Ya se va Juan Colorado,
que los vino a visitar,
y el que me busque me encuentra
por el rumbo de Apatzingán.
Alfonso Esparza Oteo / Felipe Bermejo Araujo
“¡Órale, calandria: o cantas o te desbarato el nido!”, grita el mariachi en el interludio de una canción ranchera, lo que puede frasearse de otro modo: si no aceptas o haces lo que yo digo te agrediré.1 Ejemplo representativo del discurso autoritario, presentado, además, de manera a la vez cándida y jocosa. Algunas expresiones populares, como las letras de muchas de nuestras canciones tradicionales y los refranes documentan cómo una ideología determinada, en este caso autoritaria, encarna en una sociedad y se transmite de generación en generación. Queda a sociólogos y antropólogos la tarea de dilucidar si dichas letras, en especial las rancheras, reflejan un fenómeno preexistente y nada más lo afianzan o bien si ellas han contribuido a crearlo.
La esencia del discurso autoritario es la imposición de la voluntad personal, sea con enunciados denotativos (“¡aquí mando yo!”) sea con imágenes figuradas: “¡cierra el pico/hocico!” o “aquí solo mis chicharrones truenan”. El autoritario no acepta sus equivocaciones, de ahí que siga montado en su macho, mucho menos las derrotas: “Jalisco nunca pierde, y cuando pierde arrebata”.
El discurso autoritario es contiguo del machismo y la homofobia pero al mismo tiempo les sirve de sustento ya que estructura la sociedad de manera jerárquica y vertical: los hombres y los valientes, arriba; las mujeres, los homosexuales y los cobardes, abajo. Probablemente en nuestro caso esto sea el resultado del sincretismo entre dos totalitarismos de naturaleza similar: los imperialismos azteca y español.
El totalitarismo es la manifestación a gran escala de autoritarismos individuales aliados en lo ideológico; lo mismo puede afirmarse del fundamentalismo en el terreno religioso.
La exclamación “¡Viva México, cabrones!” no solo menosprecia la existencia de otras nacionalidades sino que reta a todos los seres humanos que no tuvieron la suerte de nacer mexicanos: si no desean tener problemas con nosotros deben acatar, en silencio, nuestra supremacía. “Soy macho mexicano, y a ver quién lo toma a mal” es otra forma vernácula de reforzar el mismo argumento oponiendo naciones pero también, paralelamente, a provincianos y citadinos. En el mismo registro se halla la proclama: “¡Ya llegó/aquí está [fulano de tal], para el que quiera algo de él!”.2
En un corrido, homenaje musical a Pancho Villa, se sostiene la siguiente tesis: “Si ellos [los gringos] tienen aviones de a montonones, aquí [en México] tenemos lo mero principal”. El corrido no especifica en qué consiste esto último. Lo mero principal ¿es rebeldía ante la agresión o la injusticia?, ¿patriotismo?, ¿estrategia? Nada de eso: lo mero principal es la testosterona, muy valorada entre nosotros, mucho más que el esfuerzo, la inteligencia o la organización. En este mismo sentido, la expresión por mis huevos (en otras latitudes, por mis cojones) quiere decir: “Poco importa si tengo o no la razón, pero se hará lo que yo digo”.3 Algo similar puede decirse de la cosificación de la mujer: “Yo soy tu dueño”, que algunos novios/maridos toman en sentido literal.
Como ha apuntado con su acostumbrada agudeza Juan Villoro, el escudo nacional mexicano no tiene paralelo en el mundo: es el único que escenifica un acto de aniquilamiento, de depredación.4 Alude también a la carta “El Valiente” de las loterías de feria, es decir, de cómo se pinta entre nosotros la valentía: un sociópata armado de un machete. En este ejemplo, la agresión colinda también con otra característica machista: la glorificación del alcoholismo. ¿Qué me ve?
Como examinaremos en otra ocasión, nuestro discurso autoritario también hace frontera con el ninguneo: “tú no eres nadie para…”, “tú me haces los mandados”,5 hasta llegar a la sumisión sexual: “tú me la pelas”.
Alguien podría pensar que ritmos musicales más actuales han dejado atrás ese machismo. Lo contradicen tanto los reguetones (“Por delante, por detrás, pa que duela, / y si ella se porta mal dale con el látigo: / se sigue portando mal, dale con el látigo. / Y si ella se porta mal dale con el látigo, / dale con el látigo, dale con el látigo) como los narcocorridos: “Si pretenden mi pellejo, / tendrán que rifar sus reales: / yo con mi cuerno de chivo / no respeto federales”. Sin embargo, no todo está perdido: hace un par de años, en una canción, un ídolo musical amenazaba a su amada con darle nalgadas utilizando pencas de nopal; el rechazo social lo obligó a descartarla de su repertorio.
La locución tener (bien) puestos los pantalones, surgió cuando la mayoría de las mujeres usaba faldas o vestidos. Fajárselos significa reaccionar utilizando algún tipo de rudeza; no tenerlos es lo contrario de “tenerlos bien puestos”. “¿Tú y cuántos más?” es una fanfarronada en la que se sobrevalora uno mismo. ¡Ábranse, piojos, que aquí les va el peine!
Aplicado al ámbito político, el autoritarismo revelaría un peculiar desprecio por la división de poderes, además en tono jactancioso y bravucón: mi palabra es la ley haría las veces de legislativo, mátenlo y luego viriguan sustituiría al judicial y hago siempre lo que quiero, a un poder ejecutivo autócrata. No en vano “El rey” es una de nuestras canciones más emblemáticas.
Lo malo para nuestra incipiente democracia es que el discurso, todo discurso, siempre está íntimamente ligado a la visión del mundo de una persona o de una comunidad: somos lo que decimos.~
1Devela al mismo tiempo, más en profundidad, una total falta de respeto al medio ambiente.
2De nuestra raíz hispánica nos viene, muy probablemente, el ser echados pa’lante.
3En otro apunte se abordará la alta estima en que los varones tenemos a nuestros testículos.
4Este símbolo patrio es la versión icónica de las palabras de nuestro himno nacional, estructurado a partir de la xenofobia y la violencia.
5Hay quienes aceptan esa sumisión so pretexto de ser corteses: “sus deseos son órdenes”, “para servir a usted”, “servidor”, “a sus órdenes”, “el que manda y se equivoca, vuelve a mandar”…
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Profesor de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras y de español superior en el CEPE de la UNAM, RICARDO ANCIRA (Mante, Tamaulipas, 1955) obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “…y Dios creó los USATM”. Es autor del libro de relatos Agoso tiene la culpa (Samsara, 2014).
Excelente artículo, como siempre. Admirable la creatividad y a este ritmo de producción.
¡Felicitaciones!!