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¿Prensa cerrada en una sociedad abierta?
Este País | Gregorio Ortega Molina | 28.02.2011 | 1 Comentario

Un país que aspira al libre acceso a la información pública y a la rendición cabal de cuentas por parte de sus gobernantes debe albergar una prensa tan abierta como plural y responsable. En palabras del autor, «todo puede y debe discutirse abiertamente».

La ac­ti­tud de los me­xi­ca­nos pa­ra re­sol­ver los pro­ble­mas de su en­tor­no, obli­ga a la rea­fir­ma­ción de ideas o de­fi­ni­cio­nes que as­pi­ran a ex­pli­car­lo o, al me­nos, a acep­tar­lo. Tal es el ca­so del pe­rio­dis­mo.

Nun­ca co­mo hoy —de­bi­do a la vio­len­cia pro­pi­cia­da por la gue­rra con­tra la de­lin­cuen­cia or­ga­ni­za­da— se dis­cu­te lo que pue­de o no ha­cer un re­por­te­ro, un fo­tó­gra­fo, un pe­rio­dis­ta que cu­bra los di­fe­ren­tes án­gu­los de la in­for­ma­ción.

prensa cerrada

Foto tomada de flickr.com/Claudio

Es ne­ce­sa­rio de­jar apun­ta­do que el pe­rio­dis­mo es un ofi­cio, no una pro­fe­sión. Co­mo tal, tie­ne ciertas ca­racterísticas ar­te­sa­na­les —a pe­sar de la velocidad con la que hoy se in­for­ma de los su­ce­­sos—, lo que ha­ce de la no­ta in­forma­ti­va al­go si­mi­lar a un ale­bri­je: la no­ti­cia de­be re­fle­jar la ca­­­pa­ci­dad de ob­ser­va­ción de ca­da uno de los re­por­te­ros que tra­ba­jan pa­ra los di­ver­sos me­dios; un reporte no puede ser idéntico a otro, co­mo de nin­gu­na ma­ne­ra son igua­les los ale­bri­jes. En eso con­sis­te la ri­que­za de la in­for­ma­ción: en la di­ver­si­dad con que los periodistas trans­mi­ten y dan a co­no­cer la no­ti­cia, el he­cho, con per­cep­ción y se­llo pro­pios, pues eso es lo que per­mi­te y fa­vo­re­ce la for­ma­ción de la lla­ma­da opi­nión pú­bli­ca.

De allí que azo­re la au­to­com­pla­cen­cia de Ga­briel Gar­cía Már­quez y sus exé­ge­tas, cuan­do al nue­vo pe­rio­dis­mo se re­fie­ren. Es­te ofi­cio no ha va­ria­do, se tra­ta de ofre­cer al con­su­mi­dor de no­ti­cias el qué, cuán­do, có­mo y dón­de del su­ce­so. Por el con­tra­rio, lo que evo­lu­cio­nó son los ins­tru­men­tos y la ve­lo­ci­dad de di­fu­sión, lo que fa­vo­re­ce la for­ma­ción y el for­ta­le­ci­mien­to de la so­cie­dad abier­ta. Lo que por di­ver­sas ra­zo­nes no se da a co­no­cer a tra­vés de los me­dios, de in­me­dia­to es co­mu­ni­ca­do por Twit­ter; la ima­gen que es cen­su­ra­da en las te­le­vi­so­ras, es su­bi­da a In­ter­net, en blogs o por­ta­les di­ver­sos. La rea­li­dad ven­ció la po­lí­ti­ca edi­to­rial de los me­dios y a las di­rec­cio­nes ge­ne­ra­les de co­mu­ni­ca­ción so­cial.

El peor ene­mi­go de la in­for­ma­ción fue­ron las ofi­ci­nas de pren­sa; crea­das con la pre­ten­sión de uni­for­mar cri­te­rios con el pro­pó­si­to de que la no­ti­cia coin­ci­die­ra con la di­fun­di­da por el emi­sor y no con la rea­li­dad, después escalaron a ti­rar “lí­nea” y a la cen­su­ra. Hoy un Twit­ter pue­de ser más rá­pi­do que la co­mu­ni­ca­ción en­tre el je­fe de Es­ta­do y su vo­ce­ro, quien ten­dría que dar a co­no­cer lo que bue­na par­te de la so­cie­dad ya sa­be, con o sin de­for­ma­cio­nes de in­te­rés po­lí­ti­co o ideo­ló­gi­co.

La rea­li­dad su­pe­ra a la fic­ción. Los me­dios de­ja­ron de com­pe­tir en­tre ellos pa­ra ha­cer­lo aho­ra con­tra la ve­lo­ci­dad, los re­cur­sos ci­ber­né­ti­cos y lo es­pon­tá­neo de mu­chos afi­cio­na­dos de la so­cie­dad, que “twit­tean” o su­ben a por­ta­les o blogs in­for­ma­ción o imá­ge­nes an­tes de que ha­yan si­do su­per­vi­sa­das o ma­qui­lla­das por los informadores.

¿Có­mo en­ton­ces as­pi­rar a es­ta­ble­cer nor­mas, au­to­rre­gu­la­cio­nes o si­mu­la­cio­nes en ma­te­ria in­for­ma­ti­va, cuan­do se trata de la gue­rra en­tre la le­ga­li­dad y el nar­co­trá­fi­co? No han fal­ta­do fil­tra­cio­nes ni im­pos­tu­ras en el es­fuer­zo por es­ta­ble­cer un con­trol so­bre la in­for­ma­ción de es­ta vio­len­cia co­ti­dia­na, la ma­yor de ellas pre­ten­der que la so­cie­dad crea que son los ba­ro­nes de la dro­ga quie­nes or­de­nan el ase­si­na­to o la eje­cu­ción de pe­rio­dis­tas, los se­cues­tros de co­mu­ni­ca­do­res y el van­da­lis­mo con­tra ins­ta­la­cio­nes de al­gu­nos me­dios.

Na­da más fal­so, sea­mos sen­sa­tos. Un de­lin­cuen­te, por es­tú­pi­do o re­fi­na­do que sea, quie­re, ne­ce­si­ta, pa­sar de­sa­per­ci­bi­do, pa­ra dis­fru­tar de su po­der y su for­tu­na en el ano­ni­ma­to. Exis­tie­ron ex­cep­cio­nes: los nar­cos co­lom­bia­nos de la dé­ca­da de los 80 y 90, no­to­ria­men­te Pa­blo Es­co­bar Ga­vi­ria, quien in­clu­so con­ten­dió por un pues­to de elec­ción po­pu­lar.

Re­cuer­den esa es­ce­na de Ca­ra Cor­ta­da, en la que Al Pa­ci­no acu­de a Bo­li­via a vi­si­tar a su pro­vee­dor y pro­mo­tor; éste le re­cuer­da lo ne­ce­sa­rio que es ser dis­cre­to, pa­sar de­sa­per­ci­bi­do. ¿Quién co­no­ce a los ba­ro­nes de la dro­ga es­ta­dou­ni­den­ses? Na­die, por su im­por­tan­cia y por su dis­cre­ción.

Mé­xi­co, con el im­pas­se de la tran­si­ción a cues­tas, ha avan­za­do en el ca­mi­no a con­ver­tir­se en una so­cie­dad abier­ta. De allí la crea­ción de ins­ti­tu­cio­nes co­mo el Ins­ti­tu­to Fe­de­ral de Ac­ce­so a la In­for­ma­ción Pú­bli­ca Gu­ber­na­men­tal (ifai), a pe­sar de que hoy se ve ame­na­za­do por ac­cio­nes co­mo la re­ser­va im­pues­ta a la di­vul­ga­ción de la Li­ci­ta­ción 21 y los cré­di­tos fis­ca­les otor­ga­dos en 2007; cu­rio­sa­men­te, la ins­ti­tu­ción que se opu­so a di­fun­dir los nom­bres de los be­ne­fi­cia­rios, en con­tra de la ins­truc­ción del ifai, fue la Co­mi­sión Na­cio­nal de los De­re­chos Hu­ma­nos. ¡Vi­vir­lo pa­ra creer­lo!

Pre­ci­sa­men­te por eso no pue­de de­jar de in­for­mar­se acer­ca de los re­sul­ta­dos de la gue­rra con­tra la de­lin­cuen­cia or­ga­ni­za­da. El es­fuer­zo de­be cen­trar­se en abrir más esa in­for­ma­ción y ofre­cer a la so­cie­dad to­das las va­ria­bles de los da­ños co­la­te­ra­les, pues a es­tas al­tu­ras las más de 30 mil muer­tes pue­den ser el me­nor de los ma­les, si se re­vi­san las con­se­cuen­cias aní­mi­cas, eco­nó­mi­cas, so­cia­les, cul­tu­ra­les. Di­gá­mos­lo con to­das sus le­tras: lo que tam­bién se di­ri­me en es­te con­flic­to si­mi­lar a una gue­rra in­ter­na, fo­ca­li­za­da —pe­ro con pre­ten­sio­nes de cu­brir to­do el te­rri­to­rio na­cio­nal— es el fu­tu­ro de Mé­xi­co, son los dos con­cep­tos de na­ción que se dis­pu­tan el po­der, es la di­fe­ren­cia en­tre glo­ba­li­za­ción co­mo in­ter­de­pen­den­cia y glo­ba­li­za­ción co­mo de­pen­den­cia y su­mi­sión.

Karl R. Pop­per es muy cla­ro:

Es­ta ten­sión, es­ta in­quie­tud, son con­se­cuen­cia de la caí­da de la so­cie­dad ce­rra­da, y aún las sen­ti­mos en la ac­tua­li­dad, es­pe­cial­men­te en épo­cas de cam­bios so­cia­les. Es la ten­sión crea­da por el es­fuer­zo que nos exi­ge per­ma­nen­te­men­te la vi­da en una so­cie­dad abier­ta y par­cial­men­te abs­trac­ta, por el afán de ser ra­cio­na­les, de su­pe­rar por lo me­nos al­gu­nas de nues­tras ne­ce­si­da­des so­cia­les emo­cio­na­les, de cui­dar­nos no­so­tros so­los y de acep­tar res­pon­sa­bi­li­da­des. En mi opi­nión, de­be­mos so­por­tar es­ta ten­sión co­mo el pre­cio pa­ga­do por el in­cre­men­to de nues­tros co­no­ci­mien­tos, de nues­tra ra­zo­na­bi­li­dad, de la coo­pe­ra­ción y la ayu­da mu­tua y, en con­se­cuen­cia, de nues­tras po­si­bi­li­da­des de su­per­vi­ven­cia y del nú­me­ro de la po­bla­ción. Es el pre­cio que de­be­mos pa­gar por ser hu­ma­nos.

El gra­do de ma­du­rez en el que hoy se de­sen­vuel­ve la so­cie­dad es mues­tra de que to­do pue­de y de­be dis­cu­tir­se abier­ta­men­te, de que la ren­di­ción de cuen­tas es con­di­ción ne­ce­sa­ria pa­ra que las con­se­cuen­cias de es­ta gue­rra, cu­yo ma­yor cos­to to­da­vía es­tá por eva­luar­se y cuan­ti­fi­car­se, pue­dan con­ver­tir­se en ex­pe­rien­cia que ayu­de a su­pe­rar due­los, au­sen­cias, po­bre­za, mu­ti­la­cio­nes, pers­pec­ti­vas y sue­ños de vi­da tri­tu­ra­dos, pa­ra que se trans­for­me la al­ter­nan­cia en tran­si­ción y per­mi­ta re­for­mar el mo­de­lo po­lí­ti­co, pues mien­tras no se re­co­noz­ca que el pre­si­den­cia­lis­mo me­xi­ca­no, prin­ci­pio y fin de to­do lo bue­no y lo ma­lo en es­te país, es el ta­pón que obs­tru­ye la evo­lu­ción de la apues­ta por el fu­tu­ro, y se de­ci­da re­vi­sar en su to­ta­li­dad las atri­bu­cio­nes cons­ti­tu­cio­na­les y me­ta­cons­ti­tu­cio­na­les que lo de­fi­nen, siem­pre es­ta­rá pre­sen­te la ten­ta­ción del au­to­ri­ta­ris­mo.

Una respuesta para “¿Prensa cerrada en una sociedad abierta?”
  1. […] ¿Prensa cerrada en una sociedad abierta? Gregorio Ortega Molina Febrero 2011 La ac­ti­tud de los me­xi­ca­nos pa­ra re­sol­ver los pro­ble­mas de su en­tor­no, obli­ga a la rea­fir­ma­ción de ideas o de­fi­ni­cio­nes que as­pi­ran a ex­pli­car­lo o, al me­nos, a acep­tar­lo. Tal es el ca­so del pe­rio­dis­mo. Nun­ca co­mo hoy —de­bi­do a la vio­len­cia pro­pi­cia­da por la gue­rra con­tra la de­lin­cuen­cia or­ga­ni­za­da— se dis­cu­te lo que pue­de o no ha­cer un re­por­te­ro, un fo­tó­gra­fo, un pe­rio­dis­ta que cu­bra los di­fe­ren­tes án­gu­los de la in­for­ma­ción. Leer más. […]

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