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Obama ya es historia
Correo De Europa | Este País | Julio César Herrero | 01.12.2013 | 0 Comentarios

El Papa Francisco ha asumido una actitud notablemente diferente a la de sus antecesores. ¿Auténtico regreso a la esencia evangélica? Al menos mediáticamente eso parece, a tal grado que su forma de comunicarse mueve más sensibilidades que el mejor de los discursos políticos. 

©iStockphoto.com/Cobalt88

El pasado 2 de octubre más de 200 personas perdieron la vida cuando intentaban alcanzar la costa de Lampedusa (Italia), en un mortal intento por encontrar una vida mejor en donde, erróneamente suponían, se encuentra el primer mundo. Diferentes líderes políticos europeos lamentaron lo ocurrido. El cruce de acusaciones sobre la responsabilidad en la tragedia y el cuestionamiento de las leyes de inmigración del Gobierno italiano acapararon el debate y las noticias. Pero ninguna asunción pública de culpa. Solo un líder tuvo la decencia de calificar aquello como una “vergüenza” y apelar a la conciencia colectiva al subrayar las dramáticas consecuencias de la “globalización de la indiferencia”. Había tenido el acierto de unir un término que habitualmente se asocia a progreso, a siglo XXI, con otro que resume la más indignante muestra de retroceso moral, de deshumanización. Pero, lo más importante, se había vinculado emocional y racionalmente con cualquier persona decente, porque se había pronunciado con normalidad, con sentido común. Sus declaraciones eran, además, previsibles.

Fue elegido por sorpresa y sorprendente fue su primera aparición pública. Vestido de blanco —y no de rojo como sus antecesores—, sin artificios, formalmente humilde, reconociéndose uno más. Estaba demostrando que la naturalidad es la más potente arma de comunicación porque ayuda a empatizar con una audiencia, en este caso, millonaria. Desde entonces, el Papa Francisco ha revitalizado la comunicación política. Cercano, espontáneo, admirable pero asequible, gestos limpios y moderados y un discurso coherente. Esas son las características de quienes creen ver en el Sumo Pontífice (término que, probablemente, rechazaría) toda una revolución. Probablemente lo sea para la cristiandad; lo es sin duda en el terreno comunicativo.

Jamás un político ha dado tantas lecciones ni ha evidenciado un cambio de estilo en tan pocos días. El Papa sí. Las virtudes comunicativas que adornan a Barack Obama le convirtieron en un referente para estudios, investigaciones y artículos científicos. La comunicación experimentó un notable impulso y se convirtió en centro de atención política. Tenía la capacidad de sintonizar con la sociedad, una buena puesta en escena, unas habilidades extraordinarias para la oratoria y, sobre todo, discursos que sonaban naturales pero milimétricamente preparados.

Pero con el Papa Francisco, Obama ya es historia. El sucesor de Pedro está demostrando —quizá por convicción y no por una cuidada planificación de cara a los creyentes— que los gestos llegan más allá que las grandes alocuciones. El jefe del Estado Vaticano no ha necesitado utilizar internet, las redes sociales, los actos extraordinarios para llegar a los suyos (y a los que no lo son). Lo revolucionario de su comunicación es que ha vuelto a los rudimentos de la comunicación. Ese es el gran cambio. Se muestra cercano, sencillo, corriente; verbaliza lo que todo el mundo piensa, incluso quienes no son creyentes. La horizontalidad de unas intervenciones que no sitúan al orador por encima de la audiencia, la desnudez de la retórica —desprovista de artificios que buscan el efectismo—, la sensación de que cuando habla se produce un diálogo entre iguales —con términos normales, con pensamientos lógicos— presidido por el sentido común, constituyen la esencia de su extraordinaria proyección.

La espontaneidad con la que el día 29 de julio, aprovechando el viaje de regreso de Río de Janeiro con motivo de las Jornadas Mundiales de la Juventud, declaró: “¿Quién soy yo para juzgar a los gays?”, supone un radical cambio de rumbo en la doctrina de sus antecesores. Con solo una pregunta echó por tierra uno de los principales objetos de crítica a la jerarquía eclesiástica. No fue necesaria una gran intervención. Una simple pregunta transmitía la imagen de humildad (rompiendo con la actitud de sus predecesores), resituaba a los fieles en la esencia de las Escrituras y anulaba por completo uno de los principales argumentos que atribuyen inmovilismo e intransigencia al Vaticano.

En apenas siete meses, el argentino de 76 años que tomó el relevo a Pedro (que frena su auto oficial para compartir mate con un feligrés, que vive modestamente, que lava y besa los pies a doce presos, etcétera) ha hecho viejo a un presidente de 52 años. Los gestos de aquel llegan más que los espectaculares discursos de este. Sus formas han dado la vuelta necesaria al fondo. En materia de comunicación política, Jorge Mario Bergoglio está haciendo, sin más, “lo que Dios manda”. 

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JULIO CÉSAR HERRERO es profesor universitario. Decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Camilo José Cela, combina su actividad docente y de investigación con el ejercicio del periodismo. Escribe una columna semanal y es analista en TVE. Especialista en marketing político, ha asesorado a numerosos políticos latinoamericanos y publicado varios libros y artículos científicos sobre esa materia.

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