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José G. G. G. Moreno de Alba
Cultura | Este País | Eduardo Casar | 01.01.2014 | 1 Comentario

A mí el doctor Moreno no me dio clases de Español Superior Dos. Me las daba un profesor muy famoso que no sabía explicar bien y que además siempre estaba enojado y se oponía a que hubiera dos carreras, una de licenciado en lingüística y otra de licenciado en letras, actitud que defienden hasta la fecha solo los lingüistas, y se entiende, porque si no se les quitaría el lado ameno, cálido, lúdico y afectivo de sus estudios universitarios. A lo mejor nos comprendemos luego, como dice el bolero.

Yo conocí al doctor Moreno cuando fue nombrado director de la Facultad y él, a su vez, nombró a Gonzalo Celorio en Extensión Académica, quien, consecuente con la cadena, extendió su bonhomía para encargarme del boletín interno.

Gonzalo y yo estuvimos toda una noche, palabra, buscándole un nombre original al proyectado boletín. Después de varias cubas y de entrar y salir juntos de la Soledad Bravo y de Willie Colón, un extraño rayo de luz medio plateado y medio anaranjado nos iluminó de pronto:

–¿Y por qué no que se llame Noema?

–¡Claro! Claro, como en “apenas él le amalaba el noema a ella se le agolpaba el clémiso”, del capítulo 68 de Julito Cortázar.

–¡Fíjate! Además hasta a los filósofos les va a gustar aunque ellos crean que se refiera a la fenomenología de Husserl…

 

Y llegamos al otro día a la oficina del doctor, muy oriundos, muy orgullosos, bañados, rasurados, champuseados…

El doctor recibió la propuesta, se detuvo el mentón de modo reflexivo, indicativo del adverbio de modo en que estaba sopensando el asunto, y por fin dijo con un gesto sinceramente entusiasmado:

–¿Por qué no mejor le ponemos: Boletín de la Facultad de Filosofía y Letras?

Perla Krauze4

Y así quedó. Eso sí, con su sección final, llamada “Rinconete” en donde se exploraban rincones o momentos de la Fac, como aquel sobre el salón de exámenes profesionales, donde se parangonaba al sagrado recinto con una sala de partos, afuera de la cual los familiares angustiados esperan al secretario del jurado, quien salía sudoroso después de intenso debate y era interrogado:

–¿Qué fue?, ¿qué fue?

–Fue licenciado.

 

La fotografía que ilustraba ese Rinconete fue tomada por Laura, quien trabajaba en la fototeca de la Torre de Humanidades con Cecilia y su sonrisa deslumbradora: en la foto aparece sobre la mesa del sustentante un cuerpo humano cubierto con una sábana: ese cadáver era yo.

Cuento estas anécdotas para decir que durante la gestión del doctor Moreno había una gran permisibilidad para restarle seriedad a una Facultad que, excepto por los de arte dramático, los geógrafos y los pedagogos, es de plano muy solemne.

El doctor Moreno tenía un gesto muy severo, un semblante adusto, intimidante a veces; sin embargo, poseía un verdadero sentido del humor. No como el sentido del humor que adquieren milagrosamente todos los que fallecen, aunque en vida hayan sido unos agresivos amargados, sino un sentido del humor real, fuerte y fácil. Traía un lago adentro, un sistema circulatorio de gran liquidez.

Muchos recién fallecidos en realidad no amaban la vida y no disfrutaban nada, vivían por inercia, por obediencia a la ley de gravedad cuando se combina con el plano inclinado. No es el caso del doctor Moreno, que combinaba admirablemente la disciplina y el rigor, la claridad y la pulcritud, con un enorme y ensanchado sentido del humor; como si dentro de su clásica proporción de Popocatépetl contuviera todo el despliegue barroco de un Iztaccíhuatl.

Tanto me gustaba la personalidad del doctor Moreno que la usé como modelo, como cauce, como no te salgas de ahí, como silueta espiritual, a la hora de escribir un guión de cine y configurar al personaje que interpretaba César Évora, quien sin saberlo actuaba y parlamentaba como el doctor Moreno. Lo que es del César Évora, es de él; lo que es de dos, de dos.

El doctor Moreno era generoso. Me consta. A mí, que me conocía poco y que tengo fama de que me robo las plumas Bic, me prestó su departamentito en Acapulco para que lleváramos a las niñas. Claro que cuando llegué no había ni una sola pluma Bic.

Hay que leer sus Minucias del lenguaje para ver esa flexibilidad interna, exhibida en el plano intelectual. Examina el asunto del que se trate y ofrece su punto de vista; sugiere caminos pero no los decreta. No era deíctico: ni elevando el índice para pontificar, ni golpeando con él sobre la mesa para decir porque lo digo yo.

José Guadalupe Moreno de Alba. Qué nombre tan cromático y contrastado. Yo estaba oyendo “La fiesta”, de Serrat, cuando supe que se había morido, porque en su caso no se dice muerto.

Bendita fiesta en la que nos encontramos. Váyase usted, doctor, quédese aquí toda su gran sabiduría que dura y dura y suavemente durará hasta que el planeta mismo se decline al lugar en donde usted comienza a dar sus nuevas clases, otra vez por asignatura.

Ya nos estamos riendo de cualquier rienda que se nos va ocurriendo, regrese y dígales en voz alta unas pocas minucias que le conjuguen al lenguaje todos sus rasgos pertinentes impertinentemente.

Yo estoy muy orgulloso y muy contento de que me haya tocado compartir este periodo en el que he estado vivo con muchos de mis contemporáneos, a quienes admiro, pero ya solamente con el doctor Moreno y con otros cuatro que diré en su momento, hubiera sido suficiente. ~

________

EDUARDO CASAR (Ciudad de México, 1952) ha publicado poesía: Noción de travesía (Mester, 1981), Caserías (UNAM, 1993), Habitado por dioses personales (Conaculta/Calamus, 2006) y Vibradores a 500 metros (Parentalia ediciones, 2013), entre otros; un libro de cuentos para niños en colaboración con Alma Velasco: Las aventuras de Buscoso Busquiento (Conaculta/Grijalbo, 1994); una novela: Amaneceres del Husar (Alfaguara, 1996); y el guión cinematográfico de Gertrudis Bocanegra (filmada en 1991 y dirigida por Ernesto Medina). Casar es profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y la Escuela de Escritores de la SOGEM. Es, además, conductor en el programa La dichosa palabra de Canal 22.

Una respuesta para “José G. G. G. Moreno de Alba
  1. Ariel Ruiz dice:

    ¿»Muy oriundos» o «muy orondos»?

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