El flâneur, que surgió en el París del siglo XIX, encontró un nuevo calzado para las calles gastadas y accidentadas de las ciudades actuales. Uno que le permitía emprender un paseo que se resiste a señalar un rumbo fijo: los tenis.
Quizá no haya otra prenda que hable tanto de nuestros hábitos como los zapatos. En ellos podemos ver claramente el transcurso del tiempo. Así, se convierten en objetos por los que incluso sentimos cariño: nos han acompañado en paseos, nos han ayudado a llegar a un encuentro anhelado, nos han permitido cumplir con metas y acercarnos a otras; y también nos han sacado de senderos sombríos, se han empapado en tardes lluviosas, inevitablemente se han gastado. Y cada marca que el terreno, las inclemencias del tiempo y la propia pisada han dejado en ellos es una más en la acumulación de anécdotas.
En los tenis que pinta Lourdes Domínguez podemos ver esas huellas, cada uno de ellos tiene una historia que contar; es más, cada uno tiene una personalidad propia. Los cubistas azulados no han pasado por lo mismo que aquellos que reciben una cálida luz sobre sus vivos colores.
En esta serie, titulada De urbantenis uno, nuestra artista invitada ejercita distintos trazos, quizá porque el mensaje de cada obra quiere ser distinto pero sin dejar de discurrir sobre el paseo, el viaje.
En la segunda serie que ilustra este número, De geometrías de urbantenis, Lourdes despliega profusamente su paleta en figuras que surgen, precisamente, de las abstracciones de las formas de los tenis de la serie anterior, pero que también se antojan paisajes de mundos alternos: un verde bosque, un anaranjado atardecer, un páramo poblado de triángulos y cilindros. Los invitamos a calzarse con su mejor par de tenis y a “deambular” por estos parajes. ~