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La libertad y el cerebro humano
Este País | Diego Alfredo Pérez Rivas | 01.01.2014 | 2 Comentarios

A la luz de sus vertiginosos avances, ¿puede la investigación científica ayudar a resolver algunas de las mayores interrogantes de la filosofía? ¿Explicar, por ejemplo, qué es la libertad? El autor retoma supuestos del pensamiento clásico y los contrasta con las aportaciones más recientes de las neurociencias para entender si el desarrollo de las facultades intelectuales tiene fundamentos predominantemente biológicos.

Libertad (eleutheria en griego, libertas en latín) es una de esas grandes palabras sin las cuales la historia del ser humano no podría entenderse. Ese valor, principio, cualidad o virtud “universal” está en la base de algunos sistemas religiosos y de algunos esquemas morales, es el fundamento del derecho occidental y uno de los pilares de la democracia moderna. El propio Estado, en su versión actual, es entendido como una entidad artificial cuya finalidad prioritaria es la protección de las libertades individuales y los derechos humanos.

La libertad puede considerarse una creencia, idea o noción con la que estamos íntimamente familiarizados, pero es bastante problemática desde el punto de vista científico y filosófico. La problematicidad del principio áureo de la filosofía práctica se relaciona con las siguientes cuestiones: ¿Qué entendemos por libertad? ¿Es una facultad natural, un derecho adquirido socialmente, un don divino o una increíble excepción a la ley de leyes de la naturaleza, la causalidad? ¿La libertad es una ilusión creada por la mente humana o una realidad que puede ser demostrada con argumentos irrefutables? ¿La libertad es una causa sin causa, el rasgo que nos separa de los demás seres vivos, o es solamente una presuposición, un supuesto, una hipótesis?

Desde el punto de vista individual, la idea de la libertad suele derivarse de una o muchas intuiciones primordiales entre las que se encuentran las siguientes: nuestras acciones están regidas por procesos psicológicos internos que nadie puede observar; somos capaces de abstraer las propiedades de los objetos y desear en vista de estas representaciones; podemos reprimir nuestros instintos e inclinaciones, o bien, somos testigos de que nosotros mismos actuamos de diferente manera en circunstancias similares, sin poder dar una explicación enteramente satisfactoria de nuestras decisiones. En orden de exposición, la libertad está relacionada con sensaciones inmediatas como la intimidad, la imaginación, la abstinencia y sublimación de los deseos, así como con la espontaneidad y originalidad.

¿Pero esto es suficiente, sin más, para que podamos asegurar que somos libres? ¿Existen determinaciones internas y externas que nos condicionen fatalmente o, a pesar de estos condicionamientos, somos seres autónomos y plenamente libres? Estas preguntas, por simples que puedan parecer, son muy profundas y su solución no es tan sencilla como nos lo hace creer nuestra intuición inmediata.

En enero de 1839, la Real Sociedad Noruega de las Ciencias premió a Arthur Schopenhauer por su sobresaliente ensayo titulado Über die Freiheit des menschlichen Willens (Sobre la libertad de la voluntad). En dicho manuscrito, el filósofo se propuso destruir los argumentos que sostenían la tesis clásica de la libertad de la voluntad o del libre arbitrio. Para los defensores de esta tesis, el ser humano es el único animal con la capacidad de estipular indefinidamente la naturaleza de sus acciones sin la participación de determinaciones externas o internas. Entre esos defensores se encuentra Descartes, quien afirmaba que: “Nosotros somos tan conscientes de la libertad e indiferencia que hay en nosotros que no hay nada que comprendamos más evidente y perfectamente” (Princip. Phil. I, 41).

Sin embargo, Schopenhauer planteó bastantes argumentos para contradecir la realidad de la supuesta libertad de la voluntad. En primer lugar, el estudio del filósofo se propone distinguir tres tipos de libertad totalmente diferentes por sus orígenes y sus modos de manifestación: la libertad física como ausencia de obstáculos materiales, la libertad intelectual o de representación y la libertad moral, también llamada libre arbitrio.

Schopenhauer no dudó en aceptar la realidad del primer tipo de libertad al afirmar que lo que normalmente denominamos con ese nombre está relacionado con el hecho de no tener obstáculos externos para realizar nuestras acciones o deseos. En ese sentido, pensó que la libertad política y civil derivaba de la libertad física. Sin embargo, como bien observó, el problema de aceptar la existencia del libre arbitrio como indeterminación es que esto significaría, básicamente, aceptar la anulación de la ley de los fenómenos físicos en los procesos psicológicos humanos.

Entonces, el problema más importante que deriva de aceptar la existencia de la libertad es que dicha acción incluye la aceptación de la indeterminación o, lo que es lo mismo, asegurar que los seres humanos —gracias a un alma espiritual, inmortal, inextensa, etcétera— pueden escapar a la ley de la causa y el efecto. Para resolver este embrollo filosófico y moral, Schopenhauer destacó que la ciencia ha sido capaz de develar diferentes tipos de causas en el universo.

En primer lugar, existiría una causa física o mecánica, que sería aquella a la que obedecen todos los cambios físicos y químicos. Este tipo de causa estaría codificada en la segunda y en la tercera ley de Newton, según las cuales la acción es igual a la reacción y el grado del efecto se corresponde necesariamente con el grado de la causa. En segundo lugar, existiría un tipo de causa “excitante” entre los seres vivos. La característica de esta causa es que no se corresponde necesariamente con el efecto, ni en intensidad ni respecto a su sentido. Finalmente, entre los animales, existiría una causa vital conocida como “motivación”. Este tipo de causa es la más compleja de todas, pues su efecto no puede ser previsto plenamente. El sentir de Schopenhauer es que nosotros llamamos libertad a los actos que son producidos por motivación, pero no podemos decir que esta sea indeterminada e incondicionada.

Por lo tanto, su respuesta filosófica al problema de la libertad es la siguiente: “Puedes hacer lo que quieres, pero en cada momento de tu vida no puedes tener más que un querer determinado y no otro” (Sobre la libertad de la voluntad: 69). En conclusión, la libertad como libre arbitrio no existe, ya que lo que llamamos con ese nombre es la libertad de querer, de tal modo que podemos ser libres para querer, pero no para querer lo que queremos porque estamos condicionados por nuestro carácter.

La posición de Schopenhauer frente al problema de la libertad es claro: la libertad de la voluntad o la libertad entendida como indeterminación es una fantasía. El ser humano es un animal como todos los demás, es decir, un animal condicionado internamente por sus pasiones, sus inclinaciones y sus instintos; pero también, un animal físico condicionado externamente por las leyes físicas que rigen en el universo. La libertad, en estos términos, no sería más que una vana ilusión, una quimera metafísica para representar nuestra ignorancia respecto a las motivaciones que causan nuestras acciones.

En el siglo XX, la lucha por reivindicar la libertad de la voluntad humana no cesó. Su defensa más potente fue realizada por la corriente existencialista. En palabras de Sartre, dicha corriente se basaría en el siguiente precepto: “La existencia precede a la esencia” (El existencialismo es un humanismo: 23). Esto significaría, en otras palabras, que el ser humano es libre pero, además, está condenado a dicha libertad, pues no puede elegirla. La libertad sería la facultad y el condicionamiento existencial fundamental de los individuos, pues estos, a diferencia de todos los demás seres, descubren quiénes son (su esencia) gracias al desarrollo de aquella. Frente al argumento del carácter como algo naturalmente adquirido, Sartre opone el argumento de la personalidad como algo que desarrollamos con el tiempo y que depende de nuestra voluntad. Ser libre significaría, en estos términos, estar arrojado a la nada, a la indeterminación, a la necesidad de elegir, a cada instante, lo que somos.

Actualmente, el debate acerca de la existencia de la libertad ha dejado de ser materia de discusión exclusiva para filósofos. La ciencia de la mente humana ha procurado, a través de sus diferentes experimentos, comprobar si las tesis defendidas por una u otra postura son válidas o verdaderas. Entre los proyectos más importantes para revelar este misterio se encuentran los pertenecientes a las neurociencias. Este tipo de investigaciones parten de un supuesto fundamental de gran relevancia: la respuesta a la problemática cuestión de la libertad debe buscarse en el funcionamiento del cerebro humano pues, en caso de existir, el único lugar en el que podrían buscarse evidencias de su existencia sería dicho órgano, que controla el funcionamiento del cuerpo humano.

Actualmente, sabemos que la anatomía y la fisiología del cerebro humano son prácticamente iguales en todos los individuos, con pequeñas diferencias. Su peso, normalmente calculado en mil 400 gramos, presenta oscilaciones de 500 gramos. Está compuesto de un número enorme de neuronas que se ha calculado aproximadamente en 100 billones. A esto se puede agregar que cada neurona forma en promedio de mil a 10 mil conexiones con otras neuronas mediante sinapsis. En suma, se ha llegado a calcular que en el cerebro humano existen aproximadamente 600 millones de conexiones por milímetro cubico de sustancia cerebral. Pero los resultados no terminan ahí, pues se ha llegado a comprobar también que los genes que determinan la estructura del cerebro son menos de 100 mil, existiendo pocas diferencias entre los seres humanos y los primates (Maffei: 9-10).

Asimismo, se ha llegado a comprobar que el cerebro humano, funcionalmente hablando, puede dividirse en dos hemisferios que, solo aparentemente, obedecen a la ley de la simetría pues, en realidad, las diferencias anatómicas entre ambas partes son notables. Los estudios más recientes, basados en tomografías a emisión de positrones (PET, por sus siglas en inglés), han demostrado que la división hemisférica tiene bastante sentido desde el punto de vista fisiológico. En el lóbulo izquierdo se concentra la actividad cerebral respecto al uso del lenguaje escrito y hablado (área de Broca), la articulación, la percepción y los procesos lógico-secuenciales. En el lóbulo derecho se concentra la elaboración visiva de los eventos, de su organización espacial y de la interpretación emotiva.

A la par de esta distinción, los investigadores de las neurociencias han propuesto diferenciar las distintas áreas del cerebro mediante un modelo evolutivo. Para este esquema, el cerebro se compone fundamentalmente de tres estratos que representan, teóricamente, los grados de evolución del cerebro humano. En primer lugar se encontraría una parte central, llamada cerebro reptiliano, encargada de controlar las acciones más automáticas del cuerpo humano. En segundo lugar existiría un segundo estrato, de posterior aparición, que se encargaría de regular la vida emotiva. Finalmente, un tercer estrato sería la corteza cerebral, siendo el más superficial de todos y el último en evolucionar, pues estaría encargado de controlar las acciones “voluntarias”. Como si el cerebro fuera una especie de cebolla con muchas capaz que se han ido agregando a través del tiempo, los diferentes estratos representarían diferentes grados de evolución y de sofisticación de los procesos cerebrales. ¿En caso de existir, dónde sería lógico buscar la libertad? Al parecer, si por libertad entendemos la causa consciente de nuestras acciones, está tendría que ser buscada en la corteza cerebral.

La neocorteza, o la superficie exterior del cerebro humano, se ha divido también en cuatro partes. En primer lugar, el lóbulo frontal, donde se concentran los procesos de movimiento y planificación. En segundo lugar, el lóbulo parietal, que se encarga de procesar las sensaciones somáticas relacionadas con el tacto y la imagen del cuerpo. En tercer lugar, la región occipital, encargada de los procesos de la visión. Finalmente, el lóbulo temporal, que procesa la información del sentido del oído, el aprendizaje, la memoria y las emociones.

Para las neurociencias, el problema de la libertad está relacionado con dos cuestiones esenciales: el desarrollo de la inteligencia (racional y emocional) y la capacidad de planificación. Esto significa que si el ser humano puede ser considerado libre, los elementos de dicha facultad deben ser buscados en el desarrollo de las capacidades para resolver problemas y para prever escenarios futuros. A la par, dejaría de ser entendida como una capacidad espiritual de indeterminación o no-causalidad, para ser comprendida dentro de un esquema de pluricondicionamiento.

La libertad, entendida en estos términos, no podría ser deducida de una mera intuición individual, sino más bien de las capacidades mentales para superar los problemas que se nos presentan en nuestra vida cotidiana, mediante la inteligencia, y de nuestra capacidad de anticiparnos a los eventos, mediante el cálculo. La libertad no sería un estado de indeterminación biológica o física sino, más bien, un estado cerebral determinado, que nos permitiría superar nuestros condicionamientos externos mediante procesos neuronales bastante complejos.

Uno de los sistemas filosóficos más brillantes desde el punto de vista racional por su coherencia interna, su rigor metodológico y su sensatez lógica es el sistema kantiano. Para este filósofo, la libertad humana no era algo que debía intuirse de las experiencias empíricas sino, más bien, algo que debía deducirse racionalmente de los condicionamientos de la mente humana. Kant creyó que el ser humano es libre porque sus acciones pueden estar determinadas por principios y por máximas universales. En su Kritik der praktischen Vernunft (Crítica de la razón práctica), dice que la idea de la libertad es la única cuya posibilidad conocemos a priori sin todavía comprenderla, porque es la condición de la ley moral (Kant: 4).

La explicación de Kant es sencilla y comprensible: los seres humanos podemos actuar teniendo como motivo el cumplimiento del deber y no la satisfacción del placer, siendo esta capacidad redentora del instinto la fuente de nuestra supuesta libertad trascendental. Al final de su trabajo moral, Kant defiende la existencia del Bien Supremo, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios como las deducciones lógicas de la existencia de la libertad trascendental en el ser humano.

Actualmente, las tesis de Kant parecen ceder terreno ante las de Schopenhauer. Que el ser humano pueda ser considerado libre o no-libre depende más del funcionamiento de su cerebro que de la existencia de entidades supremas como Dios, el alma o el Bien Supremo. El problema de la libertad está ciertamente vinculado al problema moral del bien y el mal, así como al problema jurídico del delito y el castigo, pero ya no se puede presuponer como la condición necesaria de la existencia humana.

Las neurociencias están aún en una fase incipiente de desarrollo, por lo que es posible predecir que en un futuro revelarán muchos secretos acerca de la forma en la que pensamos, creemos, sentimos y deseamos. El problema de la libertad sigue siendo, pues, un debate abierto, un encuentro polémico para el que todavía no tenemos respuestas concluyentes, pero sí aproximaciones verosímiles: si la libertad existe, ya no puede ser pensada solo como indeterminación, ni mucho menos como una capacidad meramente espiritual; por el contrario, debe ser pensada como una facultad biológica en la que están implicados nuestro cerebro, nuestra inteligencia y nuestra creatividad.

Es muy posible que en un futuro dejemos de pensar en la libertad como algo con lo que nacemos y con lo que crecemos inevitablemente. Es posible también que nos demos cuenta de que los riesgos que corre nuestra presumible libertad no se encuentran en el exterior —en los sistemas de espionaje, en el control estatal o en la manipulación de las masas mediante los medios masivos de comunicación—, sino en la imposibilidad de desarrollar nuestras propias capacidades fisiológicas. Por ahora, la libertad puede ser presentada solamente como una metáfora complicada e incompleta para describir la complejidad del cerebro humano. Este órgano fundamental condiciona nuestra existencia pero lo comprendemos muy poco, por lo que podemos esperar que en un futuro no muy lejano, cuando lo comprendamos más, nuestras propias ideas acerca de la religión, la moral, la política, el derecho y la economía cambien drásticamente. Es bastante probable que el motor de ese cambio sea la ciencia.

 

Damasio, A.R., Descartes’ Error: Emotion, Reason, and the Human Brain, Putnam Book, New York, 1994.

Ferrares, Maurizio, La mente é soltanto il cervello?, Repubblica, Roma, 2012.

Kant, I., Crítica de la razón práctica, FCE, México, 2005.

Legrenzi, Paolo, La mente, Mulino, Bologna, 2002.

Maffei, Lamberto, Il mondo del cervello, Laterza, Roma, 1998.

Marconi, D., Filosofía e scienze cognitive, Laterza, Roma, 2001.

Sartre, J.P., El existencialismo es un humanismo, Edhasa, Barcelona, 2006.

Schopenhauer, Arthur, Los designios del destino, tr. de Roberto Rodríguez Aramayo, Técnos, Madrid, 1999.

–, Sobre la libertad de la voluntad, Alianza, Madrid, 2000.

Zeki, S., A Vision of the Brain, Blackwell Scientific Publication, Oxford, 1993.

_________

DIEGO ALFREDO PÉREZ RIVAS es doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es investigador invitado en la Università degli Studi di Torino.

2 Respuestas para “La libertad y el cerebro humano
  1. jose aldemar sivieso dice:

    Pésimo artículo, sin duda un teórico que no sabe absolutamente nada de práctica nunca llegó a aterrizar una idea concreta. Gente que se queda en las teorias, no contribuye en nada, sólo critica y no aporta nada. Pérdida de tiempo hasta para leer.

  2. Julia dice:

    felicidades!!!

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