de un mapa y un espacio en blanco. Después viene un primer plano —el cual se ve al último— en donde la superficie de lo tomado es una colección de sombras proyectadas, una o más —solo alcanzamos a ver una de ellas. Otra imagen vendrá con un Paisaje urbano en Módena (1970), la ciudad natal de Fontana. En este lugar todo guarecido en tonos terrosos aparecen unos muros que forman una especie de columnas en el centro, para que luego observemos con mayor detenimiento que hay algo más allá: una mancha que recorre parte de la fotografía desde el piso.
Una imagen de playa: Paisaje (Baia Delle Zagare, 1975). Aquí al fondo se observa un cielo que parece desmarcarse para luego delimitar otro aspecto que es el del mar. Lo más interesante está en la superficie de la playa; todo es un tono marrón con un brazo blanco que se desliza a lo largo de esa superficie.
¿Y de Marrakech? Ahí estuvo el fotógrafo en 1981 y capturó una verdadera abstracción del lugar: del lado izquierdo aparece una superficie de tonos rojizos; más allá se junta con otra parte que tiene el tono del cemento y hacia arriba está el cielo azul. Aquí, donde todo se delimita en la participación de lo mozárabe, y donde todo grita sus venturas y sus desventuras alrededor del mercado de Yamaa el Fna, sobresale esta imagen en la que nada aparece y todo aparece de Marrakech, del Marruecos del siglo XX.
Luego vendrá otra fotografía, el Paisaje urbano de San Francisco, California (1979). Está tomada desde lo alto; se ignora cómo y desde qué sitio la tomó Fontana. El hecho es que el maestro capturó esa casilla, que concuerda con el tono café oscuro en que está revuelta. Por un lado aparece la construcción y lo único que sobresale es la pared blanca que está en primer plano, en tanto que el resto es la tierra que coincide con todo lo que queda en escena. Otra imagen que desconcertará al espectador es el Paisaje urbano, de París (1979), que es una superficie roja con un filo de escalera en un tono oscuro, casi negro. Lo demás es apenas un aullido en la ciudad.
Una imagen que aún ahora desconcierta es el Paisaje urbano, de Los Ángeles (1979), en donde Franco Fontana concentró su trabajo en dos aspectos que todo mundo hubiera hecho a un lado: en la parte superior de la fotografía está la base de una lámpara pública, de una luminaria, mientras que en la parte de abajo aparece una especie de coladera. Los colores los ha trabajado con precisión: aparece una raya amarilla en el pavimento, la línea por la que deben circular aquellos a quienes esté vedada la luz o cuyos ojos se nieguen a reconocerla. Todo aparece tal cual, incuso al final se mezcla una línea verde que es pasto del fondo.
Otro trabajo impresionante de Fontana es el Paisaje de Apulia (1978), que es una superficie cultivada amarilla. De pronto todo sube y lo que se observa es un pequeño monte negro y un cielo con dos nubes, todo centrado al estilo renacentista.
¿Qué decir de un fotógrafo que se ha considerado como un viajero de la luz y de las sombras? Describir estos paisajes es sencillo, crearlos es terriblemente más complicado. ~
___________ ANDRÉS DE LUNA(Tampico, 1955) es doctor en Ciencias Sociales por la UAM y profesor-investigador en la misma universidad. Entre sus libros están El bosque de la serpiente (1998); El rumor del fuego: Anotaciones sobre Eros (2004), y su última publicación, Fascinación y vértigo: La pintura de Arturo Rivera (2011).
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