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Recordando el futuro: la experiencia mexicana en las crisis financieras
Este País | José Ángel Gurría | 17.04.2009 | 0 Comentarios

We do not experience and thus we have

no measure of the disasters we prevent.

J. K. Galbraith

Introducción: México y las recientes

crisis financieras

A lo largo de mi carrera profesional en el gobierno

de México he tenido que enfrentar, por lo menos,

cinco crisis financieras, generadas dentro y fuera del

país. Durante los años ochenta, México fue uno de

los protagonistas de la crisis de la deuda externa de

América Latina. De hecho, fue el pionero. Un dudoso

privilegio. Fue una crisis de enorme magnitud y

alcance internacional, que reveló con una claridad

sin precedente las sensibles conexiones entre los flujos

de petrodólares de los países árabes, las políticas

de los bancos de los países desarrollados y las balanzas

de pagos de los países en vías de desarrollo.

En esos años, en la Secretaría de Hacienda, mi experiencia

a cargo primero de la contratación y después

de la renegociación de la deuda externa mexicana

fue maratónica, y, hasta cierto punto, reconocida como

exitosa.

Posteriormente, durante la administración del presidente

Ernesto Zedillo, en los años noventa, tuvimos

que hacer frente a la crisis financiera de

1994-95, y a las implicaciones internacionales de la

crisis asiática de 1997, de la crisis rusa de 1998 y de

la crisis de Brasil y su llamado efecto “samba” de

1998-99. Como secretario de Hacienda y Crédito Público,

de enero de 1998 a diciembre de 2000, tuve

que enfrentar tres desafíos complejos para evitar desembocar

en otra crisis financiera: la instrumentación

y legislación del rescate bancario; la caída de los

precios del petróleo por debajo de 10 dólares el barril

en 1998 y su impacto en las finanzas del gobierno

de México; y el “blindaje” de las finanzas

públicas mexicanas para terminar con las ya tradicionales

crisis financieras de cambio de sexenio.

Todos estos eventos implicaron costos económicos

y sociales, decisiones difíciles, pero también un

enorme aprendizaje para las instituciones mexicanas.

El conocimiento adquirido por los funcionarios

mexicanos en materia de anticipación y gestión

de crisis financieras fortaleció al sistema financiero

y aminoró los efectos negativos de las crisis subsiguientes.

Sin embargo, siempre hubo factores imponderables,

cambios en los mercados o en las

políticas, cambios de los políticos o del contexto

internacional que hicieron cada una de estas crisis

eventos diferentes. Ésta es una primera reflexión

respecto de la crisis económica de este turbulento

2008: el aprendizaje histórico ayuda a gestionar las

nuevas crisis, pero se requiere de un esfuerzo aún

mayor para identificar y atenuar los riesgos.

México está hoy mucho mejor preparado para

enfrentar esta crisis financiera global, cuyo epicentro

se encuentra en Estados Unidos y los otros países

avanzados. Sin embargo, nuestro país sigue

siendo vulnerable. Comparar nuestras experiencias

en las crisis anteriores con los desafíos de hoy es

de utilidad porque nos permite percibir la evolución

de nuestro sistema económico y financiero,

de nuestras instituciones, de nuestro marco jurídico-

político, y diseñar mejores políticas para hacer

frente a la coyuntura.

Recordar el futuro: aprendiendo

de las crisis anteriores

De acuerdo con la filosofía taoísta china, la vida

no es una línea recta con principio y fin, sino un

círculo en el que las fases y las crisis retornan una y

otra vez. La historia de la economía internacional,

en la que percibimos el retorno cíclico de bonanzas

insostenibles seguidas de crisis financieras, pareciera

confirmar dicha filosofía. Esta visión

circular nos permite mirar al pasado pensando en

el presente y, sobre todo, en el futuro.

Si bien una de las dimensiones más evidentes de

la crisis de los subprime ha sido la innovación financiera,

parte importante de sus causas no son

novedad. A simple vista, existen diferencias entre

las crisis de los ochenta y noventa y la crisis de

2008, pero si se mira más detenidamente se pueden

detectar algunas constantes importantes que

pueden servir de guía para el reforzamiento de los

sistemas financieros nacionales y para el replanteamiento

de la arquitectura financiera internacional.

Primero veamos las diferencias. En contraste con

la crisis actual, gran parte de las crisis anteriores tuvieron

su origen en serios desequilibrios fiscales y

de balanza de pagos en economías emergentes, financiados

a través de deuda externa y flujos de capital

de corto plazo. Con algunas excepciones, en

las crisis de los ochenta y noventa, una serie de factores

–que no están presentes en la actual crisis–

jugaron un papel determinante: bancos

centrales poco independientes, tipos de

cambio fijos o semifijos, economías cerradas

o en proceso de apertura (y por

lo tanto poco competitivas), bajas reservas

internacionales, sistemas financieros

y bancarios débiles con excesiva influencia

de los gobiernos y alta volatilidad

política.

Sin embargo, a pesar de estas diferencias importantes,

una serie de factores, que estuvieron presentes

en las crisis de los 80 y los 90, siguen presentes

en la crisis actual: regulación y supervisión inadecuadas;

crecimiento imprudente de las carteras hipotecarias

sin una apropiada medición del riesgo;

aplicación poco rigurosa del gobierno corporativo;

desarrollo de bonanzas financieras insostenibles;

falta de instituciones internacionales preparadas y

facultadas para regular un mercado financiero crecientemente

globalizado y sofisticado; falta de

coordinación entre autoridades financieras nacionales;

y una volatilidad significativa de los fondos

especulativos y de corto plazo. Son los desafíos

que tenemos enfrente; las pistas paralelas en las

que debemos avanzar para producir un sistema financiero

internacional estable y confiable.

Desde la perspectiva de México, un vistazo a su

experiencia con las crisis anteriores muestra un

proceso de fortalecimiento institucional. Durante

las últimas dos décadas, México ha venido fortaleciendo

y modernizando sus estructuras e instrumentos

macroeconómicos, monetarios, financieros

y políticos, para navegar con mayor seguridad las

aguas de la globalización.

En dicho proceso, México ha construido un

“blindaje” macroeconómico sólido para enfrentar

las variaciones de los mercados financieros y la economía

globalizada. A diferencia de la crisis de principios

de los ochenta y de la de 1994-95, México

cuenta hoy con cuatro grandes pilares de estabilidad:

una posición fiscal sólida; un tipo de cambio

libremente flotante; amplias reservas internacionales1

y un sector financiero bien capitalizado.

No obstante, México sigue teniendo tareas pendientes

que lo hacen vulnerable frente a los cambios

de la economía mundial. Una serie de factores

inhiben un mejor desempeño económico y

limitan la posibilidad de que el mercado interno

pueda jugar un papel predominante en la generación

de riqueza cuando la economía internacional

está a la baja, como en el

momento actual. Hay por lo menos cinco

grandes retos que erosionan la fortaleza

económica de nuestro país a la hora

de enfrentar la crisis:

1. El nivel de educación. El rezago educativo

sigue limitando las potencialidades

económicas y sociales de México;

mermando la competitividad empresarial y la productividad

laboral y deteniendo el diseño y aprobación

de reformas estructurales y la capacidad de investigación

y desarrollo del país. En los últimos

años, México ha aumentado el gasto gubernamental

dedicado al sector educativo, que se ubica por

encima de la media de la OCDE cuando se mide como

porcentaje del PIB (6.5%).2 Sin embargo, esto

no se ha traducido en un mejor desempeño de los

estudiantes en las pruebas internacionales estandarizadas.

Además, dicho gasto medido por estudiante

sigue siendo bajo. Por otra parte, sus costos de

salarios de maestros (en relación con el PIB per cápita)

también están por encima de la media de la OCDE.

3 A pesar de esto, los estudiantes mexicanos siguen

teniendo los rendimientos bajos. En el último

examen del Programa para la Evaluación Internacional

de Estudiantes de la OCDE (PISA) –dedicado a

medir los conocimientos científicos– el desempeño

de los estudiantes mexicanos se ubicó en el último

lugar. En este rubro, la Alianza por la educación,

acordada recientemente por parte del sindicato nacional y las autoridades educativas, es un paso en la

dirección correcta que tendrá un impacto importante

en el rendimiento de los estudiantes.

2. La diversificación comercial. México sigue teniendo

una alta dependencia comercial de Estados

Unidos. A pesar de contar con tratados de

libre comercio con más de 30 países, la economía

mexicana sigue destinando cerca del 85% de sus

exportaciones al mercado estadounidense, el mismo

porcentaje que hace diez años.4 Hasta ahora,

el efecto diversificador del Tratado de Libre Comercio

México-Unión Europea (TLCMUE) ha sido

limitado: en 2000 (año de entrada en vigor del

TLCMUE) las exportaciones mexicanas a la UE representaban

4% del total exportado, en tanto que

en 2007 representaron apenas 5%.5 Uno de los

principales obstáculos a la diversificación ha sido

el alto costo de transporte de productos a Europa

y Asia; pero también el bajo nivel de internacionalización

del sector empresarial

nacional.

3. El escaso grado de internacionalización

de las empresas mexicanas. De acuerdo

con el estudio de la OCDE “Pequeñas y

medianas empresas en México” (2007),

solamente 1% de las Pymes mexicanas

–el 99% de los establecimientos productivos

del país– exporta regularmente. La mayoría

de las exportaciones mexicanas las siguen

llevando a cabo un puñado de corporaciones nacionales

y de empresas extranjeras a través de maquila

y comercio intrafirma. Este factor reduce

significativamente la capacidad de respuesta y

adaptación del sector empresarial mexicano a la

desaceleración del mercado doméstico y de los

mercados externos tradicionales.6

4. La limitada capacidad de innovación. A pesar de

los logros recientes –como el aumento significativo

del gasto en investigación entre 1996 y 2005 y

la aplicación de uno de los tratos fiscales más favorables

en la OCDE a estas actividades–, la intensidad

de ciencia y tecnología en la economía mexicana

es una de las más bajas de la OCDE (con un gasto

nacional bruto equivalente al 0.5% del PIB).7 México

sigue ocupando el último lugar de la OCDE en

número de investigadores por cada mil personas

empleadas8 (gráfica 1) y su desempeño tecnológico,

medido en patentes y publicaciones, sigue siendo

bajo. Es fundamental que México incremente

su capacidad de innovación, de acuerdo con las

necesidades del país. La riqueza de las naciones

hoy se construye con capital intelectual, con ideas,

patentes y conocimiento.

5. Transformar la política fiscal en un

importante instrumento de desarrollo. Como

en otros países de América Latina,

uno de los grandes desafíos estructurales

de México es cómo convertir su política

fiscal en un importante instrumento

al servicio del desarrollo. La edición

2009 del estudio de la OCDE “Perspectivas

económicas de América Latina” atribuye gran

parte de la desigualdad en los países latinoamericanos

a la ineficacia relativa de los sistemas fiscales.

En efecto, el estudio constata que las

desigualdades en México, antes de impuestos y

transferencias, son similares a las de los países europeos

de la OCDE.

Sin embargo, como se puede apreciar en la gráfica

2, las distribuciones de rentas netas de estos países

después de impuestos y transferencias son

mucho más igualitarias que en México u otros países

de América Latina. El gobierno mexicano debe

seguir esforzándose por incrementar la recaudación

fiscal, mejorar la calidad del gasto público y

resolver la informalidad con planteamientos innovadores

y regímenes simplificados. La legitimidad

fiscal de un gobierno, y la confianza en su sistema

fiscal, reflejan la calidad del contrato social de una

nación. Es también importante incrementar la capacidad

financiera del Estado sobre todo tomando

en cuenta que el retorno marginal del gasto social

en México es particularmente alto.

Éstos y otros desafíos estructurales, como la falta

de competencia en los sectores clave o la construcción

de una red de comunicaciones y

transportes competitiva, han limitado

la productividad y la competitividad de

México durante años; reduciendo su

capacidad de respuesta a las crisis internacionales.

Entre 2000 y 2006, en

nuestro país, el crecimiento anual promedio

del PIB por hora trabajada fue

uno de los dos más bajos de la OCDE

(cerca de un 0.6%) y significativamente

más bajo que el experimentado durante el quinquenio

anterior.9 Esto ha tenido un impacto negativo

en la calidad de vida de los mexicanos. La

productividad, como afirmaba Paul Krugman,

“no lo es todo, pero en el largo plazo es casi todo.

La habilidad de un país para mejorar su nivel

de vida a lo largo del tiempo depende, casi por

completo, de su habilidad para aumentar su producción

por trabajador”.10

La crisis financiera actual: posibles

consecuencias para México

A pesar de que la posición financiera y fiscal de

México se ha fortalecido en los últimos años, el

país es afectado por la crisis financiera y la desaceleración

económica internacional en diversas

formas. Uno de los efectos principales se ha manifestado

en la salida de capitales y la dificultad

creciente en el acceso al crédito. Al igual que

otras economías emergentes, México experimentó

alguna salida de capitales conforme se incrementó

la aversión al riesgo y los inversionistas comenzaron

a desconfiar de los mercados emergentes.

En octubre, la bolsa de valores cayó

drásticamente y el peso recibió severas presiones.

La situación empeoró con el deterioro del acceso

a los mercados internacionales para financiar el

crecimiento o el comercio. A pesar de que cierta

devaluación es parte del ajuste a las nuevas condiciones

del mercado, y de que el banco central

está usando sus reservas para tratar de “suavizar”

los ajustes en los mercados de cambio, el debilitamiento

del peso está reduciendo el margen de

maniobra para recortar las tasas sin detonar nuevas

fugas de capitales.

El endurecimiento de las condiciones financieras

también está contrayendo el crédito doméstico.

El acceso a préstamos por parte de empresas y

consumidores se ha vuelto más difícil en los últimos

meses, reflejándose en el aumento

de los intereses y la caída en los préstamos

otorgados por los bancos. Las filiales

mexicanas de bancos extranjeros

han retraído sus actividades como parte

de un esfuerzo global para reducir el

riesgo. Esto tendrá un impacto negativo

en la demanda doméstica. Y esta caída

en la actividad económica puede aumentar

la cartera vencida de los bancos.

La crisis financiera y la desaceleración económica

global están impactando el sector real de la

economía mexicana. Desde luego que las exportaciones

de manufacturas a Estados Unidos son

uno de los principales transmisores de “contagio”.

El flujo de remesas también ha caído, ya que muchos

migrantes mexicanos trabajaban en el paralizado

sector de la construcción de viviendas y

algunos están incluso regresando al país. El colapso

de los precios del petróleo, combinado con

un declive en la producción, es otro desacelerador

de las exportaciones y la actividad productiva. Todos

estos factores, en combinación con un declive

de la confianza y un deterioro de los salarios reales,

sugieren una caída en el crecimiento económico

en 2009 a tan sólo 0.5%, con una

recuperación posible hasta 2010.11 Si bien esta

caída en la actividad económica y de los precios

de las materias primas reducirá las presiones inflacionarias,

el peso debilitado ejercerá una presión

en dirección contraria.

La crisis también está ejerciendo presión sobre el

presupuesto del gobierno mexicano. Si bien las

prudentes operaciones de cobertura permitirán al

gobierno federal evitar que las disminuciones en el

precio del petróleo afecten el gasto público, otros

ingresos fiscales podrían caer conforme se reduzca

el crecimiento. No obstante, los niveles moderados

de deuda pública y el ahorro parcial de los ingresos

petroleros excedentes del pasado permiten cierto

margen para la expansión fiscal.

Posibles soluciones a la actual crisis

Frente a estos desafíos, México puede y debe usar

todo su arsenal de políticas macroeconómicas para

enfrentar la crisis: la política fiscal para alentar la

demanda interna; la política monetaria para manejar

las presiones en el mercado cambiario; y la política

financiera para contribuir al

fortalecimiento del propio sector. Por

supuesto, las reformas estructurales deben

seguir en la agenda y seguramente

podrán potenciar el crecimiento conforme

vayan siendo instrumentadas, elevando

la productividad de México. En

este momento de deterioro de las perspectivas

de empleo, resulta crucial diseñar

un conjunto de políticas dirigidas a proteger a

las familias más vulnerables del impacto social de

la crisis.

Las medidas adoptadas por el presidente Calderón

reflejan una respuesta alerta, ágil y técnicamente

sólida, en la que destacan: el fortalecimiento de

las instituciones financieras; el estímulo de la demanda

interna; el aumento de la liquidez; el apoyo

a las Pymes para facilitar su acceso al crédito y su

participación en las compras públicas; el apoyo a la

inversión en vivienda, salud, infraestructura agrícola

y transportes.

Gran parte del nuevo gasto se está destinando a

infraestructura, lo cual puede ayudar al crecimiento

en el largo plazo; pero es crucial que los proyectos

arranquen pronto para proveer el impulso

inmediato que necesita la economía. La caída importante

de los precios del petróleo presenta una

oportunidad para eliminar o cuando menos reducir

el subsidio al consumo de gasolina. Los recursos

generados podrían reorientarse para tener un

impacto más progresivo.

El manejo de la política monetaria seguirá dependiendo

del comportamiento de sus dos grandes

determinantes: la inflación y el tipo de

cambio. El Banco de México ya ha aumentado las

tasas tres veces en este año (a 8.25%) para mantener

controladas las expectativas de inflación.12 Como

mencioné anteriormente, el debilitamiento del

crecimiento económico y la caída en los precios de

las materias primas tenderán a atenuar las presiones

inflacionarias, lo cual debe abrir espacio para

“aflojar” la política monetaria. Sin embargo, México

puede requerir de un periodo más prolongado

de tasas altas si las salidas de capitales continúan

acentuando la depreciación del peso, de cerca de

30% desde el verano.13

Las medidas del banco central para incrementar

la liquidez y fortalecer la confianza son bienvenidas.

El reciente acuerdo entre el Banco de México y

la Reserva Federal de Estados Unidos,

junto con mayor liquidez y las garantías

del gobierno a algunos préstamos, deben

traducirse en una inyección de confianza

a los mercados financieros. El

hecho de que la mayor parte del sector

bancario sea propiedad de grandes bancos

extranjeros es algo que dio tranquilidad

y estabilidad muchos años pero

que hoy habrá que seguir de cerca, pues las filiales

mexicanas de algunos bancos parecen más sólidas

que sus casas matrices.

Una oportunidad para reformas de fondo

México estará cada vez mejor preparado para enfrentar

las crisis internacionales y lograr un crecimiento

sustentable de largo plazo en la medida en

que sea un país más justo. La desigualdad se ha convertido

en el más grande obstáculo para mejorar el

desempeño económico del país. El objetivo supremo

de las políticas públicas es crear un ambiente

propicio para el florecimiento de la actividad económica

y el progreso social y facultar a todos los ciudadanos

para que puedan desarrollar al máximo sus

potencialidades. Para ello tiene que garantizarse un

acceso equitativo a servicios públicos de calidad en

educación, salud, vivienda, seguridad pública, financiamiento,

ciencia y tecnología, entre otros.

La turbulencia de los mercados financieros, la

falta de confianza en el sistema bancario y, sobre

todo, el impacto de esta crisis en la economía real

y el empleo, requerirán decisiones valientes del gobierno

mexicano. Pero esto no debe distraernos o

desviarnos de nuestros objetivos de largo plazo, de

nuestros desafíos estructurales. Al contrario, es justamente

enfrentando esos desafíos estructurales

como podremos sacar a nuestras economías de esta

fase recesiva. La crisis abre una ventana de oportunidad

excepcional para innovar políticas

públicas y promover reformas exitosas, para construir

consensos legislativos extraordinarios. Como

afirmó un delegado ante la OCDE recientemente:

“sería terrible desperdiciar la crisis”.

1 Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Informe semanal

del vocero, 24-28 de noviembre de 2008.

2 OECD, “Education at a Glance 2008”, OECD Indicators, p.

229.

3 Idem, p. 15.

4 De acuerdo con las estadísticas de comercio internacional

de la Secretaría de Economía, México realizó el 85%

de sus exportaciones a Estados Unidos en 2007, en

comparación con un 86% en 1997.

5 Secretaría de Economía, Estadísticas de Comercio Exterior,

http://www.economia-snci.gob.mx/sphp_ pages/estadisticas/

cuad_resumen/expmx_e.htm

6 OECD, “SMEs in Mexico issues and policies”, p. 62.

7 OECD, “Science, Technology and Industry Outlook

2008”, p. 140.

8 OECD, Factbook 2008, Economic, Environmental and

Social Statistics, p. 161.

9 Idem, p. 265.

10 Paul Krugman, “The Age of Diminished Expectations”,

Third edition, MIT Press, (agosto 8, 1997).

11 De acuerdo con estimaciones de la Dirección de Economía

de la OCDE.

12 Idem.

13 Idem.


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