Beatriz Graf,
Asunto: La luna a cucharadas,
Editorial Círculo Rojo, España, 2014.
Internet modificó para siempre nuestros patrones de socialización. Hoy pasamos más tiempo intercambiando ideas y sentimientos a través de una pantalla que cara a cara. Muchos creen que tal forma de vida conlleva soledad y vacío; otros, en cambio, convienen en que tiene la virtud de reducir las distancias. Entonces, ¿por qué no mejor adaptarse y aprovechar esa realidad? Un día le envías un correo a una persona desconocida con una discreta insinuación y responde positivamente. Pasa el tiempo y de pronto en el intercambio de correos te parece que es la persona perfecta. La curiosidad y la confianza crecen hasta alcanzar las dimensiones de una relación a ciegas. El siguiente paso es el intercambio de secretos inconfesables y el erotismo a distancia. ¿Qué pasa cuando, en relaciones como estas, los protagonistas deciden encontrarse? Beatriz Graf busca responder esta pregunta en su más reciente novela.
Redacción Este País
Tony Judt,
El peso de la responsabilidad,
Taurus, Madrid, 2014.
La responsabilidad es más que una exigencia de padres a hijos adolescentes. Refiere al comportamiento cotidiano, pero sobre todo a la congruencia entre pensar, decir y hacer. Ser congruente equivale a ser responsable. De allí el valor del título elegido por Tony Judt para su ensayo. El peso de la responsabilidad es una reflexión sobre la congruencia en la vida profesional, pública y social de tres intelectuales franceses que incidieron en su época porque contribuyeron a rediseñar la conducta de quienes se vieron influenciados por su pensamiento.
Judt eligió a Léon Blum, Albert Camus y Raymond Aron. El primero hizo valer el peso de su decisión de ser francés antes que judío para conducir su vida y su breve Gobierno. El segundo fundó su literatura y su incursión en la filosofía en su incomodidad con los estereotipos políticos y el comportamiento de los intelectuales frente a la izquierda y el sovietismo estalinista. El tercero fundamentó sus ideas en el rechazo al conformismo de los intelectuales que, carentes de integridad y valentía moral, eludieron toda responsabilidad pública. Cualquier analogía es circunstancial.
Gregorio Ortega Molina
José Antonio Marina y María de la Válgoma,
La lucha por la dignidad,
Anagrama, Barcelona, 2000.
Hoy, como en otras épocas de incertidumbre, cabe preguntarse hacia dónde va el hombre, si evoluciona para mejorar, si con la cultura y el establecimiento del derecho huye de su naturaleza puramente instintiva hacia la verdadera humanización, es decir, de la mera reproducción y la supervivencia inmediata al uso pleno de sus facultades racionales, con el objeto de poder apropiarse de su destino y crearse, por fin, a sí mismo: emancipación perfecta de los sentidos. La libertad como la han entendido muchos pensadores en el pasado.
La respuesta no es necesariamente optimista. Como se ven las cosas, se antoja sincero dudar que sean tales los designios que la naturaleza nos tiene reservados. Ha podido más la conducta humana cotidiana que el más bello de los ideales: nos vemos rodeados de actos de injusticia, de egoísmo y mezquindad o, para decirlo de una vez, de barbarie, lo que hace pensar que el proceso es cabalmente el contrario, una involución. ¿Es así?
Ni lo uno ni lo otro. Es posible que a la historia de las relaciones humanas la gobierne una regla fija según la cual nunca se rompe el equilibrio por completo: el hombre se bate entre su naturaleza puramente instintiva y su inteligencia racional en aras del cambio. Vistas así las cosas, la injusticia bien podría ser la contraparte indispensable de la justicia, tal y como sucede con las fuerzas de atracción y repulsión en los fenómenos físicos. De lo contrario, el movimiento no se produciría y no habría evolución.
La lucha por la dignidad es un vistazo al origen y desarrollo de los ideales occidentales de felicidad y justicia a través de los programas que han buscado realizarlos y los actos de estulticia que parecen impedirlos.
Redacción Este País
Rodrigo Díaz Cruz,
Los lugares de lo político, los desplazamientos del símbolo: Poder y simbolismo en la obra de Victor W. Turner,
Gedisa / UAM, México, 2014.
¿Se puede vivir en la realidad pura? De hecho, vivimos en una selva de símbolos, y nos orientamos en ella por instinto, fe, interés o mero gusto. Yo esperaba que el nuevo libro de Rodrigo Díaz sobre el simbolismo me llevase por ese territorio de la mano de la razón. Pero me encontré con que no existe racionalidad sin adjetivos. Está la razón enfática, la austera, la arrogante… y todas son versiones de la criticada —y criticable— razón pura.
Escrito en primera persona, el libro es compendio y exégesis de la obra de Victor W. Turner, el gran antropólogo escocés-ndembu de la época de oro de la antropología. “There is no business as show business”: la tesis de Turner sobre la política se confirma con creces en México. Lo malo es que todos participamos en el show, y no sin pagar boleto. Los límites de nuestra ingenuidad son imprecisos. Por eso los políticos, especialistas en manejo del ritual, pueden ofrecernos un mundo mejor. Ante nuestra fascinación, en esta selva de símbolos los árboles se desplazan con facilidad. Eso se llama resemantización: reasignación de contenidos. Cuando al arquero del equipo contrario le gritan “¡Puto!”, es porque lo asimilan a una imagen (sórdida) de mujer. Si el portero o, dado el caso, la realidad, se resisten, los resemantizamos. La semiótica se pone, pues, al servicio de nuestra frustración y nos ayuda a vivir por encima de ese sumidero que es la realidad. Esa es mi lectura.
Los antropólogos no parecen tener bajo control su objeto de estudio, pero algunos no sienten la necesidad de fingir. La polémica y el desacuerdo, dice Díaz Cruz, son parte medular de la producción del conocimiento. Pero usted, estimado lector, tome el destino en sus manos y ¡diga no a la resemantización de sus símbolos! El libro del doctor Díaz le dirá cómo hacerlo y morir —de pie— en el intento.
Leonardo Tyrtania