Podemos pensar sobre la lengua que hablamos, podemos hablar de la lengua que hablamos. Supongo que las abejas no puedan danzar comunicando las características de su propia danza. Nosotros podemos mirarnos el ombligo lingüístico, discurrir sobre las características del discurso. La primera mirada reflexiva sobre la lengua se lanza normalmente sobre esas unidades que llamamos palabras. ¿De dónde vienen las palabras? ¿Qué significan? Las palabras son objetos que se heredan, las vamos impactando, despostillándolas por el uso, volviéndolas a habilitar constantemente. Eso es lo que sucede con su forma a través del tiempo, “lacte” se convierte en “leche” y eso también puede suceder con su significado, “caldo” en nuestros días ya no significa “caliente” como en latín. Siguen siendo y no, las mismas palabras. Palabras que se transforman y que viven un pasado secreto que nadie nos devela cuando adquirimos las lenguas, lenguas viejas, usadas y reusadas, impactadas en las voces de miles de hablantes. Nos llegan con apariencia de nuevecitas pero tienen su pasado, un pasado que los diccionarios etimológicos pretenden develar.
En la preparatoria llevamos un curso llamado “Etimologías grecolatinas del español” en el que, además del alfabeto griego y del abecedario latino aprendimos ese significado oculto que tienen las palabras. A diferencia del significado actual, tan ligado a su referente, el significado etimológico duerme tranquilamente en la palabra, ignorado, pero ahí está. Ese significado que ahora es etimológico alguna vez fue transparente para los hablantes de la misma lengua, cientos o miles de años atrás. En algún momento, la palabra në’ëjpy (sangre) no quería decir solo eso, ‘sangre’; para los antiguos hablantes del mixe significó literalmente “agua roja”. Es la misma palabra que los hablantes de mixe de hace más de mil años usaron, pero no es la misma, ni en forma ni en sentido. Ellos sabían que në’ëjpy es “agua roja”, yo sólo sé que es ‘sangre’. No puedo negar el placer de haberme enterado del pasado secreto de esta palabra, tan coloquial y tan conocida antes.
La lingüística histórica, la filología, estudia el cambio de las lenguas y, aunque no es su principal objetivo, va arrojando a su alrededor significados etimológicos, develando el sentido y la forma oculta de las palabras. Por otro lado, en un intento por explicar el origen de las palabras, las personas solemos atribuirles un pasado falso, inventarles una historia, a estos intentos se les conoce como “etimologías populares” o “falsas etimologías”, un ejemplo de ello es que se atribuye a la palabra “latente” un pasado asociado al significado “palpitante”, pero en realidad su pasado está ligado a “latens” que en latín significaba “oculto, escondido”. Es tal nuestra necesidad de dotarles de pasado a las palabras que les inventamos uno.
En 1954 se publicó el Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana del filólogo catalán Joan Coromines, una obra monumental mediante la cual los hablantes de español pueden conocer el origen de las palabras con las que piensan y se comunican cotidianamente. En 1995 se publicó el libro The Relationship Among the Mixe-Zoquean Languages of Mexico del lingüista danés Søren Wichmann, un trabajo comparativo e histórico sobre las lenguas de esta familia. Gracias a este trabajo me enteré del significado etimológico de në’ëjpy ‘sangre’ y de muchas palabras más. Ha sido un gran descubrimiento conocer el pasado secreto de las palabras de mi lengua materna y hago votos porque los hablantes de todas las lenguas de México tuvieran un diccionario etimológico a la mano, accesible y en su propia lengua. Ojalá que todos pudiéramos conocer lo que significaban nuestras palabras en la boca de los hablantes de cientos y miles años atrás. Todas los hablantes de todas las lenguas merecen tener los mismos recursos, los mismos estudios y el mismo tipo de información sobre sus lenguas. ¿Un curso de etimologías mixe-zoques del ayuujk?