Desde hace tiempo, la identidad nacional interesa por igual a filósofos y escritores que a científicos sociales. Sin embargo, los estudios técnicos que hoy se realizan parecen dar la razón a los primeros: entre los mexicanos prevalece una suerte de ambivalencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre colaboración y discordia, entre esperanza y desconfianza.
I. El Estado: ese concreto fantasma
¿Qué es el Estado? Si bien la nación se define como un conjunto de sentimientos, convicciones, costumbres, ambiciones y anhelos compartidos, y por ello termina siendo una conjunción subjetiva difícil de asir, el Estado es también algo mucho más concreto. Para algunos el Estado es la normatividad, las instituciones, pero ello no basta. Para otros es autoridad, capacidad de imposición y, al fin y al cabo, demostración de fuerza. Los tratadistas del Estado han ido desapareciendo pues es un tema tan amplio que no cabe en un tratado, o tan sencillo que no vale la pena dedicarle uno. Sin embargo, es fácil percibir cuando un Estado es fuerte o débil. El ejemplo utilizado hasta el cansancio remite al comportamiento de los mexicanos dentro de su país y en el territorio de Estados Unidos de Norteamérica. Luego, el Estado en algún sentido se expresa, se siente, en lo que hacemos cotidianamente. Hay un sustrato cultural del Estado que ha sido revalorado en las últimas dos décadas.1
El Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (Imdosoc) ha lanzado un estudio valiente e innovador. La Encuesta Nacional de Cultura y Práctica Religiosa “Creer en México” indaga precisamente sobre ese otro aspecto, menos teórico y más cotidiano, de la edificación del Estado. El eje central del estudio es conocer cómo se comportan las distintas denominaciones religiosas en su vida cotidiana. Dado que la gran mayoría de los mexicanos pertenece a la denominación católica (86%), el estudio es una radiografía potente del verdadero ser, no en el sentido ontológico pero sí en el existencial, de la población mexicana: cómo vive, cómo se comporta, cómo actúa la gran mayoría de mexicanos que es católica. Por si esto fuera poco, el Imdosoc compara y contrasta el comportamiento de esa gran mayoría con el de las crecientes minorías religiosas de nuestro país. En el fondo del estudio radica una muy relevante preocupación ética: qué tanto están las religiones y, por predominio numérico, el catolicismo contribuyendo a la consolidación de una ética nacional.
II. Ética y vida cotidiana
¿Cómo se construye una ética nacional? En las normas existen asuntos de procedimiento, sobre resolución de controversias, de delimitación y definición de los asuntos a tratar, pero todo ello se desprende de las definiciones éticas que son la piedra de toque de toda normatividad. Un ejemplo: si un código penal convierte al aborto en un delito, hay ahí una definición ética que puede ser procesada y sancionada de muy diversas formas. Pero el punto de partida es la definición sobre las implicaciones de la interrupción del embarazo. Como comprenderá el lector, el ejemplo es una provocación pues se trata de uno de los asuntos más complejos que dividen al mundo. Las normas son parte de la ética imperante en una sociedad. Pero hay otras fuentes que se imponen en la cotidianidad. La historia es una de ellas. Por ejemplo, las festividades nacionales que en la mayoría de las ocasiones provienen de una historia compartida, aceptada por una gran mayoría de los miembros de una nación. Casi todas las naciones festejan el día de su nacimiento, su independencia o el día que se dieron vida como tales. Pero hay festividades que tienen que ver con asuntos muy particulares. En Estados Unidos se festeja el Día de San Patricio en honor a la inmigración irlandesa, de gran importancia en ese país. En México se festeja el Día de la Raza, festividad que sería difícil de explicar en muchas naciones.
La ética nacional es la confluencia de una serie, no necesariamente homogénea, de valores compartidos. No perdamos el rumbo del estudio del Imdosoc: se busca rastrear el comportamiento, la práctica de los mexicanos en su vida cotidiana. El Imdosoc arriesgó al visitar territorios complejos. Por supuesto hubiera sido más fácil no hacer el estudio y dejar esos temas en la oscuridad. La institución trazó una línea ética que está definida en los reactivos de la encuesta. Vayamos paso a paso.
Ipsos, la casa encuestadora, hizo un puntual seguimiento de las inquietudes éticas del Imdosoc, que simple y sencillamente no tienen precedente. Empiezan los contrastes: uno de los principios básicos del catolicismo es la defensa de la monogamia y de la familia. Es por ello que el 92% de los encuestados asevera que todos sus hijos son de una sola pareja. Brotan las contradicciones. La primera es cómo explicar los varios millones de niños que no conocen a su padre. La segunda radica en cómo empatar el creciente número de divorcios con esa cifra. Sería interesante saber si el predominio de los hijos está en la primera unión o cómo se distribuyen. El tercer punto es el delgado futuro que se le ve a la adopción en este escenario.
La familia es, en el lugar común, la “célula básica” de un país, pero llama la atención el crecimiento millonario de los hogares —en la acepción demográfica amplia de la palabra— sostenidos exclusivamente por mujeres. La cifra ronda los ocho millones, casi un tercio del total. Un renglón interesante del estudio es la actitud de las distintas denominaciones ante los temas de derechos humanos, rendición de cuentas, mordidas a funcionarios públicos o el pago de los impuestos. En todas las respuestas los no católicos son más severos que los católicos, aunque no por mucho. Si bien la competencia entre las denominaciones es cerrada, algo nos dice el alineamiento numérico.
Lo mismo ocurre con otros tres reactivos que aluden a los actos que traen un beneficio propio aunque perjudiquen al país, a la confianza en la mayoría de las personas y al trabajo en conjunto para beneficiar a México. En los tres reactivos, de nueva cuenta, los no católicos parecieran un poco más estrictos en sus exigencias. Aparece un juarismo subterráneo que se manifiesta en el hecho de que no hay diferencia entre los católicos y los no católicos en su convicción de que las Iglesias no deben intervenir en las decisiones de gobierno. De nuevo, en el centro de la discusión está una ética pública que el Imdosoc propone al lector a través de los reactivos. Una indagación estrujante es la pregunta sobre los tres problemas que, en consideración de los encuestados, ayuda a resolver la Iglesia católica. El 28% de la población encuestada responde que ninguno y el 20% no contesta o ignora la respuesta. Se trata de la mitad de la población que simplemente no tiene elementos para responder sobre este trabajo a favor de la gran comunidad que supone la nación mexicana.
III. Catolicismo mexican style
Pero, ¿cómo perciben los mexicanos al catolicismo? El mayor elemento de identificación es dar limosna. El segundo es ser fieles. La primera respuesta no tiene demasiado margen de interpretación: dar limosna es muestra de ser católico. Si el 86% de los mexicanos se autodefine como católico, entonces podemos explicar por qué se prefiere un acto efímero —pero muy generalizado, lastimoso, y que de alguna manera se presta a la extorsión— como es la limosna, ya sea pedirla o darla, a la filantropía más organizada, consistente y eficaz que se presenta en otros países. La anterior es una pieza clave desde el punto de vista ético o moral pues se trata, de nuevo, de un acto individual y no colectivo, que pretende redimir, de manera instantánea y evanescente, la vida de alguien y también una conciencia: la de quien da la limosna sin ocuparse de las verdaderas fórmulas de auxilio y solución que existen para los problemas de pobreza y marginación tan frecuentes en nuestro país. El Imdosoc nos lanza una atractiva provocación: ¿cómo participan los encuestados en la solución de los problemas comunitarios?
Este reactivo remite a una larga discusión sobre qué tan solidarios y generosos son los mexicanos en relación a sus conciudadanos. Es conocido que la filantropía organizada en México es mucho más débil que la de otros países. Ello se mide a partir del número de organizaciones en relación a los habitantes de un país o por el monto de las contribuciones y su origen, ya sea disperso entre muchos ciudadanos o concentrado en muy pocos filántropos, como es el caso de México. Se analiza también el tipo de acto filantrópico: si se dona en especie, se dona en dinero, se dona tiempo y qué tan regulares son los actos. Hay, sin embargo, otra interpretación que niega esta lectura y asevera que la filantropía en México está basada en la donación de tiempo.2 El Imdosoc preguntó: “¿Participa usted en este momento de su vida en alguna organización social, por ejemplo, alguna asociación de medio ambiente, de asistencia o caridad, en un grupo de vecinos o condóminos, de padres de familia, grupo de iglesia, etcétera?”. La sorprendente respuesta es que el 94% (Gráfica 1) dice que no participa. De los que sí participan, el 70% afirma que lo hace dedicando tiempo y el 25% por medio de cuotas o donativos en dinero o especie. Pero el golpe está dado, el 94% no participa en ninguna forma.
IV. Solos, no asociados
No me cansaré de repetir que, cuando viajó por los nacientes Estados Unidos, Alexis de Tocqueville hizo notar la gran diferencia entre la democracia europea, centrada en el concepto del individuo, y las muy diversas fórmulas de asociación que la emergente nación de América construía como pilar de esa nueva democracia. En México, los reclamos y demandas crecientes de los ciudadanos, por desgracia, no van acompañados de fórmulas de asociación que den permanencia, continuidad y eficiencia en la forma de exigir a los gobiernos, pero también de contribuir a las soluciones. En el estudio del Imdosoc ese cimiento sigue siendo muy débil. Por eso la encuesta dedica un capítulo precisamente a la participación social. De nuevo, en la pregunta o reactivo está la inquietud institucional. Veamos el siguiente caso. La pregunta es muy sencilla: “¿En el último año usted ha participado o no en alguna de las siguientes acciones: detenerse a ayudar a alguien que está teniendo un problema; denunciar una fuga de agua; hacer donaciones en situaciones de desastres naturales; hacer donaciones a un orfanato o asilo de ancianos; cuidar a alguna persona enferma que no sea su familiar; colaborar en obras comunitarias como pintar las calles o banquetas?”. Las respuestas son, de nuevo, apabullantes. En todos los rubros los no católicos registran porcentajes mucho más elevados que los católicos.
A diferencia de otros ejercicios de comparación de este estudio, en este reactivo las diferencias son muy significativas: la menor es de 5 puntos y la mayor es de 14. El Imdosoc pone el dedo en la llaga. En general, la participación social de las Iglesias de las distintas denominaciones religiosas es muy baja. En general, los creyentes de este país desconfían de sus conciudadanos y no se asocian. La sociedad mexicana prefiere dar limosna que buscar fórmulas más estables y permanentes que lleven a solucionar los problemas lacerantes de nuestra sociedad y, lo que aún más grave, la gran mayoría católica es menos activa que otras denominaciones religiosas. ¿Qué podemos esperar como resultado? Simplemente lo que vemos todos los días, actos de falta de respeto entre los mexicanos (como no respetar la “fila” o “hilera”), de desconfianza y de gran distancia de los problemas comunes. Hay circulando un individualismo sistemático e institucional, institucional en tanto que esa es nuestra forma de ver el mundo, esa es nuestra cultura. En ella sigue privando un enorme egoísmo. Cada quien ve por su propio bienestar; los recursos y el tiempo dedicados a auxiliar a individuos o grupos en situación de vulnerabilidad son infinitamente menores a los de otras sociedades. Pero eso sí, el mexicano está cierto de una gran solidaridad social que abraza toda nuestra sociedad. El Imdosoc da el campanazo de nuevo: no es así.
Como se trata de la vida cotidiana, la institución indagó sobre hábitos, como fumar cigarros o consumir bebidas alcohólicas. Resultado: “Los católicos tienden a fumar más que los no católicos”. Como liberal que soy, defiendo a muerte el derecho de los individuos a hacer de su cuerpo lo que más les plazca. Pero la discusión en este frente se ha vuelto muchísimo más compleja. Si los fumadores compraran un seguro, una prima amplia que amparara los tratamientos médicos que pueden devenir del acto de fumar, no solo para ellos sino para los fumadores “pasivos”, y si los bebedores enfermizos pagaran los costos de las enfermedades hepáticas que traen a nuestra sociedad, el asunto estaría resuelto. Pero el hecho es que la anterior afirmación es una fantasía: fumadores y bebedores en México trasladan, en el mejor de los casos, los costos a la sociedad, en lo general a través de los servicios de salud. Somos los contribuyentes los que terminamos pagando los costos de sus tratamientos.
Lo más grave es que, en la mayoría de los casos, el costo se traslada a las familias que tienen que hacer frente a los vicios de familiares. La carencia de una red estatal de protección es suplida todos los días por una muy injusta red social que obliga a menores, sobre todo mujeres, a dejar los estudios para atender a los hermanos menores, a los adultos mayores —por qué no utilizar la expresión más precisa: a los ancianos— y también a los múltiples casos de discapacitados, ya sea por deformaciones congénitas o por accidentes.3
V. Tolerancia de la buena y de la mala
El comportamiento cotidiano determina a una nación. De ahí la riqueza del estudio del Imdosoc. Dentro de la lista de contradicciones planteadas por el estudio llama la atención que, contra todo estereotipo, los católicos sean más tolerantes hacia las personas homosexuales y hacia las parejas del mismo sexo, pero, por desgracia, las diferencias en este punto son marginales. En contraste, los no católicos son más estrictos en sus códigos éticos frente a las personas que tienen varias parejas sexuales al mismo tiempo, frente a las personas que contratan prostitutas o prostitutos y en general con respecto a la tolerancia a la prostitución. ¿Cómo leer esto? ¿Se trata acaso de un asunto de laxitud ética? ¿Puede esta laxitud explicar la infidelidad generalizada que se presenta en un país de mayoría católica? Quizá las respuestas pudieran explicar también, de nuevo, los varios millones de niños no reconocidos por el padre y/o la madre. Un dato que alarma es el monto total de embarazos de adolescentes, más de 400 mil al año,4 que, por desgracia, conducen, en el mejor de los casos, a hogares sumamente inestables y, en el peor, al abandono del hijo concebido, tanto por el padre como por la madre. El eje del estudio del Imdosoc es la vida cotidiana, y esta queda retratada de manera dolorosa.
Otra sorpresa es la actitud de católicos y no católicos frente al aborto. La percepción generalizada diría que los católicos son mucho más reticentes a la interrupción de la vida que los no católicos. Sin embargo, el Imdosoc introdujo varias categorías para medir esta actitud de manera científica. Las condiciones son las siguientes: cuando la salud de la madre está en peligro; cuando se sabe que el bebé sufre una enfermedad incurable; cuando el embarazo es el resultado de una violación; cuando la familia es demasiado pobre para mantener a otro bebé; cuando una mujer soltera no desea ser madre; cuando una pareja estable no desea tener más hijos. Lo asombroso del caso es que los no católicos son mucho más reticentes frente a esa drástica medida que los católicos. Lo mismo ocurre en el caso de la eutanasia. Ello indica que tenemos que releer con cuidado y con bases científicas la religiosidad de los mexicanos.
El Imdosoc plantea así cierta esquizofrenia entre las fidelidades religiosas declaradas, los estereotipos entre los cuales nos movemos cotidianamente y las prácticas que son la verdadera argamasa de una sociedad. Así, con una gran mayoría católica, los anticonceptivos son aceptados ampliamente. Lo mismo ocurre con las relaciones sexuales prematrimoniales, que reciben una muy baja condena.5 Es el caso del creciente número de divorcios que invade a la sociedad mexicana, que dejó de ser rural y ahora es urbana y que salió de la comunidad (Gemeinschaft) para entrar en la sociedad (Gesellschaft).
Lo que se hace evidente, una vez más, en el estudio del Imdosoc es que la doctrina que emana del Vaticano tiene muy poco peso en la vida cotidiana de la gran reserva de católicos del mundo. El mismo pueblo que vitoreó de forma multitudinaria a Juan Pablo ii, y que seguramente lo hará con el papa Francisco, tiene un comportamiento muy distante de los mandatos doctrinales de Roma.
VI. Cosmovisiones contrahechas
La transición en las cosmovisiones es apasionante. En el estudio hay varios ejemplos. Los creyentes católicos y no católicos siguen acudiendo a las “limpias” y a la lectura de cartas, de café, de caracoles y otras formas esotéricas de predecir el futuro. Esto significa que la creencia en Dios, el seguimiento de una doctrina, no está reñido con una buena “limpia”, a la cual son más asiduos los católicos (Gráfica 2). También llama la atención que los no católicos crean en mayor medida en alguna forma de vida después de la actual. La diferencia no es menor. Y resulta apasionante ver cuáles son las condiciones que determinan la entrada a esa vida después de la muerte. Los católicos, en una proporción de dos a uno frente a los no católicos, creen que el comportamiento de la persona es el que facilita en parte la entrada (Gráfica 3). Sin embargo, los no católicos, en una proporción casi de tres a uno frente a los católicos, creen que el pasaporte proviene de cumplir con la voluntad de Dios. Una posible interpretación de estos porcentajes es que en el catolicismo existe una diversidad de entes superiores que plantean un dilema más complejo frente a las denominaciones religiosas en las cuales solo existe un redentor.
La imagen de Dios siempre será un tema apasionante. El estudio muestra cómo para los católicos se acentúa la imagen del padre amoroso, mientras que los no católicos lo conciben como un ser capaz de crear el universo, pero que no interviene en nuestras vidas. La oración ha sido una de las grandes interrogantes del fenómeno religioso. Mircea Eliade, ese gran investigador de lo religioso, realizó una tipología de las llamadas “hierofanías”,6 término que se refiere a esos momentos en que se logra el contacto con Dios. Para algunos son visiones, para otros francas imaginerías, pero para los fines prácticos de la vida cotidiana, en los que indaga el Imdosoc, queda claro que la oración es el vehículo más popular que conduce a estos momentos. En situaciones críticas, la gran mayoría de los creyentes en México oran: 83%. La gran mayoría reza a Dios, Jehová o Yahvé. Sin embargo, existe un porcentaje alto que reza a vírgenes, en particular a la de Guadalupe o de otras advocaciones, y a los santos. Muy interesante es el hecho de que predomina por mucho (50%) la oración personal, privada o individual frente a la oración familiar y a la ceremonia religiosa con un sacerdote, ministro o rabino. Sin embargo, los no católicos tienden a rezar más y también a participar más en actividades religiosas y a leer la Biblia o el libro sagrado de que se trate.
VII. A manera de provocación, que no de conclusión
Me detengo, debo hacerlo, pero el estudio da para mucho más. Haber establecido la práctica, el comportamiento cotidiano, como eje de este estudio fue un acierto metodológico. Cierta esquizofrenia deambula por México. La han señalado brillantes pensadores como Cuesta, Paz o Fuentes, y merece una reflexión profunda en este inicio de siglo. Ostentamos con orgullo nuestro desprendimiento hacia la muerte, de la cual nos burlamos. Pero poco hablamos de nuestro muy particular síndrome de desprecio hacia la vida. Niños abandonados, mujeres violadas, madres y niños golpeados (también hay varones, pero pocos). Basta con tomar un coche para toparse con perros muertos que nadie levanta, con incendios en bosques y selvas provocados por mexicanos que devastan cientos de miles de hectáreas cada año. Playas convertidas en basureros, vacas amarradas de una pata durante días, pescaderías que están siendo arrasadas. Algo en nuestra relación con la vida está podrido.
“La vida no vale nada” es la expresión popular que remite, es cierto, a una cosmovisión que se expresa todos los días. Y, sin embargo, la imagen que lanzamos al mundo es la de un país, una nación, muy creyente. Algo no cuadra. La creación y la vida son los grandes misterios a los que nadie puede escapar. Y esos misterios se multiplican conforme avanza la ciencia. Entre más sabemos, más admiración deberíamos tener hacia esos misterios. El telescopio Hubble se ha encargado de hacernos saber sobre los universos que desconocíamos en pleno final del siglo xx, siglo en que nos ufanábamos de haber pisado la luna. Son esos grandes misterios los que generan respuestas imprescindibles ante la dimensión de lo que no podemos explicar. Ahí esta el origen de las religiones y de la imagen del Creador, con mayúscula, de Dios en sus distintas versiones. Lo dice un agnóstico.
Desde hace años me quedé con una definición que proviene de Victor Hugo y que repito: “El invisible evidente”, eso era Dios para el gran poeta. Cualquiera que mire al firmamento y comprenda medianamente las distancias que implica un año luz debería reflexionar sobre ese misterio: la Creación. Imposible escapar a esas encrucijadas. “Estamos aprendiendo el lenguaje en el que Dios creó la vida”, fue la expresión utilizada por Bill Clinton al anunciar la conclusión del proyecto del genoma humano. Si para los mexicanos la muerte es motivo de fiesta y la vida no vale nada, tendremos que convenir que nuestra ética social, parcialmente construida por nuestras creencias religiosas, dista mucho de ser una expresión de respeto y admiración hacia el Gran Misterio.
Si queremos democracia necesitamos demócratas, si queremos ciudadanía necesitamos ciudadanos, si queremos ser respetados necesitamos respetar al otro, si queremos un entorno limpio y bien conservado necesitamos que se aprecie la maravilla de una planta, de un árbol, de un animal, de todo aquello que nosotros somos incapaces de crear. El Imdosoc ha puesto el dedo en la llaga. Sin amor a la vida, difícilmente tendremos una mejor sociedad y las religiones tendrán poco de qué enorgullecerse, pues en todo caso creer es un tributo al Creador.
1 Dos textos centrales en esta discusión son: Lawrence E. Harrison, Samuel P. Huntington, Culture Matters: How Values Shape Human Progress, Perseus Books Group, New York, 2000; y Francis Fukuyama, The Origins of Political Order: From Prehuman Times to the French Revolution, Farrar, Straus and Giroux, New York, 2011.
2 Encuesta Nacional de Solidaridad y Acción Voluntaria 2012, realizada por Cemefi.
3 Accidentes. Total de accidentes automovilísticos o de tránsito al año en México: 150 mil mdp = 1.7% del PIB, según la Asociación Mexicana de Accidentes de Seguros (AMIS) <http://www.forbes.com.mx/sites/accidentes-cuestan-al-pais-150000-mdp-al-ano-amis/>.
4 Madres adolescentes. Instituto Nacional de Estadística y Geografía, Estadísticas de Natalidad, 2012.
5 Católicas por el derecho a decidir <http://www.catolicasmexico.org/>.
6 Mircea Eliade, Tratado de la historia de las religiones, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1974.
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FEDERICO REYES HEROLES es director fundador de la revista Este País y presidente del Consejo Rector de Transparencia Mexicana. Su más reciente libro ensayístico es Alterados: Preguntas para el siglo XXI (Taurus, México, 2010). Es columnista del periódico Excélsior.