Antes de saber que nada del español mexicano le era ajeno, éramos solamente aspirantes. Ni siquiera todavía a escritores, periodistas, editores, lingüistas, filólogos o académicos. Porque nada sabíamos. Ni del ancho mundo de las letras, el orden y concierto de las palabras, los significados, significantes o fonemas. Apenas habíamos leído. Y cada quien su santo y seña: unos solamente poesía, otros novela o cuento, algunos ensayo o textos de no ficción pero de mucho compromiso. No habíamos tenido clases con el doctor José G. Moreno de Alba. Ni siquiera sabíamos que existía. Ni cómo nos iba a cambiar la vida.
Un buen día llegó al salón. “No hay lenguas mejores ni peores —nos dijo en la primera clase— ni buenas o malas palabras. La lenguas son perfectas en su estructura, y las palabras en su propósito de comunicar”. A tales alturas, bien o mal, ya habíamos aprendido un poco de latín, lingüística general, fonética y teoría literaria. Había llegado el momento, duro y blando, de enfrentar la materia de Filología. Si bien nos moríamos por estudiar “la historia y evolución de las lenguas a través de la escritura de los pueblos” y entrar de lleno a la ciencia “que estudia la lengua, literatura y todos los fenómenos culturales de un pueblo a través de sus textos escritos”, también teníamos cierto temor. ¿Y si nuestro amor por las palabras no era suficiente? ¿Y si todavía no nos merecíamos tanta sabiduría?
Antes de que empezara el semestre nos dimos a la tarea de averiguar lo más posible sobre la trayectoria de nuestro nuevo maestro. Leímos su vida y obra. Petulantes, elegimos su clase y no la del doctor Lope Blanch.
Nacido en Encarnación de Díaz, Jalisco, en 1940, José Guadalupe Moreno de Alba realizó sus primeros estudios en Aguascalientes. Posteriormente, se trasladó a la Ciudad de México donde ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, en donde obtuvo la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en 1968. Luego realizó la maestría en Lingüística Hispánica en 1970 y el doctorado en 1975. Antes había cursado estudios de posgrado en fonética y fonología en 1967, semántica y dialectología en 1968, contacto de lenguas en 1969, dialecto andaluz en 1970, tagmémica en 1971, transformaciones en 1972, y lingüística contemporánea en 1975 en el Centro de Lingüística Hispánica de la unam. Durante 1970, estudió entonación hispánica y dialectología general en El Colegio de México. Desarrolló varios proyectos en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam; participó como profesor invitado en dieciocho universidades en el Reino Unido, Francia, Alemania, Canadá, Estados Unidos, Países Bajos. De 1969 a 1973 fue profesor de Filología Hispánica y de Español Superior en la Universidad Iberoamericana, y de 1986 a 1989 profesor visitante en El Colegio de México. El 10 de marzo de 1978, el investigador ingresó como miembro de número a la Academia Mexicana de la Lengua, ocupando la silla xv. Desde 1983 fue miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas. Dentro de la unam, dirigió el Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras, la Facultad de Filosofía y Letras y el Centro de Enseñanza para Extranjeros.
Todo eso más lo que sabríamos después de haber dejado de ser sus alumnos y convertirnos en otra cosa. Por ejemplo, que sería director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas y la Biblioteca Nacional de México, secretario de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina, investigador nacional emérito del Sistema Nacional de Investigadores, miembro correspondiente de la Academia Cubana de la Lengua y de la Academia Norteamericana de la Lengua Española; ganador del reconocimiento de la Cátedra Gilberto Owen —otorgado por el Colegio de Sinaloa— y de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio —otorgada por el Reino de España. También del Premio Universidad Nacional en Investigación y Humanidades otorgado por la unam en 2003, y el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura otorgado por el Gobierno de México en 2008.
Con el doctor Moreno de Alba lo poco que sabíamos se hizo más grande. En el sentido socrático, si se quiere, reconociendo nuestra propia ignorancia. Pero la necedad, el gusto y la perseverancia nos permitió enterarnos que para nuestro maestro, como para Miguel de Unamuno, la lengua no era la envoltura del pensamiento sino el pensamiento mismo. Y aunque conocía el dicho: “La lengua disimula y encubre los designios”, consignado por Diego de Saavedra Fajardo en 1636, nos enseñó que el estudio de la lengua poco tenía que ver con el encubrimiento. Y, de paso, nos advirtió que, de no manejar bien la lengua, corríamos el riesgo de apagar la luz del entendimiento.
Ante nuestras preguntas necias jamás hizo oído sordo:
La pobreza léxica y el uso viciado o abusivo de la palabra güey en jóvenes, niños y adultos de sectores urbanos de muchas ciudades del centro de la República, y hasta en los mismos patios de la Universidad, es consecuencia de la mala enseñanza del español y de falta de lecturas —respondió a la estúpida osadía de un compañero. Es un hábito, una costumbre o una forma de identificación, como otras que han existido. Yo sugeriría que se les haga ver que hay otras formas de dirigirse a las personas”.
De cuestiones más serias nunca nos olvidamos. Todavía tenemos los apuntes mentales y por escrito: “Con más de cuatrocientos millones de hablantes en Europa y América, donde es lengua oficial en veinte países, el idioma español es una lengua muy firme, fuerte y unida que, a diferencia de otras lenguas de igual complexión, continúa creciendo. El español mexicano, al igual que el de otros países hispanohablantes, tiene particularidades propias o locales, registra de doce a catorce expresiones dialectales por divisiones léxicas y numerosas tonalidades, debidas estas a factores geográficos y climáticos, por ejemplo”.
Con academia o sin ella, con malas o buenas calificaciones, algunos se enteraron de que “haber” es un verbo, “a ver” es mirar y “haver” no existe. Y de paso que “hay” es haber, “ahí” es un lugar, “ay” es una exclamación; “haya” es haber y “halla” es encontrar.
Reprobamos alguna vez —cuando se nos escapó un principio básico de la dialectología—, leímos muchos de sus libros aunque ambicionáramos tenerlos todos y preservamos la verdad y la leyenda de su enorme trabajo para realizar el Atlas lingüístico del español en México.
Gonzalo Celorio recuerda que el doctor Moreno de Alba hizo un trabajo de investigación de campo durante muchísimos años y que, cuando lo conoció, lo veía ir con su grabadora portátil a todas partes de la República para saber dónde se decía bolillo y dónde se decía virote, dónde se aspiraba la h y dónde no. “Fue un hombre de una gran generosidad, fue alguien que se preocupó también por el hablante”, escribió.
Después de su muy pronta muerte, además del desconsuelo llegó la orfandad. El doctor Moreno de Alba, minucioso en su hablar, escribir e investigar nos acompañó a muchos durante un buen trecho de la vida. Además de haber sido maestro (nos enseñó que toda palabra, cualquiera que sea la esfera de la vida material o espiritual a la que pertenezca, tiene dignidad, presencia e interés histórico y humano), resultó también compañero de letras y lecturas, publicando en revistas como esta —a veces en el mismo número que algunos de sus exalumnos—, regalándonos alguna nueva Minucia del lenguaje por radio, televisión o por escrito, dándonos algún consejo o contando anécdotas en alguna feria o presentación de libro, convirtiéndose en el sujeto periodístico de nuestros reportajes o en el sueño de esa entrevista que se quedó pendiente. Ante él nunca abandonamos nuestra condición de alumnos. Ahora que se ha ido, mucho menos. ~
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CECILIA KÜHNE (Ciudad de México, 1965) es escritora, locutora, editora y periodista. Cursó la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM y estudios de maestría en Historia de México. Editó la sección cultural de El Economista por más de seis años y aún sigue colaborando. Fue directora del Museo del Recinto a Don Benito Juárez y becaria del Fonca. Es coautora del libro De vuelta a Verne en 13 viajes ilustrados (Editorial Universitaria de la Universidad de Guadalajara, México, 2008). Se desempeña como jefa de contenidos en el IMER desde hace siete años.