Charles-Valentin Alkan fue un pianista y compositor francés del siglo XIX con un talento excepcional que, sin embargo, ha sido relegado y no ha tenido la celebración que se merece por su aniversario número doscientos. Para compensar mínimamente este absurdo olvido, el autor nos ofrece una semblanza de un músico imprescindible.
José Moreno de Alba es uno de los hombres
que más admiro y uno de los que más quiero.
Por partida doble o triple dedico estas líneas
a su munífica y admirable vida,
que recientemente quedó completa.
La celebración de los bicentenarios o centenarios de algunos grandes compositores abundantemente publicitados y cuya obra se ha llevado todo el año a escenarios operísticos y salas de concierto (Verdi, Wagner, Britten, Lutoslawski), más los cien años de La consagración de la primavera y de los Jeux de Debussy, han hecho que el mundo de la música se olvide por completo del bicentenario del nacimiento del parisino Charles-Valentin Alkan (1813-1888), el cual se cumple este 30 de noviembre. Su música, de hecho, no aparece en los recitales de piano, menos en los de cámara o en conciertos con orquesta, pero en tiempos recientes se ha hecho alguna cincuentena de grabaciones de su obra. Destaca de modo especial en esta breve historia discográfica la versión grabada en noviembre de 1994 de su Grande sonate ‘Les quatre âges’ (Las cuatro edades), de 1847, en dedos del canadiense Marc-André Hamelin, que fue recibida con elogios en verdad estruendosos.
Alkan mismo debe haber sido de un virtuosismo formidable. Las cuatro edades, una sonata monumental, masiva, con fuerza de catarata, lo exige de modo especial. Dejaré de lado los aspectos biográficos del autor, solo mencionaré sus afinidades musicales y afectivas con Liszt y Chopin, con quienes convivió en París y participó en numerosas veladas y recitales. Y hablaré de por qué un músico que llegó a gozar de tanta fama fue quedando paulatinamente en el olvido. Deseo señalar que la sonata de Alkan es de siete años antes que la Sonata en si menor de Liszt, la única que escribió y, para mi gusto personal, sin demeritar la notable obra del austrohúngaro, la de Charles-Valentin es más sustanciosa, más masiva, más insondable.
Aclaro que no soy un especialista en música, solo estudiante no muy aventajado, melómano de toda la vida, un hombre como al que dedica Aaron Copland su Fanfarria para el hombre común, es decir uno como yo, que escribe para el hombre común que disfruta la música y cree que Charles-Valentin merece que su bicentenario sea festejado con fanfarria.
El primer movimiento que describe al joven de veinte años, y pide gran velocidad, contiene abundantes, rapidísimas escalas ascendentes que culminan con fuerza, y ninguna descendente, lo que representa a la perfección el ímpetu de la juventud. Intercalados, hay momentos de una actividad musical frenética, y los que llevan mayor calma son de cualquier forma inquietos. Pero también cede en cierto momento a algo más sosegado, que entiendo como el joven que cae en las redes del amor. Y también cede paso a algún pasaje contrastantemente apacible, pero que va creciendo en fuerza, como el amor de juventud, y regresa a la tranquilidad. Mas no abandona el movimiento su ímpetu inicial, siempre en marcado ascenso sobre el teclado y con la misma actividad sin respiro de los dedos. Termina con el empuje apropiado, y observo qué bien supo transmitir Alkan lo que ocurre en esa etapa veinteañera, en la que el arrojo y la fuerza son vulnerables solo al amor.
Desde el principio se entiende el Quasi-Faust que marca para el segundo movimiento, al que pide velocidad, pero no tanta, como corresponde a los treinta años. Sonidos inquietantes, cierta inconformidad con la vida. Pero lleva también una hermosa línea melódica de satisfacción y esperanza. Es muy cambiante el ánimo del treintañero de Alkan. Uno que quiere ceder, faustiano, a obtener algo, algo, a costa de lo que sea, con fuertes tensiones musicales, con sugerentes, faustianas tentaciones que causan fascinación al personaje, que lo intentan seducir mediante el canto de las sirenas, y con ciertas sonoridades en las que aflora la presencia del demonio. Se le muestra lleno de retos, y esas tentaciones fascinantes se disuelven abruptamente en un aluvión de centenares de notas en fortissimo, rotundas en su negación de los falsos e inquietos anhelos que ha albergado el treintañero. Y luego vuelve a empezar la tentación. Quasi-Faust.
Encuentro en este movimiento al hombre de la estética, al que quiere abrazar las pulsiones a las que llama la vida, el hombre del ser y no del deber ser. Me trae a la memoria la lucha entre ética y estética a la que Soren Kierkegaard le dedica un magnífico trabajo, Enten-Eller, esto o esto otro; el ser o el deber ser.
Esta misma idea arroja al escucha al tercer movimiento, el del personaje de cuarenta años que ya pide lentitud, y así como el anterior lleva la indicación Quasi-Faust, este la podría llevar Quasi-Ivan Illich (no me refiero a su terrible agonía), en tanto encontramos una novedosa felicidad en la música. Alkan indica para esta parte Un feliz matrimonio, y aquí parece que el personaje ha logrado un estado de probidad tras la juventud, cosechando los frutos de la integridad moral. Al llegar a una edad más madura, el contraste en la intención sonora con todo lo anterior es fuerte. La sensación es muy diferente con lo que se escuchó antes febrilmente, y hasta aparecen suaves melodías dedicadas a los hijos. Me parece que Alkan se acerca a la idea del deber ser, en la que el joven se ha ido alejando del llamado de esas pulsiones vitales y ha logrado encontrar una vida en la que existe la paz, más a tono con el llamado de la ética; ha logrado, principalmente, hacer feliz a una mujer y ser feliz con ella. Todo se va haciendo musicalmente más lento, más sencillo. Más tranquilo. Finalmente llega un episodio, otra vez, de fuerza, pero que esta vez es señorío. Y luego el movimiento se disuelve en sus últimas notas.
Con qué timidez empieza a moverse el Prometeo encadenado de los cincuenta años en el cuarto movimiento, que pide una extrema lentitud, casi como ciego que se guía con un bastón. La música es tan maravillosamente descriptiva de esto, para mí uno de los momentos más altos de la intensa capacidad comunicativa de Charles-Valentin. Pero no tardan en aparecer fuertes acordes y sonoridades que hacen ver la realidad de ese hombre debilitado. Muy pronto surge el sentido fúnebre, trémolos ominosos empiezan a cobrar protagonismo y se transforman en una música que casi se arrastra, como se arrastra el Prometeo atrapado en la pérdida de su fuerza física.
Cita Alkan algunas breves palabras de la tragedia de Esquilo:
¡No, nunca podrías soportar mi sufrimiento!
¡Si solo el destino me dejara morir!
¡Morir… me liberaría de mis tormentos!
La tragedia se va haciendo más evidente, la música conduce a la lenta agonía del que desea la muerte y no la encuentra. Al final, aparece un gradual incremento en el tempo que acelera el término de la vida. Y la Grande sonate finaliza con cinco acordes, dos de gran volumen, y tres cada vez más tenues. ¡Qué contraste con lo que escuchamos y percibimos y pudimos imaginar en el movimiento anterior! Qué maestría la de Alkan, entre tantas combinaciones de notas encontrar los cambios precisos, las inflexiones necesarias. Con qué cantidad de sutiles articulaciones debe ser interpretada. Alkan ha producido, en las increíbles dificultades técnicas que exigía la fuerza inmensa de su intención, y que para nada se le dificultaban, la tragedia que concibió de modo universal. La obra tiene un carácter de dramatismo griego y tremendamente existencialista. Qué más puede uno pedir, si a la música apabullante se le suma un contenido filosófico, literario, vital.
La obra pianística de Alkan resulta con frecuencia endiablada para los más diestros gimnastas digitales del teclado. Tiene una auditivamente simple Barcarollette escrita en un compás de 18/8, lo cual es maldad pura. Al principio con timidez, y luego con más consistencia desde los setenta, algunos pianistas se han interesado en grabar su obra. Me pregunto si con la evolución de la técnica pianística, la creación de obras más demandantes —como el Scarbo de Ravel y quién sabe cuántas otras, entre las que están los trabajos de Boulez, Stravinsky, Rachmaninov, Prokofiev—, hayan surgido intérpretes con la capacidad de abordar ese espinosísimo repertorio, y el de Alkan, con destreza y aplomo.
Charles-Valentin destacó en cuanto salón o círculo de recitales había que destacar en París. Cuando despidieron a Liszt de esa ciudad en 1837, se le ofreció un concierto en el que intervino Alkan. Y en varias ocasiones participó en los recitales colectivos muy de la época acompañado del propio Liszt o de Chopin. ¿Entonces? Las razones de su paulatino descenso hacia el olvido se deben probablemente a un hecho del que su temperamento artístico no pudo reponerse. Al retirarse su admirado profesor, Pierre Joseph Zimmermann, en 1848, no le ofrecieron el cargo como él suponía y anhelaba, sino que recayó en Antoine Marmontel, a quien se consideraba muy medianito. La muerte de Chopin al año siguiente le pesó una enormidad y lo hizo retirarse de los escenarios en que era tan admirado. De todos modos su carácter era tormentoso, y de ello habla una obra de su escasa música de cámara, el Gran duo concertant, para piano y violín, en el que el segundo movimiento es El infierno, y pues tendrá resonancias de lugar común lo que aquí escribo, pero del vértigo expresivo, de la perplejidad ante una realidad funesta que cae de golpe, florece una terrible visión del incendio en el que el tiempo termina para dar paso a una horrenda eternidad.
Cuenta Leslie Howard, presidente de The Alkan Society, que el compositor era de un carácter agrio, paranoico, siempre creía que se hablaba mal de él o le querían robar su trabajo, lo cual no ayudó en nada a que el mundo musical quisiera retenerlo cuando él se fue eclipsando.
Quizás ahora, al acercarnos a la música de este creador genial cuyas obras son de un lirismo arrobador, esperamos que nuestros choznos encuentren un 2113 en el que las grandes figuras que han opacado a Charles-Valentin no lo hagan entonces y se celebre al parejo de los que este año han disfrutado tan merecido favor. ~
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Melómano empedernido, ARTURO NOYOLA estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM, donde ha sido profesor.