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La muerte me importa un pito: Gerardo Deniz
Cultura | Este País | Yendi Ramos | 01.01.2013 | 0 Comentarios

A quien menciona que la literatura es repugnante pero su poesía es un constante truco de magia, habría que respetarlo. Son pocos los poetas que retan la lógica y trazan para el lector un juego constante con el lenguaje. A Gerardo Deniz dan ganas de preguntarle: ¿cómo le hace?, ¿cuál es el truco para ganar siempre ese ajedrez de frases políticamente incorrectas? Quizá dirá: no sé y no me importa. Narrará aquella tarde en que esperaba recibir en el Centro de Documentación Científica y Técnica de México una revista de química orgánica y se encontró con dos poemas de Octavio Paz en otra gaceta. Dos años después, “una tarde amarga” de un 15 de diciembre, recuerda leer a un tal Paz. “Era el cumpleaños de ella”, dice en tono secreto y sin más explicaciones y en esa insinuada melancolía de 1953, compra su primer libro de poesía: Libertad bajo palabra. Probablemente es ahí donde toma casi por curiosidad un oficio de incógnitas, laberintos y una que otra mentada de madre. Juan Almela —su nombre real— nació en Madrid en 1934. En Ginebra, junto con su familia, vivió la derrota del régimen republicano español durante la Guerra Civil y en 1942 llegó a México. Aquí la entrevista con Juan Almela después de una plática que ofreció en la Escuela Mexicana de Escritores (eme) donde confiesa su anhelo de regresar a Ginebra, recorrer de nuevo una calle que caminó de niño y explorar ahora la distancia que en aquel entonces le pareció larga. YR

YENDI RAMOS: ¿Usted cree que la literatura es repugnante?
GERARDO DENIZ: Bueno, desde luego, pero si nos ponemos así, casi todo es repugnante, salvo los espárragos.

¿En sus poemas casi no abarca temas como el amor o la muerte? ¿Qué opinión tiene sobre estos dos temas? Pues aparentemente se “deben” usar en la poesía, ¿o no?
La muerte es algo que me es absolutamente indiferente. En fin, es una de tantas cosas que hay en el mundo pero para mí no fue —ni ahora lo es (que afortunadamente se acerca)— un tema que me haya ni consolado, ni torturado como a mucha gente. Por ejemplo, un poeta que admiro es Rilke, lo leo con placer pero me estropea el ambiente su obsesión Gayosso [sic]. Lo del amor, lo entiendo, eso sí es verdad, ¿eh? La muerte no tiene nada que hacer y nunca escribiré, ni he escrito sobre ella, ni en un día de mal humor. Ahora puede ser que haga algo a la muerte, pero de interesarme, la verdad me importa un pito, ¡vamos!

¿Considera usted que creó versos distintos a los que se hacían en una época en la que se tenía devoción a “la metáfora perfecta”?
La metáfora es un gran recurso poético. En ocasiones es maravillosa y, en su acierto, las puertas se abren, pero en otras es buscar por buscar. No le tengo ni fu, ni fa… todo depende de quién la use. Es como quien usa o no usa la letra efe. Está al alcance de todas las fortunas y no tengo nada en pro ni en contra más que en lo material, meritorio, valioso, como en otras cosas.

Usted retó a la metáfora, ¿o no?
Creo que tengo bastante imaginación como buen científico (por fallido que sea) pero la imaginación es una fuente perfecta de metáforas. Y sí me salen, y las aprecio; las mías y las ajenas, pero convertirlo en receta —como todas las recetas— es excesivo.

Le voy a decir una palabra o frase y usted me va a decir lo primero que le venga a la mente.
Señorita, ¡qué barbaridad!, esto empieza a adquirir un tufillo psicoanalítico horrible.

Moral.
Empieza con eme.

Octavio Paz.
Fue buen amigo mío.

Rúnika.
¡Ah!, ese es todo un capítulo de mi existencia hipotética.

Lezama Lima.
Era un señor creo que cubano y maricón. No me interesa.

Un caballito gira desolado. Enmierdado…
El caballito de mar es un animalito encantador. Absolutamente.

Mezclas.
Hay que separarlas enseguida en sus componentes: ¡habla la química!

Enemigos del alma: el matrimonio y la política.
Son dos, tal vez, los dos más peligrosos. Son fatales. No hay que sucumbir a eso.

Premios Villaurrutia y Aguascalientes.
Nunca tuve el Aguascalientes porque lo que me dieron fue una mención…

Retomo las preguntas. Si usted no fuera Juan Almela, ¿cómo leería a Gerardo Deniz?
Es complicado porque me siento de una unidad absoluta y total. Ya expliqué que mi uso de seudónimo no obedece a razones metafísicas, profundísimas… sino a razones netamente prácticas.

¿Qué poetas admira y cuáles son sus favoritos?
Admirados: Dante. Favoritos: Sor Juana Inés de la Cruz, Ramón López Velarde, José Gorostiza y Alí Chumacero… Eliot, Saint-John Perse…

¿Con qué se enfrentó al no pertenecer a un grupo de poetas o aparente “vanguardia”?
Me daban a entender que abandonara la poesía porque yo me separaba de un modo realmente ofensivo de los cánones, del inventario de objetos poéticos al margen de los no poéticos. Y entonces mejor creaba permutaciones, como las que siempre digo. Pero escribir cosas como: “mi voz surge de la piedra, la piedra nace del agua, el agua que el aire fecunda…”, y atreverme a decir todas esas cosas que no significan absolutamente nada y que además no son bellas, ¡no! Apartarse con cierta rudeza de eso se paga. Yo lo sigo pagando. Por eso para la mayoría de los lectores si mencionas: “las cosas de Deniz” dicen: “¡Ah, no, eso no se puede leer!, ¡no se entiende nada!”.

¿Entonces qué lo mantuvo a usted en la poesía?
La inercia.

De la química se separó aunque asegura que es su verdadera vocación. Pero, ¿siguió escribiendo por inercia?, ¿qué le permitió seguir ahí, en la poesía?
No sé, no pedí permiso. Me lo permití solo. No sé. Algunas cosas mías me empezaron a interesar y descubrí a autores, muy pocos, pero muy sólidos. Esos que ya mencioné, desde Dante (porque nunca hubiera leído a Dante de no ser porque era el santo patrono de Eliot), pero descubrí a Eliot, porque lo mencionaba Paz en El arco y la lira. Pero por otra parte también hay mucho cuento muy desagradable. Si se encuentra a un intelectual hecho y derecho de los que afortunadamente no sobran… si le pregunta por Eliot, o no digamos por Ezra Pound, él contesta: “¡Oh magnífico!”. Pero si agarra uno una página, un párrafo, uno dice: “¿qué es esto?”, “¿qué dice aquí?”. No, nadie lo hace porque el resultado sería fatal. Porque una cosa es decir: “¡Oh admirable!”, y otra cosa es entenderlo. Por cierto, Ezra Pound, que todo mundo menciona porque es el más inteligible, ¡de los grandes nombres!; al hablar de él me hacen el favor de poundearme y no lo soporto. No lo soporto, lo siento mucho y además no entiendo ni jota, lo confieso también. Sin embargo, aquí cualquier intelectual de fuste se agarra uno o dos cantares de Ezra Pound, que está trufado de pasajes en griego y en latín, y los lee de corrido… Pero eso sí cuando yo meto dos palabrejas de no sé qué… me salen: “¡No!, ¡eso no se entiende!”, “¡busca en el diccionario!” Mucha gente tiene la idea esa…

Es que ha inventado una que otra palabra…
No, yo no he inventado nada. Neologismos he inventado muy pocos, no creo haber inventado arriba de cincuenta pero confieso que he mencionado una serie de sustancias químicas y de animales exóticos.

Es muy divertido como lector ponernos como locos, efectivamente buscando desesperados en el diccionario, “no es posible que no me diga algo común”, ¿era su objetivo?
¡No, jamás!, ¡nunca! Es que sencillamente escribo en mi idioma porque así pienso. Es lo que me nace. Entonces, si me he ocupado de cosas indebidas pues ya lo confesaré dentro de poco, antes de mi entrada al infierno, pero yo no busco nada de eso. En absoluto. Lo que pasa es que si me viene al caso la palabra ciclopentanofenantreno pues… la uso.

Pero, ¿a usted escribir le causa esa diversión como de repente también le puede provocar al lector?
No sé. Para mí, como yo lo escribí, lo leo de corrido; lo cual también tiene su parte pecaminosa porque me informaron, de viva voz, alguien que conoció a Benjamin Péret —que tiene algún poema potable surrealista—, le preguntaron un día “¿aquí qué quiso decir?, y respondió “yo no sé qué pensaba cuando lo escribí”. ¡Bueno, pues sí! ¡Muy libre! Pero yo no, yo al contrario. A mí lo malo es apretarme el botoncito porque empiezo a producir, a producir material, pero es eso: el material que constituye mi relleno…

¿De qué está relleno Juan Almela?
Está relleno de muchas cosas. Bueno, básicamente de ciencias puras, no matemáticas porque soy pésimo matemático. Matemáticas aplicadas, ahí sí. Aplicadas a la física, química o a la bioquímica. Como en la química orgánica que me salen fórmulas estructurales de las orejas, de todas partes, porque ese sí es mi mundo, que es muy espacial por cierto: estructuras químicas, morfologías, anatomías de animales, de plantas, de células. Todo eso es muy mío.

Y, entonces, una pregunta común: ¿para usted qué es la poesía?
Es el resultado de aquello de escribir en rengloncitos cortos.

Si volviera a nacer, ¿volvería a ser poeta o ya no quisiera saber nada de eso?
Bueno, todo depende, aquí sí el problema es profundísimo o nulo, según lo mire. Lo digo porque estoy absolutamente seguro de que volvería a cometer los mismos errores, tal vez con otro nombre. Pero, en fin, dejando aparte esto, que ya es de gran altura filosófica… ¡no!, vendría a este mundo para lo que vine: investigación química o biológica. Punto. Todo al son de la música. Eso sí, no dejes de mencionarlo porque es absolutamente esencial, lo de escuchar música. Toda la vida lo ha sido. ~

——————————
YENDI RAMOS (Oaxaca, 1982) ha colaborado en medios como La Jornada Semanal. Sus poemas se han publicado en las antologías Desde el fondo de la tierra, poetas jóvenes de Oaxaca (Praxis, 2012); Moebius. Memoria del primer encuentro 2010. Poetas nacidos en los 80 (Sikore Diseño y Sapiencia, 2011); Cartografía de la literatura oaxaqueña actual (Almadía, 2007, y la segunda edición de 2012).

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