Un país que aspira al libre acceso a la información pública y a la rendición cabal de cuentas por parte de sus gobernantes debe albergar una prensa tan abierta como plural y responsable. En palabras del autor, «todo puede y debe discutirse abiertamente».
La actitud de los mexicanos para resolver los problemas de su entorno, obliga a la reafirmación de ideas o definiciones que aspiran a explicarlo o, al menos, a aceptarlo. Tal es el caso del periodismo.
Nunca como hoy —debido a la violencia propiciada por la guerra contra la delincuencia organizada— se discute lo que puede o no hacer un reportero, un fotógrafo, un periodista que cubra los diferentes ángulos de la información.
Foto tomada de flickr.com/Claudio
Es necesario dejar apuntado que el periodismo es un oficio, no una profesión. Como tal, tiene ciertas características artesanales —a pesar de la velocidad con la que hoy se informa de los sucesos—, lo que hace de la nota informativa algo similar a un alebrije: la noticia debe reflejar la capacidad de observación de cada uno de los reporteros que trabajan para los diversos medios; un reporte no puede ser idéntico a otro, como de ninguna manera son iguales los alebrijes. En eso consiste la riqueza de la información: en la diversidad con que los periodistas transmiten y dan a conocer la noticia, el hecho, con percepción y sello propios, pues eso es lo que permite y favorece la formación de la llamada opinión pública.
De allí que azore la autocomplacencia de Gabriel García Márquez y sus exégetas, cuando al nuevo periodismo se refieren. Este oficio no ha variado, se trata de ofrecer al consumidor de noticias el qué, cuándo, cómo y dónde del suceso. Por el contrario, lo que evolucionó son los instrumentos y la velocidad de difusión, lo que favorece la formación y el fortalecimiento de la sociedad abierta. Lo que por diversas razones no se da a conocer a través de los medios, de inmediato es comunicado por Twitter; la imagen que es censurada en las televisoras, es subida a Internet, en blogs o portales diversos. La realidad venció la política editorial de los medios y a las direcciones generales de comunicación social.
El peor enemigo de la información fueron las oficinas de prensa; creadas con la pretensión de uniformar criterios con el propósito de que la noticia coincidiera con la difundida por el emisor y no con la realidad, después escalaron a tirar “línea” y a la censura. Hoy un Twitter puede ser más rápido que la comunicación entre el jefe de Estado y su vocero, quien tendría que dar a conocer lo que buena parte de la sociedad ya sabe, con o sin deformaciones de interés político o ideológico.
La realidad supera a la ficción. Los medios dejaron de competir entre ellos para hacerlo ahora contra la velocidad, los recursos cibernéticos y lo espontáneo de muchos aficionados de la sociedad, que “twittean” o suben a portales o blogs información o imágenes antes de que hayan sido supervisadas o maquilladas por los informadores.
¿Cómo entonces aspirar a establecer normas, autorregulaciones o simulaciones en materia informativa, cuando se trata de la guerra entre la legalidad y el narcotráfico? No han faltado filtraciones ni imposturas en el esfuerzo por establecer un control sobre la información de esta violencia cotidiana, la mayor de ellas pretender que la sociedad crea que son los barones de la droga quienes ordenan el asesinato o la ejecución de periodistas, los secuestros de comunicadores y el vandalismo contra instalaciones de algunos medios.
Nada más falso, seamos sensatos. Un delincuente, por estúpido o refinado que sea, quiere, necesita, pasar desapercibido, para disfrutar de su poder y su fortuna en el anonimato. Existieron excepciones: los narcos colombianos de la década de los 80 y 90, notoriamente Pablo Escobar Gaviria, quien incluso contendió por un puesto de elección popular.
Recuerden esa escena de Cara Cortada, en la que Al Pacino acude a Bolivia a visitar a su proveedor y promotor; éste le recuerda lo necesario que es ser discreto, pasar desapercibido. ¿Quién conoce a los barones de la droga estadounidenses? Nadie, por su importancia y por su discreción.
México, con el impasse de la transición a cuestas, ha avanzado en el camino a convertirse en una sociedad abierta. De allí la creación de instituciones como el Instituto Federal de Acceso a la Información Pública Gubernamental (ifai), a pesar de que hoy se ve amenazado por acciones como la reserva impuesta a la divulgación de la Licitación 21 y los créditos fiscales otorgados en 2007; curiosamente, la institución que se opuso a difundir los nombres de los beneficiarios, en contra de la instrucción del ifai, fue la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. ¡Vivirlo para creerlo!
Precisamente por eso no puede dejar de informarse acerca de los resultados de la guerra contra la delincuencia organizada. El esfuerzo debe centrarse en abrir más esa información y ofrecer a la sociedad todas las variables de los daños colaterales, pues a estas alturas las más de 30 mil muertes pueden ser el menor de los males, si se revisan las consecuencias anímicas, económicas, sociales, culturales. Digámoslo con todas sus letras: lo que también se dirime en este conflicto similar a una guerra interna, focalizada —pero con pretensiones de cubrir todo el territorio nacional— es el futuro de México, son los dos conceptos de nación que se disputan el poder, es la diferencia entre globalización como interdependencia y globalización como dependencia y sumisión.
Karl R. Popper es muy claro:
Esta tensión, esta inquietud, son consecuencia de la caída de la sociedad cerrada, y aún las sentimos en la actualidad, especialmente en épocas de cambios sociales. Es la tensión creada por el esfuerzo que nos exige permanentemente la vida en una sociedad abierta y parcialmente abstracta, por el afán de ser racionales, de superar por lo menos algunas de nuestras necesidades sociales emocionales, de cuidarnos nosotros solos y de aceptar responsabilidades. En mi opinión, debemos soportar esta tensión como el precio pagado por el incremento de nuestros conocimientos, de nuestra razonabilidad, de la cooperación y la ayuda mutua y, en consecuencia, de nuestras posibilidades de supervivencia y del número de la población. Es el precio que debemos pagar por ser humanos.
El grado de madurez en el que hoy se desenvuelve la sociedad es muestra de que todo puede y debe discutirse abiertamente, de que la rendición de cuentas es condición necesaria para que las consecuencias de esta guerra, cuyo mayor costo todavía está por evaluarse y cuantificarse, puedan convertirse en experiencia que ayude a superar duelos, ausencias, pobreza, mutilaciones, perspectivas y sueños de vida triturados, para que se transforme la alternancia en transición y permita reformar el modelo político, pues mientras no se reconozca que el presidencialismo mexicano, principio y fin de todo lo bueno y lo malo en este país, es el tapón que obstruye la evolución de la apuesta por el futuro, y se decida revisar en su totalidad las atribuciones constitucionales y metaconstitucionales que lo definen, siempre estará presente la tentación del autoritarismo.
[…] ¿Prensa cerrada en una sociedad abierta? Gregorio Ortega Molina Febrero 2011 La actitud de los mexicanos para resolver los problemas de su entorno, obliga a la reafirmación de ideas o definiciones que aspiran a explicarlo o, al menos, a aceptarlo. Tal es el caso del periodismo. Nunca como hoy —debido a la violencia propiciada por la guerra contra la delincuencia organizada— se discute lo que puede o no hacer un reportero, un fotógrafo, un periodista que cubra los diferentes ángulos de la información. Leer más. […]