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Luis Landero, el caballero del Castillo de Luna
Cultura | Este País | Horacio Martos | 01.10.2013 | 0 Comentarios

Después de un largo ir y venir por diversos oficios, Luis Landero publica su primera novela. A partir de ahí, su vocación literaria se convirtió en la certeza más importante de su vida. Martos nos cuenta la historia de este autor español.

Trivia art déco

Corre abril de 2013. Un profesor del Instituto de Educación Secundaria “Castillo de Luna” toma el micrófono en un salón de actos abarrotado. Se va a dar a conocer el fallo del veintitantos Concurso Literario de Narraciones Cortas “Luis Landero” en el pequeño pueblo de Alburquerque, provincia de Badajoz, en el oeste de España. El maestro extremeño lee los nombres de los galardonados, diez alumnos de centros educativos de todo el país que han participado en la XXIII edición del premio, que no pasa de ser un certamen escolar pero que goza de gran prestigio entre los alumnos.

Luis Landero, un escritor español nacido en 1948, sonríe. Está en su pueblo y le llena de emoción el momento. Cada año lo visita con motivo del anuncio de los galardonados. Alburquerque se localiza cerca de Portugal, en una zona donde la lengua hispana y la lusa viven abrazadas, La Codosera. El escritor recuerda que el lugar tenía el embrujo de aquellos donde “la gente iba y venía buscándose la vida” de cualquier manera: “había zahoríes, acordeonistas, vagabundos, segadores, curanderos, era todo un mundo, y en ese ir y venir se mezclaban los idiomas”, lo que le daba una dimensión aún más singular a la vida.

Los turistas que no se salen de los caminos trazados en guías y revistas de viajes jamás pisarán este rincón del oeste de España. Los aventureros, puede que sí. Algún curioso dejará su huella en la raya fronteriza buscando quizá los caminos que conducen al Alentejo portugués que, el también escritor, José Saramago inmortalizara en su novela Levantado do chao (Levantado del suelo), en 1980. Eran años inciertos en la historia de Luis Landero, cuando fue trabajador de taller, oficinista, guitarrista de tablao flamenco, profesor de literatura hispánica… quién sabe, pero seguramente escribir era aún un proyecto aparcado por la razón pero que latía en su corazón.

Pero volvamos a Alburquerque, su pueblo, donde el escritor está feliz, muy feliz. Para él es un regalo extraordinario estar cerca de un puñado de jóvenes que leen sus libros y conocen su literatura. Ante ellos no tiene que dictar cátedra sobre Pablo Neruda, Antonio Machado, Miguel de Cervantes, Franz Kafka, Joseph Conrad, Scott Fitzgerald, Henry James o Miguel Delibes, pero sí de literatura y novela. Año tras año les ha contado que “la literatura es vida y la vida es literatura”, dos caras de una misma moneda, inseparables y vibrantes, dos pasiones del escritor que busca que un libro muerda, conmueva e inquiete a los lectores. Una palabra lo resume todo: que les apasione.

El caballero del Castillo de Luna

Alburquerque es un pueblo de unos seis mil habitantes cuya joya arquitectónica es, sin duda, el Castillo de Luna, una construcción levantada siglos atrás para proteger la región de las tropas lusas. La región fue terreno de disputa entre españoles y portugueses y la fortificación fue el bastión fuerte de la comarca de Los Baldíos. Se lo disputaron también cristianos y musulmanes en el siglo XII, y en 1217 cayó definitivamente en poder de los primeros.

En la comarca abundan aún hoy las familias campesinas. En una de esas nació Luis Landero, arrobado por el “encanto de los viejos relatos orales” de sus mayores. Emigrado a Madrid muy joven —a fines de los años cincuenta—, a mediados de los sesenta sufrió la “experiencia fundacional” más importante de su vida: la muerte de su padre a los cincuenta años. Insatisfecho, soñador, su padre recobra la vida en muchos de los relatos de Landero representando a una cohorte de seres que ansían algo muy superior, muy lejano, que les sobrepasa y, con todo y esa condición de derrotados de antemano, que no abandonan sus sueños. Su pérdida, admite Landero, cambió la forma de ser del hoy escritor.

Instalado en Madrid, en su juventud se convirtió en profesor de preparatoria y, después, de la Escuela Superior de Arte Dramático. Fue docente durante treinta y dos años tras haber visto mundo y luego dejó de lado ese espíritu de trotamundos y pasó a ser gente de barrio.

El propio escritor ha señalado que su vida ha sido “agitada” y “un poco disoluta” en lo laboral, lo que impidió que se concretara hasta los cuarenta y un años su primer gran proyecto literario, Juegos de la edad tardía, un relato que cosechó un enorme éxito al obtener el Premio Ícaro el mismo año de su lanzamiento (1989), y los Nacionales de Narrativa y de la Crítica en 1990. Él se sacude esa vitola de escritor tardío sin miramientos: “Empecé a escribir muy pronto, de adolescente”, explicó el pasado febrero en una entrevista difundida a través del Instituto Cervantes. Allí rechazó de buena gana el adjetivo de autor “cervantino” que le endosa parte de la crítica aduciendo que no sabe bien a qué se refiere quien emplea esa expresión. Presiente que quizá tenga que ver con poner en un mismo nivel el lenguaje culto y el popular, manejado el último con maestría por el autor del Quijote.

Luis Landero escribió sus primeros poemas cuando tenía catorce años pero a los veinte abandonó la lírica. La narrativa le cautivó y comenzó con cuentos, relatos breves y novelas que no llegó a publicar. Luego llegó la transformación de un hombre gris, Gregorio Olías, en un personaje fantástico, Faroni, capaz de transformar una realidad carcomida por la cotidianidad en un mundo fantástico. Ello para encandilar a Gil, el representante comercial que lleva una vida desangelada en Juegos de la edad tardía.

En lo que Landero admite que se demoró bastante fue en publicar. Al leer alguno de sus libros la sensación que uno tiene es que valió la pena esperar. Tras el éxito de Juegos de la edad tardía fueron cayendo novelas como Caballeros de fortuna (1994) y El mágico aprendiz (1998). Las tres forman lo que el propio Landero ha denominado la Trilogía del Afán, con los anhelos imposibles que encierra Juegos…, la ambigüedad que se expresa en Caballeros… y el conformismo que se adueña de Matías Moro, el protagonista de la tercera.

Un ensayo literario titulado Entre líneas: el cuento o la vida (2000) antecedió a El guitarrista (2002), una ficción con brochazos autobiográficos referidos a 1975 y los años siguientes, cuando Landero marchó a París a ganarse la vida como músico de flamenco. Hoy, Júpiter (2007), Retrato de un hombre inmaduro (2010) y Absolución (2012) completan la serie de novelas del autor español.

Todas ellas comparten un cierto “aire de familia”, con seres que viajan hacia sí mismos y tratan de descifrar los misterios de la vida: “Estoy siempre orbitando en torno a las mismas obsesiones […]. Lo importante es laborar tu tierra, tu terreno, laborar tu mundo. Y en eso estamos”.

Hoy, Luis Landero, que a lo largo de su vida ha sido “un niño de pueblo y un hombre de barrio”, ha elegido la serenidad y el silencio. Instalado en el barrio madrileño de Chamberí ha construido un mundo maravilloso que cuenta ya con siete relatos espléndidos, siete novelas notables, la última de las cuales, Absolución, relata la historia de Lino, un hombre de treinta y tantos años, hasta cierto punto abúlico, que está a punto de casarse y que, sin saber si por sus miedos o por azares del destino, huye una y otra vez de las encrucijadas que le pone la vida repitiendo en su mente una frase del filósofo Blaise Pascal: “Todos los infortunios del hombre vienen de no saber estarse quieto en un lugar”.

Absolución

El propio escritor la considera su novela “más redonda”, centrada en una lucha universal y reconocible: la de una persona cualquiera por su felicidad. Confiesa que fue “muy feliz” escribiéndola a lo largo de año y medio. Al leerla da la sensación de que todos nos podemos cobijar en ella y buscar en el relato algo que nos ayude a entender cómo encontrar la varita mágica con la que el ser humano se apropia del destino y logra vencer miedos, dudas e incertidumbres. Lino tiene a su alcance la felicidad, un matrimonio con Clara —una mujer maravillosa— en ciernes pero de repente algo se tuerce y, sin querer, un soplo se lleva todo ese equilibrio maravilloso de manera misteriosa. El señor Levin, su confidente, retrata a Lino del siguiente modo tras apenas conocerle:

Sois como una secta y sois inconfundibles. Me refiero a vosotros, los fugitivos, los prófugos, los que van de paso y aprisa por la vida, como si la vida fuese un viaje hacia una meta y hubiera que apresurarse a cada instante, sin detenerse nunca. Me admiro y a la vez os compadezco, por ese modo que tenéis de vivir de prestado, de empezar a desdibujaros y a empalidecer apenas llegáis a un sitio, del visto y no visto, del aquí y del allá, de ese dejar en cada lugar la incertidumbre de vuestra presencia, creando así en los otros la duda, la posibilidad de que la vida tenga mucho de ilusión o de sueño, o de que los fantasmas existan de verdad. Igual que los santos llevan su aura, también vosotros tenéis algo, un aire, un modo inestable de estar, el cansancio del viajero, sin rumbo, la inquietud ante la amenaza de la permanencia […], una actitud ante la vida que os hace poco menos que inconfundibles. No sé explicarlo mejor, pero yo sé lo que me digo.

Ya no hay estrellas Sr. Andy Warhol

Para Lale González-Cota, quien reseñó la novela para Tusquets —la editorial que la ha lanzado—, esta es sin duda la novela “más trepidante de Landero, “una delicada historia de amor, una cuenta atrás que no da tregua y un inspirado relato de aprendizaje y sabiduría” que está construido sobre “un elenco de personajes inolvidables”: “Más allá de algunos espléndidos pasajes sobre la literatura como salvavidas, la novela toda es un homenaje al oficio de escribir y al gozo de leer, dos sedes de un mismo paraíso”.

Literatura y novelas

“Escribir es lo más importante de mi vida, es más que una terapia. Yo sin la escritura no habría encontrado mi lugar en el mundo, no sé qué habría sido de mí”, explicaba el escritor en octubre del año pasado después de publicar su novela más reciente. Dicha aseveración la ha repetido una y otra vez ante sus alumnos y los que se congregan cada año a escucharle en las escuelas que visita. Es otra de sus vocaciones: es un dedicado promotor de la lectura.

A la literatura la considera un campo fértil para “sembrar inquietudes”, que es capaz de “revolucionar el alma” del lector: “La literatura no puede ser puro entretenimiento, domesticada, a la que se le han arrancado las garras, servil de algún modo. Tiene que abrirnos, inquietarnos, revolucionarnos”, asegura Landero.

Lo fundamental en la ficción del escritor son los personajes, que el novelista construye casi como un alquimista, mezclando imaginación y experiencia. En alguna ocasión él mismo ha descrito la labor del escritor como una mezcla de Don Quijote y de Simbad el Marino, el cruce entre la vida y la ensoñación o la fantasía, contacto, tangentes, cortes, a veces puntos de fuga pero jamás y de modo absoluto una victoria total de la imaginación sobre la vida. Esta última tiene su valor primordial en sus textos, un peso propio en cada una de sus novelas. No habría buenos libros con pura experiencia sin el aire del mundo de la imaginación para completar las historias.

Absolución es para el insatisfecho Lino “como un paisaje visto desde el tren”. En Juegos de la edad tardía su protagonista, Gregorio Olías, ve cómo se define su vida un verano cuando su abuelo le explica qué es “el afán”: “Es el deseo de ser un gran hombre y de hacer grandes cosas, y la pena y la gloria que todo eso produce”. Dámaso Méndez, el personaje central de Hoy, Júpiter, que trama una venganza, cambia en “una tarde de furia y alcohol” de vida o, más bien, de manera de ser al encontrarse con una voz interior que le susurra:

Escucha, mira, observa. Que tus ojos y tus oídos instruyan al entendimiento. Paciencia, paciencia. ¿Qué fruto madura de un día para otro? ¿Dónde has visto que el enamorado o el filósofo consigan su intento a la primera? Hasta Dios se tomó su tiempo para crear el universo. Mira las cosas sin prisas y espera tu oportunidad. Y no caigas en la tentación de significarte demasiado. Sé amable y bondadoso. Eso te cargará de razones para cuando llegue la ocasión del castigo. Entretanto, confúndete con los demás, que esa es la mejor manera de que nadie sospeche de tu poder y tus designios. Aprende a sonreír. Celebra sus gracias y sus éxitos, porque no hay arma más segura que la adulación […]. Crece humilde y anónimo, y recibirás multiplicada por mil la pequeña semilla de tu servidumbre y tu insignificancia.

Landero reconoce que para un escritor “lo más importante es dar vueltas a su mundo hasta descubrirlo y saber qué es lo que tiene que escribir, qué es lo que él está llamado a escribir”. Sus sentidos tienen que estar aguzados para dos funciones: “observar y sentir”. Asegura que uno es escritor “porque se enamora de las palabras”, no nada más en su uso en el arte de narrar sino como receptor de las narraciones de otros. En la vida de Landero este papel lo desempeñó la gente de campo a quien se consideraba ignorante pero que en realidad manejaban con destreza el arte de contar historias.

El éxito y España

Una de las máximas de Luis Landero tiene que ver con su aversión al éxito. Lo conoce desde Juegos de la edad tardía pero desde entonces ha recelado de él. Su desdén llega al extremo de considerarlo una “droga adictiva”.

En Hoy, Júpiter inventó lo que llamó el decálogo laico, una especie de ideal de vida que consiste en “vivir sin prisas”, observando y cultivando el gusto por vivir; ser capaz de estar en soledad, gozar con el placer de estar con uno mismo; no hacer caso del éxito y el dinero; vivir ligero de equipaje; ser pesimista, lo que considera un deber moral ante el dolor ajeno; entender la vida como una experiencia agridulce, lo agrio, por su brevedad, y lo gozoso porque está llena de dulzura; disfrutar de la naturaleza; ser capaces de vivir con plenitud, capaces de sorprenderse; seguir siendo un niño, en su caso particular con la pretensión como escritor de prolongar su infancia, y ser agradecido.

Se considera un escritor de los de siempre, solitario y puro. No cree que ese “arte de mirar” que es la escritura tenga tanto que ver con los intereses de los mercaderes de libros como muchas veces se piensa. Cree que las buenas novelas no nacen de la casualidad ni de las musas, sino de la disciplina y el esfuerzo, de una voluntad férrea por contar “lo indecible”.

De España, lamenta que la crisis que le aqueja se haya convertido en el tema central del debate social, y que incluso se haya llegado a una absurda discusión monotemática. Los ciudadanos siguen ansiosos de disfrutar de la democracia pero no pueden hacerlo.

Siente que vivimos “en una orfandad ideológica total” en la que no hay “asideros políticos”: “Todas las ilusiones que tuvimos los de mi generación y demás se han ido marchitando. Y de todo ha quedado un sabor a desencanto”, afirma.

El mismo Landero se considera resultado de una “generación perdida”, la formada por familias españolas que sufrieron la Guerra Civil (1936-1939), sobrevivieron a la posguerra y, en ese momento de sus vidas, tuvieron que renunciar a sus proyectos. A partir de entonces dejaron de tener planes o aspiraciones personales y cobraron vida en sus hijos, quienes en unos casos dieron vida a aquellos proyectos abandonados para siempre por sus progenitores pero en otros tomaron su propio camino, ajeno a las pretensiones de sus mayores.

Saber leer

De su infancia mestiza en la frontera entre Portugal y España recuerda que “el español ponía la letra y el portugués la música”, entremezclados en boca de una gente que vivía del campo. Aquellos no eran tiempos de globalización mediática, recorrer el mundo era resultado de una ensoñación que sucedía casi siempre en la fantasía más que en las propias vivencias.

Enamorado de la tradición oral y heredero de los cuentos de su abuela, hoy este profesor de literatura jubilado sigue siendo un incansable promotor de la lectura. Está resentido con los planes de quienes, a golpe de reforma educativa en España, pretenden relegar la literatura y la filosofía al rincón más oscuro del aula mientras la lengua pasa a primera fila: “En las escuelas lo que habría que hacer es leer, leer, leer y escribir, escribir y escribir. Y en las clases habría que leer, leer y leer, porque la literatura no la enseñan los profesores sino los autores”, dice rotundo.

Su historia está marcada por los libros: “Yo no conocí un libro en la infancia, salvo la enciclopedia de la escuela. En Madrid empecé a leer novelas policiacas y del oeste, de esas que vendían en los kioskos, y cómic, y cosas de estas. Poco a poco empecé a conocer algún libro a través de amigos o vecinos”, recuerda Landero.

Sin embargo, admite que uno de los primeros libros fue un Quijote ilustrado por Gustav Doré que compró a cambio de cuatrocientas pesetas (23 euros) en una mercería. Lo leyó con entusiasmo, sin buscar en él lecciones de vida sino más bien diversión e historias. Con el tiempo se convirtió en “un valor seguro”, una obra que jamás le ha cansado.

Se sigue definiendo como un “apasionado de la lectura” y cree que aprender a leer bien va a ser, si no lo es ya, uno de los grandes retos de nuestro tiempo. Sus primeros compañeros de viaje literario fueron poetas antes que narradores, lo que le hace evocar una frase de Octavio Paz: “Hay pueblos sin prosa, pero no sin poesía”.

Piensa que la novela jamás morirá porque “no podemos vivir sin contarnos historias” aunque a veces no sepa bien a bien qué es la vida o dónde está, si encerrada entre las tapas de un libro o en las calles de nuestros pueblos y ciudades, cualesquiera que estos sean: “La vida se completa con el cuento. Y por eso escritores va a haber siempre. ¿Lectores? Ya no estoy tan seguro”.

Dice que para un escritor suele ser más importante saber leer bien que el modo de escribir, y prefiere dejar de lado ese mundo en el cual se consume más información y a la vez se cuentan menos buenas historias. Landero habla con calma de sus lectores y goza de ver cómo los sigue habiendo, curiosos, embelesados, atentos a cada palabra y a sus secretos en los libros que él mismo ha escrito, de gente que parece común y corriente pero en el fondo son auténticos héroes extraordinarios.  ~

1 Entrevista con Monserrat Iglesias, directora de Cultura del Instituto Cervantes, realizada el 21 de febrero de 2013 <http://cervantestv.es/2013/02/22/encuentro-con-luis-landero/>.

2 Luis Landero, Absolución, Tusquets, 2012, p. 157-158.

3 <http://www.elplacerdelalectura.com/2012/11/absolucion-de-luis-landero.html>.

4 <http://www.lavanguardia.com/libros/20121022/54353348932/luis-landero-absolucion.html>.

5 Luis Landero, óp. cit., p. 27.

6 ———, Juegos de la edad tardía, RBA Editores, 1993, p. 44.

7 ———, Hoy, Júpiter, Tusquets, 2007, p. 155.

8 Entrevista difundida por el Instituto Cervantes.

________

HORACIO MARTOS, periodista cultural afincado en México.

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