La semana pasada, el ejército mexicano anunció el hallazgo de un plantío de coca, la planta que se usa para la fabricación de la cocaína, en la ciudad fronteriza de Tuxtla Chico, Chiapas. El pequeño cultivo de 1,250 metros cuadrados tenía suficiente espacio para 1,639 plantas. Fue el primer descubrimiento de este tipo que se ha registrado en México.
Durante años, las autoridades colombianas, apoyadas por el gobierno estadounidense, han logrado disminuir la producción de cocaína, de tal forma que ya no es el primer productor mundial. Pero gracias al llamado “efecto globo”, la producción de cocaína simplemente se ha desplazado a otros países, mayoritariamente a otros países andinos, pero también a Centroamérica y ahora a México. Honduras lleva años descubriendo laboratorios dedicados al procesamiento de cocaína, y las autoridades panameñas encontraron un plantío de coca en enero.
Hay suficientes evidencias como para sospechar que estos no son sucesos aleatorios, sino que representan parte de un cambio fundamental en el mercado de la cocaína. Falta ver si resultan permanentes —y cabe mencionar que el clima de México es muy diferente al de Perú y Colombia, que es ideal para estas plantaciones— pero lo más probable es que haya otros sembradíos de coca operando actualmente en el sur de México.
Si México se convirtiera en un productor importante de cocaína, traería varias modificaciones en el desafío del crimen organizado. Por ejemplo, el control del campo, en lugar de las plazas urbanas, podría volverse bastante lucrativo. Colombia también ofrece una muestra de cómo la cocaína puede servir como un sostén para los grupos insurgentes, los cuales sobran en el sur de México. De convertirse en sembradores de coca, grupos como el EPR o los zapatistas serían mucho más peligrosos.
Durante décadas, el gobierno de México ha reaccionado tarde a los retos de seguridad. Llegando al punto de tomar en serio la extorsión, esta ya era una plaga que costaba a la economía legítima miles de millones de dólares.
El hallazgo de Chiapas es un adelanto de lo que podría venir. Es un regalo para el gobierno de Enrique Peña Nieto, que ahora tiene el tiempo y el espacio político de diseñar una estrategia y plan de contingencia, de prevenir en lugar de reaccionar. Además, México ya tiene toda la experiencia colombiana para ver qué funciona y qué no.
Ojalá que la administración de Peña Nieto utilice esta ventaja de tiempo, antes de que nos estemos preguntando cómo es posible que el gobierno permitiera que México se convirtiera en un productor de cocaína.