Hollywood es nuestro inconsciente. La proyección de la imagen en el cine es en muchos sentidos una buena analogía del sueño (que es una imagen viva dentro de la oscuridad de la noche), y las historias surgidas de las colinas californianas han formado, a su vez, mucha de nuestra percepción cultural y la idea de nuestros deseos más ocultos.
Se sabe de Lynch y de algunos otros. Salvador Dalí hizo un primer acercamiento entre el cine y el sueño en Spellbound, una de las obras menores de Hitchcock, donde materializó una secuencia de fantasía por la sencilla razón de que en el cine podía lograrse; no existían, hasta entonces, experiencias vivenciales, “tridimensionales” por llamarles de alguna forma, del inconsciente. Quizá en alguna casa de los sustos y nada más.
Pero la relación entre el cine y el inconsciente es mucho más estrecha, y mucho menos poética, si hablamos de las formas en las que se ha incorporado a nuestro día a día, a nuestro imaginario cotidiano. Porque Hollywood, en cuanto a industria, no es más que una presencia permanente (e inconsciente) en nuestras vidas: George Clooney es tan constante como un primo, como un sueño, y así las edades de la mente se van formando con realidades y fantasías únicamente plasmadas en la pantalla.
Y son fantasías no solo por la inverosimilitud de sus planteamientos vida, por la imposibilidad del amor eterno y la felicidad perpetua, sino también por su condición matérica; el cine solamente existe como una proyección, que se desliza en los aires como un fantasma que termina embarrado en el accidente de una superficie. Fuera de eso solamente existe en idea: el Clooney que vemos en pantalla fue hace meses. Hace años, quizá. Al momento de verlo está haciendo otra cosa, cualquier otra, y entonces su personaje es más un holograma que un hombre.
Un holograma, que es como un sueño. Que aparece solamente cuando hay una coincidencia de luces y espasmos que contraen un cuento que tiene ya absolutas libertades: siendo una irrealidad, entonces el cine puede ser cualquier cosa. Puede inventar cualquier historia. No es responsable de nada.
Quizá por eso es que nos golpea, como los sueños: nos hace partícipes de un cuento que observamos nada más porque estamos quietos y reposando en la noche, listos para ser adoctrinados para los siguientes días – todo sueño es una lección, como todo cine.
Recuerdo una frase fantástica, literalmente fantástica, que muchos repudiaron cuando la apliqué al futbol, otra fábrica de sueños: “el cine es mejor que la vida”. Claro que lo es, como los sueños.
Es mejor, y es más terrible.