El gobernador de Texas, Rick Perry, se encuentra en pleito con el gobierno mexicano. En medio de un debate sobre cómo lidiar con el Estado Islámico, Perry ofreció la especulación, completamente sin fundamento, de que el grupo terrorista intenta filtrar agentes en territorio estadounidense por la frontera de Juárez. Para prevenir esta amenaza inventada, Perry mandó tropas de la Guardia Nacional a la frontera con México. Este deseo de militarizar la frontera provocó reclamos de Enrique Peña Nieto y su canciller, José Antonio Meade.
Quizá lo más importante para recordar en cualquier discusión de Perry es que, a lo largo de su carrera, se ha creado la fama de ser una fuente confiable de idioteces. Además, idioteces muy completas y variadas; ofrece propuestas idiotas, demuestra un desconocimiento alarmante sobre las necesidades de su oficio, y regularmente deja ver su carencia de cultura y educación.
No es un fenómeno nuevo. En 2009 Perry contempló públicamente la posibilidad de que Texas dejara de ser parte de la Unión Americana. A pesar de este interés en acciones que podrían provocar una guerra civil, Perry aspiraba a la presidencia en 2012, y su candidatura resultó en innumerables tonterías más. Dijo que el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, podría verse en peligro físico por debilitar la moneda después de la crisis de 2008-09, un comentario inexplicable por unas diez razones distintas. Olvidó un elemento clave de su propia agenda presidencial en pleno debate. Etiquetó al gobierno de Turquía —vital aliado estadounidense desde hace décadas— como un régimen terrorista. Es una lista que podría llenar libros.
Así que los mexicanos, desde Peña Nieto y Meade, hasta los ciudadanos regulares del norte que comparten una frontera con el estado de Perry, no deberían sentirse muy ofendidos por Perry. Él es una máquina de ignorancia.
Sin embargo, Perry tiene el olfato político bien refinado y pretende repetir su candidatura para presidente en 2016. Tiene muy escasas probabilidades de ganar, pero cada actuación suya se debería entender así.
Y eso es lo decepcionante. Perry calcula que ofender a los mexicanos al alimentar miedos apócrifos del país como un peligro para Estados Unidos le traerá un beneficio electoral. Lo más probable es que, entre los conservadores ávidos que forman la base republicana y determinan el abanderado del partido, su cálculo sea correcto. Hay unos cuantos xenofóbicos que quieren ver a los políticos difamar hasta a los países aliados, que temen todo lo que es diferente, sobre todo lo extranjero.
Este grupo es afortunadamente pequeño y, en un país donde millones de latinos representan el sector electoral que más está creciendo, cualquier precandidato que busque sacar provecho de alusiones racistas tendrá que afrontar las consecuencias. A largo plazo —es decir, al llegar a la elección general en noviembre de 2016— es una apuesta perdedora.
Sin embargo, este bloque xenofóbico tiene suficiente peso dentro del Partido Republicano para hacer sentir su peso. Su existencia distorsiona el debate político y ofrece espacio para el oportunismo ignorante, como podemos constatar en la figura de Perry.