Tarde, muy tarde caigo en cuenta de que todos, salvo los auténticos, verdaderos hombres de poder, somos reclutas. El último reclutado de importancia es Roberto Saviano, se deduce después de la lectura de CeroCeroCero: Cómo la cocaína gobierna el mundo.
Saviano es víctima de sus muy personales pulsiones: la fama y el reconocimiento público como respuesta a la sentencia de muerte que gravita sobre su cabeza, a consecuencia de la publicación de Gomorra. Cuando investigó y escribió sobre las mafias de la moda y el mercado laboral en Nápoles, Roberto Saviano era un escritor independiente. Quizá de haber leído el primer párrafo de El juego del ángel, donde Carlos Ruiz Zafón se disculpa con los lectores y su editor por lo mediocre de la narración, de la historia, hubiera resistido a la tentación de ser reclutado:
Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que él. Un escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces está perdido y su alma tiene precio.
Salman Rushdie —primera víctima contemporánea de su propia creación literaria— evitó ser reclutado. Bajo la sombra de la amenaza también palideció su imaginación. Los ayatolas lo hicieron un fenómeno de ventas.
Con Saviano sucedió lo contrario, lo que demuestra que los integrantes del crimen organizado conocen más el comportamiento del ser humano que los administradores de la fe, cualquiera que esta sea. Primero se convirtió en un fenómeno de ventas, después decidieron, sus propios confidentes, quienes le proporcionaron la información, que era necesario poner un precio a su cabeza.
CeroCeroCero es, como Gomorra, un amplio reportaje periodístico, una crónica de sucesos publicados, en mayor o menor medida, en distintos periódicos de diferentes países, ordenados para una fácil comprensión del lector y —es la diferencia— de acuerdo a los intereses de sus informantes. Si en su primer libro, Saviano decidió el qué, cuándo y cómo, en la denuncia contra la cocaína todo indica que decidieron por él.
Para que el nuevo reportaje de Saviano resultara creíble, sus reclutadores lo convencieron de mezclar algunas verdades con muchas mentiras, trastocar la trascendencia y lo irreversible de los sucesos a efecto de convencer a los lectores de la importancia que los narcotraficantes mexicanos tienen, en este momento, en el mundo del crimen, constituido por la delincuencia organizada y las instituciones financieras y bancarias de Estados Unidos.
Sostiene Saviano una mentira tan grande como un garbanzo de a libra: fue en México donde se diseñó la importancia comercial y económica de la cocaína, capaz de producir miles de millones de dólares útiles a la especulación, y necesarios para rescatar a los bancos y a no pocas instituciones bursátiles de la crisis financiera de 2008. Afirma, con todo desparpajo, que ese cerebro pertenece a Miguel Ángel Félix Gallardo. ¿Será?
Otra distorsión histórica del tejemaneje que se traen entre los gobiernos de las democracias y la delincuencia organizada es el empeño mostrado para convertir a Enrique “Kiki” Camarena Salazar, de un policía corrupto y mediocre, en un ingenioso infiltrado entre los miembros del cártel de Guadalajara, solitario y sin recursos, víctima de la ferocidad de Rafael Caro Quintero, Ernesto “Don Neto” Fonseca Álvarez, Miguel Ángel Félix Gallardo, Rubén Zuno Arce, Enrique Álvarez del Castillo —por mencionar algunos de sus victimarios—, cuando la verdad, no tan repetida como las mentiras, es que Camarena fue ejecutado por instrucciones de la dea para sabotear el compromiso adquirido entre Ronald Reagan y Miguel de la Madrid, cuyo propósito fue administrar de manera equitativa los recursos provenientes del narcotráfico, en políticas públicas o en operaciones encubiertas, como lo muestra el operativo Irán-Contras, por el que el coronel Oliver North fue convertido en héroe militar en su patria.
Sostiene Saviano:
México es el origen de todo. El mundo en el que ahora respiramos es China, es la India, pero es también México. Quien no conoce México no puede entender cómo funciona hoy la riqueza en este planeta. Quien ignora a México no entenderá nunca el destino de las democracias transfiguradas por los flujos del narcotráfico. Quien ignora a México no encuentra el camino que distingue el olor del dinero, no sabe cómo el olor del dinero criminal puede convertirse en un olor ganador que poco tiene que ver con el tufo de muerte, miseria, barbarie, corrupción […]. Para entender la coca hay que entender a México.
Pero previamente anotó:
Camarena tuvo una gran intuición: comprendió antes que otros que la estructura había cambiado, que se había convertido en mucho más que un grupo de gangsters y contrabandistas. Comprendió que estaba combatiendo a auténticos ejecutivos de la droga. Comprendió que el punto de partida era romper las relaciones entre instituciones y traficantes. Comprendió que las detenciones en masa de mano de obra eran en el fondo inútiles si no se decapitaban las dinámicas que permitían irrigar de dinero los mercados y reforzar las cabecillas. Kiki observó el nacimiento de esta imparable burguesía criminal.
Después de lo anterior, solo una pregunta puede hacerse el lector avezado: ¿Si Enrique Camarena Salazar era capaz de anticipar con verdadera “intuición” lo que devendría el tráfico de cocaína desde México, por qué no lo nombraron director de la dea?
Pero Saviano se resiste a ser reclutado, recuerda cómo resolvió hacer pública su investigación acerca de la criminalidad de Nápoles, evoca las razones por las que se decidió por el título de Gomorra y, en un esfuerzo de ingenio, de compromiso, de conciencia, escribe el capítulo once titulado “Operación blanqueo”, donde elude la supervisión de sus reclutadores, o quizá con su anuencia, para que el lector interesado en la historia de la cocaína pueda discernir dónde están y desde dónde gobiernan los auténticos, los verdaderos diseñadores del tráfico del oro blanco, porque son ellos los dueños del verdadero poder: el dinero.
La cita es enorme, pero para evitar equívocos con la interpretación de lo aportado por Saviano, transcribo:
Los narcodólares que fluyen a las cajas no parece, al menos en apariencia, que causen daños; antes bien, introducen ese oxígeno vital que se llama liquidez. Tanto es así que en diciembre de 2009 el entonces responsable de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, Antonio María Costa, hizo una declaración sorprendente. Había podido comprobar —dijo— que las rentas de las organizaciones criminales habían sido el único capital de inversión líquida del que habían dispuesto algunos bancos para esquivar la quiebra. Los datos del Fondo Monetario Internacional son crudos: entre enero de 2007 y septiembre de 2009 la suma de los activos tóxicos y los préstamos incobrables de los bancos estadounidenses y europeos era de un billón de dólares. Y junto a estas pérdidas había habido quiebras e intervenciones de entidades de crédito […].
Hoy Nueva York y Londres son las dos mayores blanqueadoras de dinero negro en el mundo […]. He aquí las palabras que pronunció la jefa de la Sección de Blanqueo de Dinero del Departamento de Justicia estadounidense, Jennifer Shasky Calvery, durante una sesión del Congreso celebrada en febrero de 2012: “Los bancos de Estados Unidos se utilizan para acoger grandes cantidades de capitales ilícitos ocultos en los billones de dólares que se transfieren cada día de banco a banco”. Los centros del poder financiero mundial se han mantenido a flote con el dinero de la coca.
Por último, una distorsión de la realidad: “Con el dinero de la cocaína primero se compran políticos y funcionarios. Luego, a través de estos, el amparo de los bancos”.
La primera parte puede que sea una verdad a medias, por aquello de plata o plomo; la segunda es verificable si la frase se invierte, porque son los bancos, las instituciones bursátiles, las que diseñan el mercado de la cocaína y el blanqueo de dinero, y refugian su seguridad económica en los barones de la droga.
La otra gran distorsión del origen del “moderno” comercio de la droga que avala Saviano con su libro es para ocultar que este se diseñó por el Pentágono durante la ocupación del ejército estadounidense en Vietnam. Todo lo demás es simple y llanamente ficción, alimentada por la dea y beatificada por la credibilidad que inspira Roberto Saviano, el último famoso reclutado. ~
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Escritor y periodista, GREGORIO ORTEGA MOLINA (Ciudad de México, 1948) ha sabido conciliar las exigencias de su trabajo como comunicador en ámbitos públicos y privados —en 1996 recibió el Premio José Pagés Llergo en el área de reportaje— con un gusto decantado por las letras, en particular las francesas, que en su momento lo llevó a estudiarlas en la Universidad de París. Entre sus obras publicadas se cuentan las novelas Estado de gracia, Los círculos de poder, La maga y Crímenes de familia. También es autor de ensayos como ¿El fin de la Revolución Mexicana? y Las muertas de Ciudad Juárez.