Hombre y no profeta
Paul Valéry sostenía que para compenetrarse en el criterio rector de la Historia había que entender que el Cristianismo en la era de Platón tenía la misma relevancia que el uso de la energía eléctrica en los días del Imperio napoleónico. Lo que se propone Jonathan Sperber con su soberbia biografía Karl Marx, una vida del siglo diecinueve (2013) es precisamente respetar ese criterio para rescatarnos al filósofo alemán sin contaminarlo de la sesgada interpretación moderna que lo condena y le atribuye la paternidad del Gulag o lo deifica y le concede un poder de vaticinio tal que interpreta que la crisis global de 2008 ya estaba contemplada en sus escritos. Escrupuloso, Sperber nos demuestra cómo hasta las traducciones fallidas de la obra de Marx han contribuido a una imagen distorsionada del pensador y activista. El autor nos sitúa con pródigos detalles en el contexto que nutrió y formó al personaje y, al tiempo que cumple con su premisa de redefinirlo, nos ofrece —lejos de lo que el lector medio pudiera suponer— una narración extremadamente divertida y apasionante.
¿Quién ve más claro?
Los pesimistas juzgan que, en tanto civilización, damos un paso al frente y luego retrocedemos tres. Una idea semejante fue lanzada por Giambattista Vico en su Ciencia nueva de 1785, donde comparaba el movimiento de la Historia al del oleaje marítimo, que simultáneamente embiste y se repliega. Una teoría afín es la de la pendularidad, aunque plantea el movimiento en un sentido lateral: en lugar de avance y retroceso, nos cargamos a un lado u otro del camino. Nos dice: un extremo genera otro de intensidad equivalente y sentido opuesto, a una era brillante le sucede otra oscurantista. El espíritu exaltado del romántico es reemplazado por un clasicismo austero. Así, nos explicamos más recientemente el “destape español” de los años setenta como consecuencia del periodo franquista, o la explosión de las marchas de orgullo gay en contraste con una duradera tradición de castigo a la diversidad sexual. Bajo la concepción del movimiento pendular de la historia pensaríamos que quienes ven más claro, los que no caen en los extravíos cíclicos, no ocupan necesariamente un lugar de avanzada sino que se sitúan al centro, en un justo medio, y su virtud consistiría en repeler la tendencia a la travesura vindicativa o su contrario, la severidad del amargo inmovilismo.
Concesión al opresor
Le he aplicado itálicas al término diversidad sexual porque juzgo que es una concesión no consciente al vocabulario opresor: una vez liberados cabalmente del yugo mental debiera llamarse sexualidad, a secas.
Frase del mes
“La doctrina del justo
medio no es interesante: yo recuerdo con qué desprecio e indignación la rechazaba cuando era joven y no admiraba más que los extremos heroicos”.
Bertrand Russell
Simple y sencillamente
Viniendo de una palabra en inglés que significa alegre o festivo, el vocablo gay tiene un efecto limitante. Contradictorio es que aquellos que tienen el ímpetu de liberarse adquiriendo dignidad e identidad personales comiencen por consentir una etiqueta empobrecedora. Esa docilidad duele.
Por supuesto, el júbilo de la liberación sexual se entiende desde el punto de vista histórico (otra vez la mentada pendularidad) y también como parte natural de un proceso anímico. Pero una vez detonado el goce inaugural sale a relucir el sinsentido del concepto básico de orgullo gay, que rivaliza con el argumento de que la homosexualidad es una condición biológicamente predeterminada. No se siente orgullo de lo congénito; es algo que se reconoce como propio, simple y sencillamente.
(Para rematar, no olvidemos la peligrosa combinación entre el sentido de revancha histórica y el orgullo: piénsese en los pueblos que caen en el espejismo nacionalista y las razas escogidas.)
Posdata
Al argumento de la predeterminación me gustaría encontrarle un matiz en aras de rescatar el libre albedrío y un margen para la existencia de la psique individual. Claro que carezco de los conocimientos científicos pertinentes pero por sentido común no me parecería descabellada la hipótesis de que más que de un imperativo genético, la homosexualidad pudiera resultar de una predisposición biológica a la que se suman condiciones de un entorno y sobre todo una voluntad y una conciencia, de ese modo se extirpa el aire de fatalismo y se abre un campo para la opción personal, además de que con ello se convierte en sujetos éticos a los particulares en cuestión, de lo contrario permanecen como meras piezas de un ciego ajedrez de la vida. En ese mismo sentido, hay otra concesión al criterio retardatario, como si se dijera: hay que perdonar a los homosexuales porque ellos no escogieron ser así. Se quiera o no hay un ingrediente propio del rol de víctima que se cuela en ese perfil y resulta inaceptable.
La televisión de hoy
Heredera de la mejor televisión de hoy, la serie Ray Donovan se perfila hacia su segunda temporada. Una historia turbia e inquietante donde destila una ambiente viciado de corrupción y abuso. Los personajes son casi todos seres atormentados y con una dañada vida emocional. Así como en el planteamiento inicial de su trama Los soprano tenía claras resonancias de Hamlet (las tribulaciones de un hijo heredero, la asociación incestuosa de la madre del protagonista con un cuñado que es el potencial usurpador del trono, etcétera), el turbio drama Ray Donovan nos recuerda en más de un rasgo a Los hermanos Karamázov (un padre procaz y bufonesco, un hijo asceta, otro disperso y disoluto, y uno más que pugna con el padre por el liderazgo familiar). La antes llamada “caja idiota” sigue su vida de siempre en las telenovelas y emisiones de Laura, pero no deja de subrayar cuál puede ser su brillante destino.
Marx en Paz
En su disfrutable estudio El humanismo de Marx, el erudito Rodolfo Mondolfo ya había expuesto algunas de las preocupaciones originales del joven Karl Marx en el contexto de su deuda con Juan Jacobo Rousseau. Sin embargo, Rousseau, inspirador de jacobinos, destaca por el aspecto lírico de su sensibilidad: como escritor de novelas sentimentales es precursor del romanticismo y su talento de músico lo lleva a componer siete óperas. Sus Reflexiones de un paseante solitario exaltan la introspección y el peso legítimo de lo subjetivo. Por su lado, en el compendio Marx en sus propias palabras, el renombrado teórico Ernst Fischer procura rescatar, a través de escritos poco conocidos, vetas que contrasten con la versión más trillada del personaje de Marx. Pero resulta una labor a contrapelo: Marx lucha por incrementar la temperatura de sus emociones hasta en las cartas de amor a Jenny von Westphalen: “Grandes pasiones —le escribe Karl a la novia— que, debido a la proximidad del objeto, toman la forma de pequeños hábitos, crecen y recuperan sus dimensiones naturales mediante el mágico efecto de la distancia”. Si algo se sale aquí de lo usual es la voz mágico, por lo demás queda claro que aunque aluda a las grandes pasiones, su tono es meramente reflexivo y no de grandes vuelos pasionales. En un inspirado párrafo donde viene de referirse a Fourier y la creencia de este respecto a que es el deseo lo que une a la humanidad, Octavio Paz deja consignadas las que parecerían ser las más demoledoras palabras que hayan medido a Marx: “La palabra deseo no figura en el vocabulario de Marx. Una omisión que equivale a una mutilación del hombre”. (Las itálicas son del original.)
Los reyes del reciclaje
En el año de 1999, el ya clásico compositor de música popular Randy Newman, publicó la pieza “I´m dead (but I don’t know it)” —”Estoy muerto (pero no lo sé)”— en la que se mofa de tantas y tantas estrellas icónicas del rock and roll que siguen expuestas al público aunque hace años hayan dejado de tener algo qué decir realmente. Es terrible reconocerlo, pero Newman ha señalado con humor lo que nadie se anima a admitir: ¿qué pieza nueva, qué canción actual justifica la presencia de Mick Jagger o Paul McCartney, ambos con el cabello teñido, sobre los escenarios mundiales haciendo refritos devaluados de su música de antaño? Habrá quien diga que siguen produciendo ventas millonarias, pero está claro que ellos no necesitan ese dinero, por lo que la única explicación que queda es que la vanidad y la inercia les juegan una mala pasada. Siguiendo esa lógica se llegaría a interpretar que aquellos que sí se dejan las canas podrían al menos guardar la dignidad. Pero, salvo excepciones, tampoco eso es cierto. Lo que detona el género es la actitud del rebelde sin causa y esta pierde toda gracia después de determinada edad. Acaso lo que estaría proponiendo es que llegado el momento se olviden de la actitud y se concentren en la música. Y que se prohíban reciclar.
El caso Newman
Randy Newman es un notable exponente de su tradición: pocos poseen sus tablas como orquestador, melodista y letrista; es también un pianista dotado que al igual logra con el instrumento misterio y sutileza que parodia hilarante. Con un potencial de grandes alcances, el caso de Newman es un poco como el de Frank Zappa: tanto talento produce música con tropiezos, en una especie de autoboicot compulsivo. De pronto capturan la belleza pero tres compases después la atacan y derrumban: la capacidad de juego y de paráfrasis demasiadas veces actúa en contra de la propia obra, que se pierde de alcanzar la forma idónea que ya estaba a la mano.
El prócer impuntual
La primera página del libro de Sperber nos describe a un joven padre de familia de baja estatura, hombros anchos y oscuras cabellera y barba, que escribe casi espasmódicamente, con mecha corta, a jalones. Es disipado y como de costumbre se le ha pasado la fecha de entrega de un texto. El título del mismo es Manifiesto comunista.
En lugar del abominable perfil del prócer inmaculado, el biógrafo le da vida a un ser humano vibrante: contradictorio, seductor y de visión aguda. ~
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Escritor, artista plástico y cineasta, CLAUDIO ISAAC (1957) es autor de Alma húmeda; Otro enero; Luis Buñuel: a mediodía; Cenizas de mi padre, y Regreso al sueño. Su novela más reciente se titula El tercer deseo (Juan Pablos Editor, 2012).