Burton Holmes (1870-1958) fue un enamorado de los viajes. Su pasión se inicia a los nueve años, cuando conoce las travesías de otros hombres que se han trasladado de un espacio a otro con el fin de admirar a los ciudadanos y los paisajes de otro punto terrestre. Con estos relatos mágicos, muchos de ellos con una buena dosis de invención o de mirada sesgada, él conocerá lo que significa la idea del viaje. A los dieciséis años parte a Europa con su abuela, él llevaba todos sus ahorros —un total de diez dólares—, que usó a lo largo del itinerario. De ahí trajo los materiales que luego utilizaría para sus conferencias y charlas viajeras llamadas “Travelogues”. Él lograba reunir en torno a sus periplos a miles y miles de personas que iban con el afán de que el hombre los ilustrara acerca de realidades que ellos ignoraban, y que él, con su sentido de la palabra y con la emoción a flor de piel, les transmitía sin menoscabo de detalles o de peripecias transcurridas durante el viaje.
El trabajo de Burton Holmes lo llevó a recorrer buena parte del mundo. Su primera cámara la compró en 1883 y fue hasta poco antes de fallecer que siguió su práctica de capturar imágenes. Además, filmaba mucho de lo que veía, pues este ejercicio era determinante para sus charlas. Un ejemplo de esto es su participación en el Auditorio Orchestra Hall, de Chicago, en donde reunió en 1937 a dos mil ochocientas cuatro personas que lo escucharon con la renovada atención que solicitaban sus charlas. Algo que es seguro es que la expulsión de la política en los viajes formaba parte de un asunto por entero estadounidense, tan claro está el tema que la National Geographic, fundada en 1888, se negó a participar de cualquier propuesta que estuviera al margen de las rutas viajeras. De este modo, la publicación más importante dentro de ese ámbito negaba una posibilidad que poco a poco se convirtió en una rutina. Burton Holmes era un hombre que gustaba de pasearse por los lugares y participar de las escenas de cada día, trataba de evadir la parte espinosa del asunto, pues esto quedaba fuera de su esfera de conocimiento. Sobre uno de sus viajes a México escribió:
El país de 1891 decepcionó a Stoddard, pero no a mí: su encanto y su colorido compensaron con creces la ausencia de las asociaciones clásicas que tanto admiraba Stoddard en los países europeos. Como hablaba español, pude abandonar nuestro grupo de turistas y dar un pequeño paseo por mi cuenta. Sin embargo, la vida con los miembros del crucero por tierra tenía sus atractivos: el grupo fue recibido por el presidente Porfirio Díaz. Estreché la mano del dictador y comprendí las breves y amables palabras que había preparado para la ocasión. Ciertamente, su aspecto resultaba propio del amo de México que por entonces era. (Crónicas de un viajero. El pionero del fotorreportaje, Taschen Benedikt, 2010.)
John L. Stoddard fue un personaje que tuvo la singularidad de marcar un camino que Holmes tomaría por completo.
Acerca de México se incluyen solo dos fotografías en este libro, una de ellas puede causar nostalgia, está tomada desde el Zócalo y se nota un tráfico amigable, sin conflictos. Unos cuantos automóviles circulan por la amplitud de esos espacios. También se observan dos tranvías que llegan hasta ese punto de la ciudad. La catedral está iluminada a mano y se nota su magnificencia, los habitantes tienen el reposo que les llega en ese año de 1921, sin revolucionarios que conviertan ese momento en otra cosa que un disfrute de un estadounidense que mostró esta imagen a sus contemporáneos.
En 1906, el intrépido Burton Holmes parte rumbo a Nápoles, Italia. Entonces será testigo de la magna erupción de cenizas del Vesubio. Las fotografías que toma son impresionantes. En una de ellas se muestra un restaurante popular a las afueras de esta ciudad. Se ve el fenómeno sin más, una cascada de lava cubre el espacio. Desde luego está la labor del viajero, quien tomó la imagen y la nombró como el local que retrata: La nueva Pompeya. Este hombre que recorrió todos los continentes escribió:
Con frecuencia me preguntan: “¿Cuál es su país favorito?”. A lo que respondo invariablemente: “Tengo dos países preferidos: uno en Oriente, Japón, y otro en Europa, Italia”. ¿Por qué son estos los lugares que más me gustan? Ante todo, porque son un placer para la vista; porque la historia de ambos se remonta al amanecer de sus respectivas civilizaciones, y porque las raíces de su cultura y su arte se hunden en el fértil suelo de los siglos. Además, ambos son tierras volcánicas, y las tierras volcánicas son siempre bellas, con esa belleza que a veces suscita la ira y los celos de los dioses.
Burton Holmes fue tras los espacios que se abrían al viajero. Fue de un continente a otro, sin importar las distancias o los problemas para trasladarse. De esta manera, en el libro Crónicas de un viajero, da cuenta de su paso por Camboya, Siam (Tailandia), Birmania, China, Japón, Escocia, el Imperio austrohúngaro, Rusia, Canadá, Perú, México, Panamá, Suecia, Suiza, para poner en claro tan solo algunos de los países que frecuentó. Lo cierto es que a Burton Holmes le toca vivir de manera singular las particularidades políticas de estos sitios. Tan diáfano resulta el asunto que por demás está aclarar que la mayor parte de los imperios tienen su punto final con la Primera Guerra Mundial, mientras que la Revolución rusa hizo añicos al poder zarista. El hombre se adaptó a todas las circunstancias y trató de ubicar al mundo bajo esta perspectiva sin tocarla del todo y con los espectros que atraía lo nuevo, los países emergentes y todo lo que pasaba alrededor de un espacio que se encontraba en conflicto una y otra vez. Burton Holmes trató de hablar de esos espacios soñados, de esos espacios que se mueven sin que la política los transforme del todo. Hablar era uno de los dones que tenía, lo mismo en Japón o Italia y en cualquier otro país. Su legado, que aún está por resguardarse del todo, es un trabajo valioso, pues aunque él estuviera al margen de las situaciones, estas aparecen aunque él intente mantenerse ajeno a ellas. Su comentario sobre Porfirio Díaz habla con acierto del hombre que dominaba a su nación, que era el dictador de México. En Camboya habla del ballet de niñas pobres, que han acondicionado un par de mujeres mayores que formaron parte del harem real. La realidad era algo que estaba a la vista en las imágenes de Burton Holmes, nadie podía librarse de sus encantos y de sus hechizos, así como de otras condiciones que también estaban visibles, porque viajar es encontrase con un sinfín de realidades que nos avasallan, que nos limitan y que nos permiten esa posibilidad. De este modo, Burton Holmes fue un hombre entregado a su quehacer, que llevó el mundo a través de sus imágenes y películas a otros lugares del orbe.
En el panegírico que leyó Lowell Thomas al morir Burton Holmes el 22 de julio de 1958, se escucharon estas palabras:
El maestro de los Travelogues, uno de los hombres más famosos de nuestro tiempo, parte una vez más para emprender su último viaje. Hablamos de Burton Holmes, de ochenta y ocho años de edad, una persona cuyo nombre se convirtió en sinónimo de la palabra travelogue (conferencia ilustrada sobre viajes). La inventó él mismo en un intento de escapar del término conferencia, pues quería una palabra que denotase entretenimiento en vez de algo educativo o documental. ~
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ANDRÉS DE LUNA (Tampico, 1955) es doctor en Ciencias Sociales por la UAM y profesor-investigador en la misma universidad. Entre sus libros están El bosque de la serpiente (1998); El rumor del fuego: Anotaciones sobre Eros (2004), y su última publicación: Fascinación y vértigo: la pintura de Arturo Rivera (2011).