Por ignorancia, por falta de rigor ético y metodológico o incluso por mala fe, cada vez abundan más las mediciones que —aprovechándose de la credibilidad que se asocia a la presentación de datos numéricos en forma de gráficas, tablas, cuadros, etcétera— informan mal o de plano engañan al público, lo cual es un problema grave.
I. Oportunidad degradada
Nunca antes el ser humano había contado con tanta información sobre tantos temas apasionantes. Pensemos en la cúpula celeste agigantada por los envíos del Hubble, o en el DNA, descubrimiento que fue calificado como “el lenguaje de Dios”, o en la profundidad de los mares, que hoy se mide en miles de metros que son rastreados con toda precisión por ojos artificiales, o la nanotecnología. Nunca antes habíamos tenido tanta información económica, social, cultural, es decir, sobre las formas de convivencia que nos hemos dado. El referente inevitable es Angus Maddison y su apabullante estudio, La economía mundial: Una perspectiva milenaria. Ahora sabemos cuándo se generó la riqueza, y cómo. Sabemos, con mediciones precisas, cuándo el carbón desplazó a la leña, y el petróleo al carbón, y lo que venga.
Esta casa, Este País, nació precisamente con la misión cultural de acercar a las ciencias sociales y, en general, a los estudiosos a aproximaciones fácticas que debían anteceder a las opiniones. Encuestas que eran inexistentes hace un cuarto de siglo, prospectiva que era muy escasa, indicadores de rumbos, etcétera. Sin embargo, podríamos estar llegando a un momento en el cual, como dirían los economistas, los rendimientos de tanta información empiezan a ser marginales. Hay tanta información sobre un mismo asunto que solo los especialistas, y después de mucho trabajo, pueden separar los verdaderos hallazgos de la paja. Tantas mediciones simultáneas pero con metodologías y aproximaciones diferentes generan confusión, el polo contrario de lo deseable.
Una vez más, los dineros están involucrados, pues la información que suene novedosa vende muy bien. Los medios de comunicación son un barril sin fondo que devora información diariamente, hora a hora, minuto a minuto, sin llegar jamás a la saciedad. Pero, ¿de verdad estamos mejor informados? ¿Tiene el ciudadano de a pie anclajes claros de lo que está ocurriendo en su país y en el mundo? Un recurso universal que desquicia una lectura más equilibrada de la realidad es el galopante impresionismo que usan las pantallas para generar rating, más audiencia. Las escenas de violencia invaden los televisores. Las agencias productoras de información son tantas que “la gente”, abarque lo que abarque esta expresión, no conoce los grandes rumbos o trazos. Con frecuencia la información se contradice y el ciudadano termina por desconfiar de todo. Una de las paradojas del siglo XXI es vivir invadidos de información de la cual desconfiamos.
II. La confusión como prédica
Parecieran detalles pero no lo son. Cuántas escenas hemos visto en las pantallas televisivas precedidas por: “Para conocer el sentir ciudadano realizamos una encuesta. Nuestros micrófonos fueron a las calles”. Acto seguido, un reportero, micrófono en mano, entrevista en la misma esquina y a la misma hora a los ciudadanos que le vienen en gana y les formula más o menos la misma pregunta. El locutor no sabe distinguir lo que es una encuesta de un sondeo; además, un ejercicio así ni siquiera es un sondeo.
Otro ejemplo: con frecuencia en las sobremesas se escucha, entre personas educadas e informadas, sobre la terrible era de violencia que vive la humanidad. Pero desde hace años se llevan a cabo mediciones muy serias al respecto, como el Global Peace Index, que con 22 indicadores cualitativos y cuantitativos abarca 162 países, cubriendo 99.6% de la población mundial. El puerto de desembarque son cinco categorías de seguridad: muy alta, alta, mediana, baja y muy baja. Los indicadores son muy sensibles para cada país y es evidente que en algunos de estos hay retrocesos. Por ejemplo, en 2013 Ucrania, Siria y Sudán del Sur tuvieron tensiones y conflictos bélicos abiertos. El terrorismo creció en Iraq, Filipinas y Libia.
Pero el rumbo en general después de la Segunda Guerra Mundial es un decrecimiento en el número de conflictos y, por supuesto, de muertos. Además, durante ese siglo hubo un giro en las muertes. En las dos guerras mundiales, la gran mayoría de las muertes eran civiles. Los cálculos para la primera son muy imprecisos, entre 10 y 30 millones; para la segunda, entre 50 y 60. Los bombardeos indiscriminados sobre las ciudades y el Holocausto son parte de la explicación. Sin embargo, la especialización técnica y la precisión de los armamentos han hecho que las cifras se inviertan. En los últimos conflictos bélicos predominan las bajas de militares. El rumbo no deja duda. Kant apostó a que la democracia lentamente iría arrinconando a las guerras. Es mucho más fácil que un dictador provoque una guerra a que la misma sea aprobada por un congreso democráticamente electo. Corea del Norte es un ejemplo.
III. Ni lo elemental está claro
Lo mismo ocurre con otras mediciones internacionales. The Freedom House muestra el muy sensible avance de las democracias en las últimas décadas del siglo XX y también de las libertades básicas del ser humano. Otra medición central es la que lleva a cabo el Banco Mundial sobre la reducción de la pobreza en los últimos 15 años. Los raseros son muy claros y no han sufrido alteración para dar continuidad a la serie: porcentaje de personas viviendo con menos de 2.5 dólares o menos de 10 dólares al día. Tan solo China redujo 54% la primera categoría, e Indonesia 31%. México disminuyó un 13% el número de los más miserables y alrededor de 10 puntos la segunda categoría (menos de 10 dólares por día).
Pero entonces, ¿por qué en los indicadores del Coneval ahora se habla de más de 50 millones de pobres? El Coneval es una institución muy seria y por años manejó tres categorías: pobreza extrema (hambre), pobreza de capacidades (educación) y pobreza patrimonial (condiciones de vivienda, etcétera). Las tendencias eran claras, mostraban una baja sistemática en las tres categorías y un brinco estremecedor después de la crisis de 94-95. Pero de pronto, por mandato de ley, cambiaron de metodología, convirtiendo la medición en “multifactorial”, o sea un cajón de sastre, y así llegamos a la nueva cifra: más de 50 millones de pobres. A la sencilla pregunta de si los pobres han aumentado o disminuido en nuestro país, la “gente” no sabe qué contestar.
Paradójicamente, el Índice de Desarrollo Humano (IDH), ideado por Amartya Sen y aplicado por Naciones Unidas anualmente, da otra lectura. La gran aportación de este índice multifactorial es precisamente medir las condiciones de vida de la población no solo a partir del ingreso per cápita sino también de la esperanza de vida, el avance en los sistemas de salud, la mejora en educación y la infraestructura. En el IDH México ya aparece en la categoría de los países de “desarrollo humano alto”, precisamente por el aumento en la esperanza de vida y la extensión de los sistemas de salud pública y de educación, por más que nos quejemos. En los hechos, la vida de los mexicanos ha cambiado radicalmente. Basta con comparar la calidad de la vivienda en 1960 y en 2010 (ver el Cuadro) o la evidente mejoría en el equipamiento de los hogares (ver la Gráfica 1).
El INEGI tiene su propia ruta y reporta un aumento en la pobreza en lo general entre 2010 y 2012. Maneja dos categorías: pobreza moderada y pobreza extrema. La “moderada” aumentó en medio millón de personas y la extrema disminuyó en millón y medio. ¿Por qué? Resultado: 53.3 millones en pobreza. Por cierto, ¿qué entiende el lector por “pobreza moderada”? A mí no me queda claro. Es tener hambre, pero no mucha. Es tener casa, pero con goteras. ¿Ha escuchado usted a alguien decir “soy pobre moderado”? ¿En qué consiste la moderación?, ¿acaso en la aceptación razonable de las carencias? Coneval registra una caída del 8% en el ingreso laboral. Será esta la explicación.
Por cierto, Banamex y la Fundación Este País realizaron un potente estudio en 2010, es decir, justo después de la crisis económica más reciente, que le pegó también a México. Preguntamos hacia atrás y hacia delante, por el pasado y el futuro, por la condición de los padres y por los hijos —les irá mejor, peor o igual. Los datos son asombrosos. La mitad de los entrevistados respondieron que están igual que sus padres; mejor, uno de cada tres mexicanos, y peor, un 14%. Pero en plena crisis los mexicanos (esos que, según se dice, se están empobreciendo) miraron al futuro con gran optimismo: uno de cada tres, el 34%, prevé un futuro igual; uno peor, el 7%, y uno mejor, el 57%. Si a eso agregamos que la gran mayoría de la población se asume ya como clase media (ver la Gráfica 2), entraremos en un dilema: o son tontos y no se dan cuenta de su empobrecimiento, o las mediciones dejan mucho que desear. Por supuesto, me inclino por la segunda. Eso no obsta para aceptar un grave problema en el poder adquisitivo de los mexicanos.
IV. Hacia arriba o hacia abajo
Quizás el mejor registro reciente de la movilidad en nuestro país sea el del Centro de Estudios Espinosa Yglesias. La movilidad ascendente depende de las tasas de crecimiento, del ahorro y, por supuesto, del nivel educativo. Pero quizá la más relevante sea la movilidad descendente: ¿por qué se empobrecen las familias en México? El tema da para mucho, pero hay dos variables claras: la carencia de un sistema de salud universal que impida el empobrecimiento de aquellas familias que caen en desgracia por alguna enfermedad. México es el país de la OCDE que más gasto privado realiza por familia. La madre tiene ISSSTE, el padre IMSS, se enferma el niño y lo llevan con un médico privado ante la incapacidad de las instituciones de atender con eficiencia. La otra variable a estudiar son los accidentes, que ya le cuestan al país 150 MMD (1.7% del PIB, según la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros). Un accidente de un coche no asegurado que genera lesiones y daños materiales a terceros puede ser un calvario para una familia de escasos recursos.
Como vemos, motivos para la confusión hay muchos. Con frecuencia las cifras son arrojadas sin explicar de qué se trata. El Banco de México realiza una encuesta mensual entre especialistas para medir el estado de ánimo en ese nicho muy particular. En realidad no es una encuesta, ya que no hay muestra, aleatoriedad, etcétera. Es un sondeo sistemático bien realizado y de gran utilidad. En la más reciente entrega, de septiembre de 2014, un 22% de los especialistas ven la violencia como el primer obstáculo para la economía mexicana. Así lo cabecearon los diarios.
En cambio, si se va a la calle, como lo hace la encuesta sistemática en vivienda de El Universal / Buendía&Laredo (1,000 cuestionarios), uno encuentra que la prioridad para los mexicanos en general, y por mucho, es generar empleos: el 59%, frente al 21% que se inclina por disminuir la inseguridad. De hecho, desde hace un año se conservan las tendencias. El dato más reciente es que la mayoría de los mexicanos, el 49%, expresa que el principal problema que debe atender el presidente Peña Nieto es el económico, contra el 33% que se inclina por la seguridad. Los dos estudios son válidos, con objetivos distintos. Pero la imagen que queda en la opinión dependerá del manejo de los medios.
V. Dato duro o percepción
Uno de los grandes vicios de una numeralia irresponsable es no distinguir la percepción de los datos duros. Transparencia Internacional lanza anualmente un Índice de Percepción de la Corrupción (CPI, por sus siglas en inglés). No hay engaño, es de percepción, y desde hace años se le critica, pero no se ha planteado un sustituto adecuado y el estudio sigue diciendo mucho. Es una encuesta de encuestas que, sin embargo, muestra consistencia en algunos rubros, por ejemplo, la presencia de los países escandinavos en los primeros lugares. México no ha logrado superar una calificación de 3 sobre 10. Esto no quiere decir que México no haya registrado avances en la lucha contra el flagelo. Hay países sin una ley de acceso a la información que aparecen por arriba de México. Lo que quiere decir es que la percepción de nuestro país al respecto es pésima, y es un problema real. Decía Berkeley que las percepciones son hechos en tanto que la gente cree en ellos.
¿Qué tan grave será el problema de la percepción de México en el mundo que ocupamos el lugar 22 en el continente, por debajo de Bolivia? También resulta difícil comprender un posicionamiento inferior al de países con un desarrollo institucional y económico o un nivel de escolaridad muy por debajo de los de México. Cito solo algunos: Gabón, Zambia, Liberia, Burkina Faso, Ghana o Namibia. ¿Cómo explicarlo?
El problema no radica en levantar índices de percepción. El problema es confundirlos con datos duros. Esto ocurre con frecuencia en los ejercicios del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés). El WEF realiza estudios duros, por denominarlos de alguna manera, pero también sondeos anuales a empresarios, analistas y especialistas. El número de cuestionarios ronda los 1,000 y la respuesta es voluntaria. En la jerga se les denomina “autocontenidos”, y siempre son riesgosos, en tanto que el interés por responder puede estar viciado de origen. Si gobierna la izquierda no será casual que ese grupo defienda las medidas de un Gobierno que no confía en los mercados. Ha habido años en los cuales se han respondido menos de 100 cuestionarios para México, que son la base para muchas cifras del Foro.
En violencia, el WEF sitúa a México en el lugar 140 de 144, por debajo de Pakistán, Yemen, Egipto, Haití, Nigeria y un largo etcétera. Queda claro que México atraviesa por un pésimo momento y que el narcoterror hizo mucho daño no solo al interior, sino también en la imagen de México en el mundo. Pero mejor vayamos a los datos duros: hay 10 países de América Latina con tasas superiores de homicidios dolosos por cada 100 habitantes, el dato clásico utilizado por Naciones Unidas (ver la Tabla). El Salvador, Guatemala, Jamaica o Belice tienen el doble o más de incidencia. Honduras tiene 450% más incidencia que México, pero el WEF da la misma calificación a ambos países, 2.7. Un caso similar es el índice de esta institución sobre pagos irregulares y “mordidas”, o el de la violencia que afecta a los negocios. Esos son índices basados en sondeos de “autocontenidos”.
En el Informe Anual de Competividad Global del WEF del periodo 2011-2012, México ascendió 8 posiciones, al sitial 58. Nos felicitaron por pertenecer al grupo de países con mayores avances. Ese dato coincidía con la tendencia reportada por el Banco Mundial. En el informe del WEF correspondiente a 2014-201515, México desciende seis posiciones. Explicaciones de por qué ascendíamos se dieron varias: había mejoría en instituciones, infraestructura, salud, educación básica y superior, eficiencia en los mercados de bienes y laboral, y desarrollo del mercado financiero. La caída un año después la explican por la competitividad, las instituciones, el sistema educativo y el mercado laboral. ¿Por fin? Lo curioso es que en 2013, el periodo evaluado, se lanzaron varias reformas estructurales de las cuales la laboral y la educativa ya están en curso.
VI. Seamos serios
Por negocio, por protagonismo personal e institucional, por amarillismo informativo, por falta de conocimientos, por dogmatismo, por intereses políticos… Razones hay muchas, pero las cifras deben ser más respetuosas con la ciudadanía. Recordemos que México tiene menos de 10 años de escolaridad promedio. La danza macabra de cifras encuentra terreno muy fértil para generar confusión e incredulidad. Provocar confusión no alienta la sana evaluación que debe haber en toda democracia. Pervertir las cifras, las estadísticas, es un brutal retroceso. Carencias y avances deben ser reportados con claridad y bases firmes. Lo demás es demagogia vestida de porcentajes, disfrazada de índices y posiciones danzantes, que son una ofensa al sentido común. Las cifras por sí mismas nunca serán perversas. El ser humano es capaz de todo, incluso de pervertirlas.
Los números no mienten. Los humanos los torcemos para ganar dinero, para engañar.
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FEDERICO REYES HEROLES es director fundador de la revista Este País y presidente del Consejo Rector de Transparencia Mexicana. Su más reciente libro ensayístico es Alterados: Preguntas para el siglo XXI (Taurus, México, 2010). Es columnista del periódico Excélsior.