Sunday, 22 December 2024
Artículos relacionados
La fragilidad de los modelos humanos
Educación Superior: Apuesta De Futuro | Este País | H.C.F. Mansilla | 01.09.2014 | 0 Comentarios

Esta entrañable memoria de la vida y decadencia de un académico anónimo es, paradójicamente, una exaltación de los maestros como seres humanos. 

Mi última estadía en Alemania incrementó un ánimo pesimista que arrastro desde la infancia. Uno de mis maestros universitarios más admirados estaba gravemente enfermo, y yo le hice una visita de cortesía. Ambos nos dimos cuenta de que era la última vez que nos veríamos. Ello dio a la ocasión un aire solemne: sin quererlo, tratamos de sopesar cada palabra y de medir cada gesto. Me pareció curioso, porque mi profesor era el paladín de la ironía y de las bromas. En mis años estudiantiles él me enseñó algo que no practiqué: la necesidad de ponerse a diario en cuestionamiento, la conveniencia de tomar todo con distancia y la pertinencia de ejercitar un estoicismo moderado y distinguido. Y yo pensaba a menudo como necio consuelo: proponer algo así es mucho más fácil que actuar en consonancia.

Mi maestro, que siempre había evitado referirse a sucesos y circunstancias personales, me contó inesperadamente muchos detalles y episodios de su vida. Esto fue lo que me produjo pesadumbre: el hombre había hecho de la crítica y la ironía su arma intelectual, su estilo de enseñanza y hasta la marca distintiva de su escuela, y ahora dejaba vislumbrar una existencia por demás prosaica y sin relieve. Ninguno de los relatos tenía valor literario o anecdótico, y esto era lo triste: esos retazos de vida, contados con cariño y morosidad, trataban de concitar mi atención, dilatar mi visita y quizás ilustrar o dar cuerpo a un mensaje que resumiera el cúmulo de sus conocimientos.

Él había querido brillar en la ingrata república de las letras y las ciencias, y hasta ejercer alguna influencia sobre los asuntos públicos. Sus muchos libros y, sobre todo, su incansable asesoramiento en favor de diferentes gobiernos eran testimonio de ese designio. Hubiera querido ser el preceptor de una nueva Alemania, razonable y democrática, como también lo deseó Max Weber, su gran modelo. Como defendiéndose de un posible reproche, en cierto momento mi apreciado catedrático afirmó que jamás se había hecho ilusiones en torno al reconocimiento del ámbito académico y que nunca le interesó el juicio de la posteridad, pero eso, obviamente, no correspondía a la realidad. Acto seguido me aseguró, por ejemplo, que no eran las enfermedades ni el olvido de sus hijos lo que le dolía, sino la indiferencia de sus pares, el olvido de la opinión pública y el alejamiento de sus discípulos. Eso me dejó profundamente abatido: hasta mi respetado profesor, el campeón de la lógica práctica, el conversador agudo y preciso, caía en incongruencias tan notorias y pueriles. Y ahí pensé: todos nos comportamos de manera similar. Cuando se acerca el fin —o mucho antes— cometemos los mismos errores, caemos en las mismas vanidades y endulzamos del mismo modo la infancia y la juventud. Y nos mostramos, por consiguiente, carentes de sentido común y, lo que es más grave, de elegancia.

Quién lo hubiera imaginado: durante décadas mi maestro dio la impresión de una notable fortaleza espiritual y de un olímpico desdén por las recompensas de este mundo. Desde afuera su vida parecía ser una seguidilla de éxitos, pero ahora aseveraba que había sido una cadena ininterrumpida de pequeños agravios, de innumerables derrotas repetidas casi cotidianamente. Imposible, me aventuré a contradecirle con estudiada vehemencia: ahí estaban el aprecio de cientos de discípulos, la fama bien establecida, las menciones laudatorias y agradecidas en varios discursos del presidente federal alemán, los innumerables estudios y comentarios sobre su teoría y la fascinación que ejercía sobre muchas alumnas. Pero él afirmó, subiendo sorpresivamente la voz, que esto último fue precisamente lo más fugaz, lo más deleznable, lo menos digno de ser recordado. Se había casado tres veces, con mujeres jóvenes, bellas e inteligentes que lo admiraban, y ahora terminaba sus días en la soledad total. La felicidad, me confesó, era el resplandor de unos instantes, la dicha de ciertos momentos y, ante todo, la falsa seguridad que proviene de nuestras confusiones y nuestros prejuicios.

El viejo y querido profesor había representado para mí un dechado de corrección, un paradigma de sabiduría: un ejemplo de vida bien lograda, como se decía en la Antigüedad clásica. Su producción teórica no llegó a convencerme, y no compartí del todo sus análisis y diagnósticos sobre la realidad política y social. Pero su sapiencia práctica era para mí la última palabra. Su actitud estoica frente a los avatares de la vida me pareció lo más sensato que los mortales pueden hacer en un mundo irracional e impredecible. Su talante sereno, su virtuosismo verbal —el alemán más bello que jamás escuché—, su buen gusto admitido y envidiado por la comunidad intelectual y su comportamiento siempre adecuado y oportuno habían constituido a mi entender la norma de perfección que debía imitarse. Y ahora que lo veía tan vulnerable y decaído, contradictorio e ilógico, tierno como un niño y orgulloso como en sus mejores tiempos, me percataba de la fragilidad de los grandes modelos, de la futilidad de todo esfuerzo sostenido, de la debilidad de nuestra especie. Hasta pensé que no poseía un mensaje claro y sistemático o una concepción coherente, sino observaciones circunstanciales, fragmentos centrados en asuntos autobiográficos, recuerdos soterrados, anhelos ambiguos, pensamientos sin grandes enseñanzas ni moralejas. Una doctrina llena de brumas y sombras. (¿Cuál está libre de ello?) Entonces me acordé de una de sus observaciones: la herencia cultural amenazada y precaria es la más valiosa.

Al término de la visita me dijo —como una especie de corolario existencial— algo que me afligió aun más, porque probablemente se acerca a la verdad, si es que hay algo tan inasible e incierto como la verdad: al final de la carrera y de la vida se sabe menos que al comienzo.

__________

H. C. F. MANSILLA es doctor en Filosofía por la Universidad Libre de Berlín. Miembro numerario de las academias Boliviana de la Lengua y de Ciencias de Bolivia, ha sido profesor visitante en las universidades de Zurich, Queensland y Complutense. Entre sus libros más recientes están Problemas de la democracia y avances del populismo (El País, Santa Cruz, 2011) y Las flores del mal en la política: Autoritarismo, populismo y totalitarismo (El País, Santa Cruz, 2012).

Dejar un comentario



Josef K. habla mixteco
En El proceso, de Franz Kafka, se narra la historia de Josef K. un oficinista arrestado, acusado y condenado por un crimen del que no se entera nunca. La narración está construida de tal manera que el protagonista tiene que enfrentar un juicio que no entiende, no entiende de qué se le acusa, no entiende […]
Cine, género y derechos humanos
Se presentan en distintas sedes del país dos excelentes opciones para disfrutar del cine y asomarse a las temáticas actuales en los ámbitos del género y los derechos humanos; la Muestra Internacional de Cine con Perspectiva de Género y el 7º Festival Internacional de Cine y Foro de Derechos Humanos de México.   dhfest El […]
Rick Perry, gobernador de Texas, vs. México
El gobernador de Texas, Rick Perry, se encuentra en pleito con el gobierno mexicano. En medio de un debate sobre cómo lidiar con el Estado Islámico, Perry ofreció la especulación, completamente sin fundamento, de que el grupo terrorista intenta filtrar agentes en territorio estadounidense por la frontera de Juárez. Para prevenir esta amenaza inventada, Perry […]
¿Por qué y qué traducir a lenguas indígenas?
Waldo Villalobos, nuestro profesor en el taller de traducción literaria en el que nos encontrábamos hablantes de zapoteco, mixe y mixteco, nos dijo: “La lengua a la que más se traduce actualmente es el inglés”. Esta afirmación tiene varias implicaciones, el estatus social y político del inglés parece estar directamente relacionado con el hecho de […]
Plantíos de coca en Chiapas: riesgo inminente
La semana pasada, el ejército mexicano anunció el hallazgo de un plantío de coca, la planta que se usa para la fabricación de la cocaína, en la ciudad fronteriza de Tuxtla Chico, Chiapas. El pequeño cultivo de 1,250 metros cuadrados tenía suficiente espacio para 1,639 plantas. Fue el primer descubrimiento de este tipo que se […]
Más leídos
Más comentados
Los grandes problemas actuales de México (154.274)
...

La economía mexicana del siglo xx: entre milagros y crisis (66.463)
...

Con toda la barba (49.143)
...

¿Por qué es un problema la lectura? (30.853)
Desarrollar el gusto por la lectura no es cuestión meramente de voluntad individual. El interés por los libros aparece sólo en ciertas circunstancias.

La distribución del ingreso en México (26.986)
...

Presunto culpable: ¿Por qué nuestro sistema de justicia condena inocentes de forma rutinaria?
Bas­tan­te han es­cri­to y di­cho ter­ce­ros so­bre Pre­sun­to cul­pa­ble....

Los grandes problemas actuales de México
Se dice que el país está sobrediagnosticado, pero en plenas campañas y ante...

I7P5N: la fórmula
Homenaje al ipn con motivo de su 75 aniversario, este ensayo es también una...

China – EUA. ¿Nuevo escenario bipolar?
No hace mucho que regresé de viaje del continente asiático, con el propósito...

La sofocracia y la política científica
Con el cambio de Gobierno, se han escuchado voces que proponen la creación...

1
Foro de Indicadores
Debates que concluyen antes de iniciarse
El proceso legislativo reciente y sus números

Eduardo Bohórquez y Javier Berain

Factofilia: Programas sociales y pobreza, ¿existe relación?
Eduardo Bohórquez y Paola Palacios

Migración de México a Estados Unidos, ¿un éxodo en reversa?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Donar no es deducir, donar es invertir. Las donaciones en el marco de la reforma fiscal
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Impuestos, gasto público y confianza, ¿una relación improbable?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Los titanes mundiales del petróleo y el gas
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

La pobreza en perspectiva histórica ¿Veinte años no son nada?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

La firme marcha de la desigualdad
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia. 2015: hacia una nueva agenda global de desarrollo
Roberto Castellanos y Eduardo Bohórquez

¿Qué medimos en la lucha contra el hambre?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Bicicletas, autos eléctricos y oficinas-hotel. El verdadero umbral del siglo XXI
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Parquímetros y franeleros: de cómo diez pesitos se convierten en tres mil millones de pesos
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia: Una radiografía de la desigualdad en México
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia: Más allá de la partícula divina
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia: El acento está en las ciudades. Algunos resultados de la base de datos ECCA 2012
Suhayla Bazbaz y Eduardo Bohórquez