Se dice con frecuencia que, al contrario de lo que pasa en otros campos, los problemas sociales no se resuelven aplicando fórmulas. Sin embargo, hasta ahora la estadística es la herramienta más confiable que tenemos para identificar tendencias, preferencias y comportamientos colectivos.
La utilidad de los índices como
herramienta de comparación y análisis
En el ámbito de las ciencias sociales, uno de los retos principales que enfrentamos al estudiar fenómenos y procesos complejos es la dificultad de medirlos directamente. Muchos temas centrales de nuestra era —la calidad de vida, la pobreza y la desigualdad de oportunidades, la inseguridad, la corrupción y el buen gobierno— no son fácilmente cuantificables, porque son conceptos abstractos y porque casi siempre resultan de la interacción de muchas otras variables. Así, quien se proponga medir estos temas no solo debe definir sus determinantes y cómo interactúan entre sí, sino también enfrentar la posibilidad de que algunos de esos determinantes tampoco sean medibles (o que su medición, expresada en variables, no esté disponible).
Que muchos de los temas centrales de nuestra sociedad no sean fácilmente medibles no quiere decir que no valga la pena intentarlo o que no sea posible realizar estimaciones razonables y valiosas para entender el mundo. Por el contrario, la búsqueda de modelos teóricos y empíricos para evaluar, comparar y dar seguimiento en el tiempo a fenómenos y procesos complejos es una actividad de creciente importancia. Gobiernos, universidades, centros de investigación e instituciones privadas invierten cuantiosos recursos en el desarrollo y aplicación de metodologías para medir la felicidad, la brecha de género o el riesgo de conflicto armado. En este contexto, los índices son una de las herramientas más utilizadas por su carácter versátil y por su poder comunicativo.
Índices: ¿qué son y para qué sirven?
El concepto índice tiene muchas acepciones. En la más general, un índice es una señal o indicio de algo. En términos estadísticos, un índice es una estadística compuesta a partir de múltiples datos que sirve para describir y comparar, de manera sucinta y clara, el comportamiento de ese conjunto de datos a lo largo del tiempo y entre los sujetos evaluados. El índice es una sola cifra que por sí sola nos puede describir una posición relativa o una tendencia. Muchos de los índices más importantes en nuestra vida diaria se refieren al cambio, a lo largo del tiempo, de una misma variable. Estos son los llamados índices sencillos. Dos ejemplos de índices sencillos para el caso de México son el Índice Nacional de Precios al Consumidor, que elabora el INEGI, y el Índice de Precios y Cotizaciones de la Bolsa Mexicana de Valores. Ambos índices son promedios estadísticos de una canasta representativa de precios (bienes y servicios ofertados al consumidor, en el primer caso, y valores bursátiles, en el segundo).
Los índices compuestos (aquellos que se componen por múltiples indicadores) cumplen una función muy distinta a los índices sencillos. Mientras que estos buscan facilitar el seguimiento de una variable en el tiempo, aquellos buscan describir y hacer comparables procesos y fenómenos complejos que ocurren en diversos “sujetos” (países, regiones, ciudades, personas, etcétera, según sea el caso). Un índice aspira a reflejar una situación o tendencia compleja y facilitar su comparación y seguimiento en el tiempo.
Los índices y la transformación de paradigmas
A nivel internacional, quizás el índice compuesto de mayor influencia sea el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que elabora el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUND).1 Este índice, creado en 1990 por los economistas Amartya Sen y Mahbub ul Haq, tenía como objetivo cambiar el paradigma global de desarrollo. A fin de orientar la discusión sobre el desarrollo internacional hacia el bienestar de las personas y matizar la importancia del ingreso per cápita como medida de desarrollo, Sen y Ul Haq propusieron un nuevo índice, el IDH, que consiste en un indicador de salud, dos de educación y uno de ingreso. Desde 2010, la estimación del idh fue modificada para incluir la desigualdad en la distribución del ingreso, cuyo impacto en el bienestar de las personas es ahora mejor comprendido que cuando el idh fue originalmente concebido.
No hay duda de que el bienestar humano depende de muchas más cosas que los elementos que contempla el IDH. Temas centrales para el bienestar en un país como México, por ejemplo la inseguridad, la corrupción o la calidad de la educación, no están considerados. Pero tampoco hay duda de que los tres elementos del IDH son determinantes para el bienestar y pueden ser medidos en todos los países y comparados a lo largo del tiempo. A partir de muy pocos indicadores, el IDH describe a grandes rasgos la situación global en materia de desarrollo humano, y su utilidad como herramienta comparativa es ampliamente reconocida.
En contraste con el IDH de Naciones Unidas, existen índices compuestos por un gran número de indicadores. Este suele ser el caso de los índices que buscan enfatizar la relación entre el resultado global (el número índice, propiamente) y sus determinantes puntuales, sobre los cuales las políticas públicas tienen injerencia. Un ejemplo de este tipo de índices son la mayor parte de los índices de competitividad. Las instituciones que realizan índices de competitividad —como el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) o el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO)— parten de la premisa de que la competitividad (entendida como la capacidad para atraer y retener talento e inversión) depende, en un grado importante, de la implementación de buenas políticas públicas y de la existencia de un marco institucional y jurídico robusto y congruente con los objetivos citados. Por lo tanto, en un índice de competitividad, muchos (quizá la mayoría) de los indicadores considerados fungen como señales de política pública: los índices no solo describen la situación y la tendencia en materia de competitividad, sino que ofrecen un diagnóstico en torno a las áreas de oportunidad.
Las limitaciones de los índices
Si bien los índices pueden ser muy útiles como herramienta descriptiva, de comparación y de análisis de diversos fenómenos complejos, siempre se deben tener muy claros sus alcances y limitaciones. Un índice se crea a partir de un modelo conceptual que relaciona los indicadores individuales con el concepto específico que se busca medir. Por ejemplo, en el modelo conceptual del IDH se plantea que el desarrollo humano está determinado por indicadores de salud, ingreso y educación.
Por otra parte, los índices casi nunca son modelos de equilibrio general ni parcial, y tampoco hacen explícitas las interacciones entre los indicadores considerados. A grandes rasgos, un índice es un promedio estadístico de una serie de indicadores que colectivamente representan o determinan un concepto. Nunca se debe perder de vista que se trata de un ejercicio aproximativo. Como se señaló anteriormente, el desarrollo humano implica muchos más conceptos que la educación, la salud y el ingreso. La disponibilidad de datos de calidad (generados a partir de metodologías confiables y replicables) limita considerablemente el ámbito de acción de los índices: hay muchas cosas importantes para la competitividad que no pueden ser incluidas o que no pueden ser convertidas en indicadores para los índices del IMCO o del WEF porque no existen los datos o porque, en el caso de la corrupción, no son medibles.2 La inevitable ausencia de algunas variables relevantes en un índice por falta de datos no desacredita la función o utilidad del índice, pero sí puede representar una limitación importante.
Que los datos hablen: replicabilidad
y transparencia en la elaboración de índices
Aunque los índices no son inherentemente políticos, es verdad que en ocasiones los resultados que arrojan pueden formar parte del debate político. Como herramienta para describir y comparar fenómenos complejos, los índices tienen implicaciones políticas que son directamente proporcionales al peso mediático y el reconocimiento social que reciben. En ese sentido, los índices no son distintos de otros tipos de información (reportes, estudios, notas periodísticas) que arrojan luz sobre diversos aspectos del desempeño de gobiernos y entes públicos.
Lo que puede diferenciar a un buen índice de otros tipos de información políticamente sensible es su capacidad para trascender la controversia dejando que los datos hablen. Un buen índice debe ser el resultado de una metodología sencilla, transparente y replicable. Cuando se realiza un índice con estas características se pueden suscitar discusiones sobre la elección de indicadores o el modelo conceptual utilizado (incluyendo el método de ponderación de los indicadores, en caso de que no sean iguales sus pesos), pero se cancela la posibilidad de alegar que hubo dolo o manipulación para afectar o beneficiar a países o a otros sujetos específicos. Este es el esquema que desde hace varios años ha implementado el IMCO para realizar sus índices de competitividad.
En el caso opuesto, los índices que constan de indicadores que no son revelados públicamente, con pesos secretos, suelen suscitar cuestionamientos razonables sobre la robustez del ejercicio. La opacidad en la estimación de un índice puede terminar por destruir su credibilidad. Un ejemplo ilustrativo de lo anterior es la manipulación del índice de precios al consumidor de Argentina publicado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) de aquel país entre 2007 y febrero de 2014. En este periodo, las sospechas en torno a la manipulación sistemática de dicho índice orillaron a muchas organizaciones, analistas y medios de comunicación a dejar de tomar esas cifras seriamente.3 El problema era que el Indec no revelaba cómo estimaba el índice de precios al consumidor, es decir, cuáles productos consideraba y cuál era su base de datos de precios. Sin transparencia metodológica, sin dejar que los datos hablen, un índice está condenado a perder credibilidad y, por lo tanto, a volverse irrelevante e inútil. En el caso de Argentina, la manipulación del índice de precios motivó a los analistas a realizar sus propias estimaciones de la inflación.4
Conclusión
En el mundo de las estadísticas, los índices son una herramienta relativamente sencilla para hacer concreto lo abstracto, para describir el comportamiento de indicadores y compararlos, entre sí y en el tiempo. Muchos fenómenos sociales y económicos son demasiado complejos como para describirlos mediante un solo indicador, o bien no son directamente medibles. Sin índices, no podríamos hablar de desarrollo humano como un indicador, o de calidad de vida o de competitividad. Los índices facilitan la construcción de conceptos importantes y complejos que abarcan múltiples indicadores. Es importante tener siempre presentes sus alcances y limitaciones: no son modelos predictivos ni nos permiten hacer inferencias causales. Su función principal es descriptiva, no analítica.
La robustez, transparencia y replicabilidad metodológica son los pilares de la relevancia y la credibilidad de un índice. Cuando un índice se torna relevante, es inevitable que sus resultados puedan herir susceptibilidades. Por ello, publicar, a la par del índice, tanto los datos primarios utilizados como la metodología de cálculo (incluyendo los ponderadores de los indicadores) es crucial para neutralizar cualquier acusación de dolo en la estimación del índice. De otro modo, como lo ilustra con particular elocuencia el caso del índice de precios al consumidor de Argentina, un índice opaco y poco creíble está condenado a la irrelevancia.
1 PNUD, Índice de Desarrollo Humano <http://hdr.undp.org/en/content/human-development-index-hdi>.
2 La corrupción, entendida como el abuso del poder público para fines privados, es por definición un fenómeno que ocurre en secreto y que es por lo tanto difícilmente medible. Sin embargo, diversas organizaciones realizan encuestas de percepción de corrupción, bajo la premisa de que el nivel real de corrupción en un país o entidad está estrechamente relacionado con la percepción que se tiene de ella.
3 Ver, por ejemplo, “Don’t lie to me Argentina”, The Economist, 25 de febrero de 2012 <http://www.economist.com/node/21548229CVNM>.
4 El nuevo índice de precios al consumidor de Argentina, publicado a partir de febrero de 2014, no ha resuelto el déficit de credibilidad de las cifras oficiales de ese país en materia de inflación. Ver “Argentine inflation data questioned even after reforms”, Reuters, 7 de mayo de 2014 <http://www.reuters.com/article/2014/05/07/argentina-inflation-idUSL2N0NR0QZ20140507>.
GABRIEL TARRIBA es consultor del Instituto Mexicano para la Competitividad <[email protected]>.