Justin Bieber fue arrestado hace cosa de horas. Se le responsabiliza de manejar bajo la influencia del alcohol, alguna tontería, y lleva meses siendo sujeto del enjuiciamiento más meticuloso por parte de una prensa morbosa, una parte comercial y social ciertamente mojigata y el clásico juego del star system: los que fueron nutridos con las leches de la celebridad después son acuchillados sin misericordia, achacándoles en el proceso la responsabilidad de sus vicios.
Ejemplo más claro no puede haber que la madre de Bieber: ella fue quien alentó la entrada de su niño, apenas niño, a lo sumo 12 años (ignoro sus pasos con tanto detalle) ó 15 si se quiere, a las cauces de un estilo de vida que ahora ella misma deplora. “Recen por mi Justin”, dijo en alguna misiva, “como yo rezo por él”.
Se castigan acciones que, por conveniencias e intereses, durante años y años se permitieron y alentaron. Principios éticos que antes no aparecían en el horizonte ahora parecen ser los ejes rectores de todo el actuar de la ley, la sociedad y las buenas conciencias.
La situación para Justin será catastrófica, será golpeado por meses a causa de un escándalo incierto e intrascendente detrás de otro, hasta que su input creativo se vea deformado por su propia presencia mediática. En unos pocos años habremos olvidado su nombre en términos de impacto e influencia, a menos que el muchacho resulte extraordinariamente inteligente y logre sortear su propia suerte. En la gran mayoría de los casos esto no es así, y habrá dado su vida útil.
Y claro que mucho de esta situación es aquejable al propio Bieber. Es un niño insolente e irresponsable, más preocupado por las peripecias de la fama que por su condición de artista (aunque su música reciente sea extraordinaria a comparación de sus pininos discográficos). Gasta de forma grosera y no entiende, o parece no entender, los límites más básicos de la tragedia en el mundo, de las normas por las que nos regimos todos, la diferencia entre el personaje público y el privado.
Es cierto, Justin Bieber habita un planeta ilegal, violento, impositivo para el resto del mundo y terrible para el futuro de muchas sociedades, si lo pensamos como una nueva forma de rey y somos sinceros republicanos.
Pero el sentido de injusticia no puede dejarse ir tan fácil: ¿cuándo tuvo Bieber opción para actuar de otra forma? ¿Quién le dio, en un sentido humano y verdadero, esperanza alguna? ¿Con qué argumentos morales podemos decir que Bieber, y Bieber personalmente, es el único responsable de sus atropellos, sino nosotros mismos, que disfrutamos muchísimo el verlo fracasar, morir como figura pública? ¿Qué edad tenía, y qué consciencia, cuando le dejaron una sola puerta abierta, llena de promesas y oro?
Yo entiendo lo peligroso que es salirse de la norma multitudinaria, el acuerdo social, y entiendo también que no puede hacerse más que arrestar a Bieber por manejar en estado de ebriedad. Pero, en este caso y casi en este caso únicamente, me parece sorprendente y terrible que sea Bieber el que pague la construcción abstracta y artificial, y sin duda irresponsable, de su propia personalidad.
No sé si “hijos”, pero en muchos casos sí somos sus productos y sus víctimas.
Michoacán, que es Bieber, es víctima de una problemática que responde mucho más a su contexto que a la coyuntura; tristemente, se tiene que contener como se ha contenido, pero las mismas formas de esa contención se antojan injustas porque la situación del lugar (y de Bieber) no corresponden a la voluntad verdadera de la gente – ¿quién querría ser parte de un cuerpo de seguridad anárquico por gusto?
Decirlo de otra forma: es/son responsables, que no culpables.
¿Entonces todos somos hijos de nuestras circumstancias, solamente? No hay esencia, no hay libre albedrío. A uno le inflan tanto el ego que explota… ¿y porque hay quienes la fama no los vuelve una cagada podrida?