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El verso
Cultura | Este País | Mirador | Gabriela Solís Casillas | 01.10.2013 | 0 Comentarios

Mario González Suárez, La mundanal grandeza.

“¡Postraos, aquí la eternidad empieza

y es polvo aquí la mundanal grandeza!”.

José Trinidad Pérez

Escúchalo en voz de la autora

Mirador, El verso.

Todas las cosas del mundo empiezan con una mujer impertinente. Ese pensamiento se fija con rabia detrás de los ojos del hombre y hace que uno de sus párpados salte intermitentemente. Sin embargo, el aspecto de loco no se lo confiere el tic. Son sus mandíbulas apretadas y la furia en su mirada lo que hace que la gente se cambie de acera. No le importa: el presentimiento de una traición le bulle dentro y silencia al mundo de afuera. El par de cubetas llenas de pintura negra con las que carga pesan por lo menos diez kilos cada una. Eso no reduce la rapidez de sus pasos: lo impulsa la necesidad de irse y desgajarse en preguntas. No desea sino fatigar las calles con sus pasos porque sabe que a la muerte se llega andando.

Bajo el brazo lleva apretadas un par de brochas. Por seis años se ha dedicado a la insulsa tarea de pintar anuncios en bardas olvidadas. Espectáculos de música, campañas políticas, el advenimiento de Jesucristo: a nadie le importa. Así conoció a Sandra. Él empezaba a pintar el lema de un político cuando de la casa de enfrente salió ella, gritando a todo pulmón. Se acuerda de lo agudo de su voz y de que no llevaba sostén. Se le quedó mirando para grabar esas formas redondas en su mente antes de volver a la frialdad de la pintura. Sandra, como un gato, llegó en tres pasos hasta él y siguió vociferando algo sobre el derecho que ella tenía a que no ensuciaran su paisaje. No sea impertinente, mujer, dijo él, exasperado y un poco nervioso por el olor de la piel femenina. Tengo hambre y me pagan por hacer esto. Entonces el fuego en el que ella ardía disminuyó hasta volverse solo un calor plácido. Lo invitó a comer ese y todos los días hasta que terminó de pintar la barda.

Junto con el trabajo, se acabaron los pretextos para ir a verla. Él esperaba algún titubeo, un abrazo que fuera la petición de que se quedara. Pero ella solo le dedicó una sonrisa amplia y un ademán de despedida. La confusión le engarrotó los músculos y se mordió los labios para no decir nada. ¿Qué me faltó?, se preguntó mientras caminaba de vuelta a su casa. La respuesta no llegó y en cambio la imagen de Sandra fue calcándose en sus sueños. Cuando se decidió a buscarla y fue a su casa, la vio en la puerta despidiendo a otro hombre con un beso. A ese hombre sí le echaba sus brazos al cuello, a él sí le pedía que no se fuera. Un silencio inmenso se instaló en sus oídos y el pecho le pesó: era el dolor del que no entiende. El trabajo comenzó a escasear, pero él no se preocupó. El hambre le hacía olvidarse de aquella cara que tanto había querido acariciar. Después de un par de meses, por fin un encargo: pintar en la barda de un panteón ciertas palabras de un poeta moreliano, un verso que se repite en interminables camposantos. Aceptó. No pensaba tanto en la poesía como en la liberación que sería morir.

Después de caminar con paso furioso por horas, llega al desolado panteón. Saca el papel donde escribió la frase que debe pintar y se la queda mirando. Para que esta frase tenga sentido habría que alterarla, piensa. La palabra grandeza está ahí y no significa nada. ¿Cuál grandeza?, rumia mientras delinea cuidadosamente la primera letra. Las ideas revolotean dentro de su cuerpo como una parvada enloquecida. Piensa: uno sale a la vida de entre las piernas de una mujer y después todo es luchar para volver a meterse entre las piernas de otra. Piensa en ellas y en su insoportable forma líquida: sus abrazos de agua, la sangre puntual, sus inasibles lágrimas, el agua en el que gestan a más hombres que vendrán a sufrir el mundo. Está harto de la humedad, solo quiere tirarse al sol y hacerse polvo de a poco. Cuando termina de pintar, vence el agotamiento que le agacha la cabeza y mira la frase reacomodada: “La mundanal grandeza empieza y es polvo”. Agotado y feliz, se tira boca arriba en la tierra a esperar la muerte que es seca como el desierto.  ~

__________

GABRIELA SOLÍS CASILLAS (Ciudad de México, 1987) es escritora y actualmente termina el Diplomado en Formación Literaria en la Escuela Mexicana de Escritores. Twitter: <@ellaesprufrock>.

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La ballena azul
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