Mercurio,
Mario González Suárez, 2006.
Lo más atrayente en esta fotografía es la mirada humana del perro. Este amigo potencial tiene una mirada que no debiera adjetivarse. Y resulta tentador tratar de interpretar su actitud con el instinto animal: líder por habilidad, por viveza y simpatía. Sabemos que está alerta por esa oreja enhiesta que con seguridad le permite tanto o más que su prodigioso olfato. Vigila y entiende algo. Nosotros, que lo observamos, establecemos una conexión.
La foto fue tomada por el escritor Mario González Suárez en las cercanías de la ciudad de Almería, España. Bajo un cielo cuyo color siempre será un misterio, aparece este can apuestísimo, como si un Rembrandt de la era digital lo inventara para imponerse un reto: captar la luz (y la sombra) sobre ese pelaje negro como ala de cuervo. Y sí, el milagro se registra en la película; de su lado iluminado se puede captar la tersura de la pelambre, un collar —muestra de la alianza con algún humano— y un punto de luz en esa mirada que es respuesta precisa e inmensa.
La silueta de este perro universal se recorta contra el cielo, y sus patas y la mitad de su cuerpo quedan ocultos tras un muro encalado que termina redondeado, a la manera mediterránea. La oreja erguida resulta demasiado grande, pero es muestra de sus sentidos más poderosos que los nuestros.
Hermoso perro. ¿Por qué nos parece heroico y atemporal? Porque es la imagen de la vida en toda su potencia; cinco sentidos perfectos y un sistema misterioso que integra todos los datos para emprender la siguiente acción, o para el goce.
Si se observa el mirar de este animal, podemos saber con certeza que ve hacia la lejanía. La redondez de su ojo nos hace inferir su carácter libre de resentimiento. La expresión de conjunto en el lado izquierdo de la imagen —hocico, nariz, la oreja que decae— provoca simpatía, pues se adivina una ligera melancolía vital. Es posible sentir que algo reflexiona. Si acaso resulta ir demasiado lejos expresar que el perro posee sabiduría, digamos entonces que tiene experiencia; lo que sea que vea, ya lo ha visto antes.
Para resolver el enigma de la estrella diminuta en su ojo, habría que acudir a la poesía. Pero si desde este mirador tuviéramos que responder ya, arriesguemos a decir que esa mirada proviene de un alma semejante a la nuestra. Finalmente, solo la nobleza de un animal puede, como lo sabía Juan Ramón Jiménez, dar lecciones de compasión.
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MARÍA DE GUERRA es poeta. Autora del libro Fervores (Conaculta, 2011). En 2004 recibió el premio de los Juegos Florales Nacionales de Lagos de Moreno, Jalisco, en la categoría de Poesía. Muestras de su trabajo poético han sido publicadas en diversas revistas literarias nacionales y extranjeras.
Hermoso texto María!
Hermosa forma de describir la fotografía.
Bello el lenguaje y bella tú que más que la foto, describes los sentires.