El tú y el usted
Sin duda es ramificado y complejo el tema del tú y el usted. ¿Cuándo aplicarlo y por qué? Hasta donde entiendo, el usted es un igualador eficaz que brinda respeto sin suprimir la cordialidad. Digamos que a un mesero le hablo de usted porque él no estará autorizado por la gerencia a hablarme de tú, así quedamos en igualdad de términos. Lo que no comprendo es por qué —si lo que se pretende a toda costa es afianzar una atmósfera de democracia— se le diseña al presidente Peña, como antes a Fox y a Calderón, una dinámica protocolaria en la cual este le habla de usted a los demás políticos y de tú a los periodistas y a los interlocutores ciudadanos. ¿Qué significa esto? Me temo que lo único que encontraremos en el fondo es una planeación torpe y contradictoria. Lo concreto es que con el uso discrecional del tuteo nuestros últimos tres presidentes adquieren sin quererlo el tono del hacendado que de tan bonachón se acerca a sus asalariados y les da palmadas en el hombro, lo cual no lo redime como explotador.
Instinto histórico
Mi médico quiropráctico me explica que el cuello es particularmente delicado y que por instinto heredado de nuestros antecesores mamíferos tendemos a protegernos esa zona en extremo, como la liebre que teme que el gato montés le clave los colmillos en la yugular o cierre las mandíbulas para desnucarla. Tras la explicación introductoria, el doctor subraya que con la práctica de años ha detectado que los pacientes de origen francés tienen una reacción desmedida a la hora de que se les ajusta el cuello, dato curioso que ha confirmado al cotejar la experiencia con algunos colegas suyos. Se pregunta entonces, mitad abocado a la ciencia, mitad bromista, si el fenómeno se debe a una memoria celular de la guillotina, la herencia de un instinto de tipo histórico.
Sin aspavientos
En su memorable El extravío de la razón, publicada a principios del siglo XIX, Charles Fourier decía que, de existir, Dios tenía que ser una de dos cosas: o un ente maligno que ejerce crueldad sobre los humanos, o bien un imberbe que produce conflicto y desavenencia por mera torpeza, porque apenas ensaya la creación. Sin duda los ataques a la religión bajan y suben de tono cíclicamente, en reacción proporcional al clima de la época y a las acciones de las iglesias en cada momento histórico. Así, mucho ha cambiado la intensidad del discurso antirreligioso de cuando Bertrand Russell escribió Por qué no soy cristiano (1957) a Dios no es grande (2007) de Christopher Hitchens. El resurgimiento furibundo de los fundamentalismos durante las últimas décadas ha exacerbado a su vez el modo de plantear argumentos críticos a las distintas iglesias establecidas: ¿por qué hemos de ser corteses y tolerantes —se dicen los contestatarios— si los representantes de las religiones se comportan extremos y beligerantes? Hay una lógica inobjetable en tal planteamiento y, sin embargo, hay algo que a la larga no convence del acaloramiento en las argumentaciones del agnosticismo o la apostasía. Como se ha sentado, la circunstancia actual explica y justifica el tono combativo y aun así hay algo que nos dice que una auténtica superioridad racional debiera argumentar con mayor serenidad, lo cual no excluye el espíritu de la sátira, como lo demostró Russell en su herejía templada. Abonando a tal tesis, expondría que no conozco argumentación más rotunda en contra de las religiones en general que lo contenido en el modesto y pequeño libro de Laura S. Smith, El cronograma ilustrado de la religión, que lleva el subtítulo de Curso intensivo en palabras e imágenes. Al llanamente mostrarnos evidencias desde el paleolítico hasta los talibanes modernos y la muerte de Juan Pablo II, y narrando sin adjetivos ni sesgo las consecuencias históricas de la actividad religiosa, el caso contra las grandes iglesias del mundo queda mejor expuesto que a través de perorata alguna. Con la imparcial elocuencia del diagrama se entiende más allá de cualquier inclinación o prejuicio que las buenas intenciones iniciales de toda fe quedan pronto rebasadas y distorsionadas a la hora de la aplicación y que también es cierto que desde su origen cada iglesia conlleva una carga de atropellos y atrocidades necesarias para fincarse en las distintas comunidades, siendo mayormente afectados el avance del conocimiento y el pensamiento independiente. Resumiría: la virulencia le queda mejor al fanático. Los hechos por sí solos son devastadores y escandalosos, no requieren el ardor de la arenga.
Coincidencia
El tema anterior nos lleva a percatarnos de que los extraterrestres y el Ser Supremo se parecen mucho en cuanto a cómo, dónde y con quién escogen revelarse: en un páramo, sin más testigos que algún ignorante, semianalfabeto y de pocas luces. Jamás optan por mostrarse a un científico prominente o una figura social influyente, alguien de intelecto y/o credibilidad plena.
Más de extraterrestres
Hay una película del luchador enmascarado Santo, cuyo argumento gira alrededor de una invasión extraterrestre. En una secuencia climática, el líder de los marcianos (Wolf Ruvinskis) irrumpe en el atrio de una iglesia y está a punto de partirse la crisma con el enmascarado cuando aparece un cura que le exclama al Santo: “Hijo mío, ¿qué haces aquí?”. A lo que el héroe responde: “Estoy tratando de vencer a los invasores, padre Antonio”. Alzando ambos brazos, el cura añade: “Hazlo, pero no aquí, que es la casa de Dios”. Tras lo dicho por el cura, el invasor obedientemente se teletransporta al patio de la iglesia, seguido por el Santo, para ahí reanudar su zafarrancho. Lo que el espectador concluye tras la escena es que el poderío del Dios católico es interplanetario y que su ley la respeta hasta el marciano más malévolo, como Ruvinskis.
Recordemos a Max
Uno de los efectos liberadores de la poesía cantada de Bob Dylan es su manera humorística de manejar la prosodia y romper sus reglas doradas. Con orgullo patriotero habría que señalar que años antes que Dylan, nuestro Max Salazar, el autollamado Poeta del crucero, ya cultivaba una desaforada manera prosódica, contagiándonos su ánimo ligero: “Para celebrar su triunfo / el general se compró un fo / -nógrafo de los mejores…”. Cito —y mal— de memoria. No recuerdo si era general o coronel pero lo importante es la descarada división silábica dispuesta para lograr forzadamente la rima.
Cuando el vate tabasqueño escribe: “Maximiliano Salazar Primer / poeta y barbero / que vive en el crucero / aunque le pese al mundo entero…”. Los versos recuerdan el I shall be free No.10, del temprano Dylan, composición en la que se pasa restregándonos en la cara rimas de cómico facilismo, y culmina con la declaración: “I’m a poet / I know it / I hope I don’t blow it”. (El título I shall be free —“Yo seré libre”— podría sugerirnos también el fresco paso hacia la libertad formal que tan difícil nos parece debido a las camisas de fuerza que la cultura nos suele imponer).
Lectura sugerida
Para toda aquella legión de pedantes que aún cree que la intelectualidad requiere —y merece— un trato especial de parte de la sociedad circundante, recomiendo la lectura del libro Viaje al país de los Artícolas de André Maurois, una novela breve que se inscribe en ese género que empleara Jonathan Swift donde se satiriza y, más allá de eso, se establecen alegorías escalofriantes y demoledoras. La fábula de Maurois transcurre en una isla donde el orden social entero está dispuesto para facilitarle la tarea a los artistas, que han sido relevados de toda responsabilidad y cuya única tarea es producir obras de arte. A estos seres privilegiados lo primero que les cae encima es el vacío temático y eventualmente los carcome la parálisis. El protagonista y narrador escapa al fin del lugar para encontrar el amor y la verdadera vida.
Frase del mes
“El mundo de los seres vivos contiene suficientes maravillas y misterios tal cual es, maravillas y misterios que actúan sobre nuestra inteligencia y emociones de maneras tan inexplicables que casi justificarían la concepción de la vida como un estado de encantamiento”.
Joseph Conrad
La primera piedra
Apenas unos días después de la entrega de los premios Oscar de este año, edición en la que ganara múltiples y merecidos premios la película Gravedad de Alfonso Cuarón, en la misma ciudad de Los Ángeles se llevó a cabo una conferencia de prensa en la que la exitosa cantante Paquita la del barrio promovió una gira o acaso su nuevo disco. La cuestión es que por tratarse de una connacional, un reportero le preguntó de su sentir respecto a los triunfos de Cuarón, a lo que Paquita contestó que no tenía idea de lo que le estaban hablando, que no sabía quién era esa persona. Por supuesto, el medio periodístico recogió la noticia burlándose de la ignorancia de la cantante. Lo que personalmente encuentro atractivo del caso es que, mientras se convierte en objeto de mofa, lo que en realidad está exponiendo la cantante —sin proponérselo, claro— es la relatividad de los valores noticiosos; pone en tela de juicio la importancia objetiva de la información en general y afirma el derecho a desatender los contenidos de la prensa por más universales que se les considere. Pero la sociedad ya condicionada condena automáticamente a alguien por estar, según supone, fuera de la jugada, siendo que jugadas hay muchas posibles, y distanciarse del ritmo de las noticias diarias puede ser una muy sana y válida. Si el de la pintoresca Paquita no fuera el caso de un personaje con el cacumen de un sofá su postura la convertiría en una rival heroica de la enajenación. De cualquier forma, su modo de postular la inopia como bandera para la navegación me parece reveladora: todos somos profundamente ignorantes en múltiples materias y no hay pecado en ello. Aunque sea en la total inconsciencia, Paquita se pone de blanco para ver quién le arroja la primera piedra.~
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Escritor, artista plástico y cineasta, CLAUDIO ISAAC (1957) es autor de Alma húmeda; Otro enero; Luis Buñuel: a mediodía; Cenizas de mi padre, y Regreso al sueño. Su novela más reciente se titula El tercer deseo (Juan Pablos Editor, 2012).