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Cultura | Este País | Mirador | Laura González Flores | 01.04.2014 | 0 Comentarios

Mirador

Sin título (de la serie 37º), Bela Limenes, 2011.

 

Vacaciones. De modo inevitable, las fotografías de Bela Limenes hacen pensar en un tiempo fuera en el que sustituimos el trajín cotidiano por el sol y el agua. Sea en una playa de arenas finas y palmeras danzantes, en un cenote calcáreo y profundo o en una piscina de un multitudinario balneario en el centro del país, la intención es la misma: contrarrestar el desgaste físico y psíquico producido por el trabajo y las preocupaciones del diario mediante golpes de placer.

¿Pero cómo llegamos a ese placer? En sus fotografías, Limenes ilustra varias rutas al goce, entre ellas, tumbarse en el sol, saltar en el agua —o simplemente dejarse flotar en ella—, deslizarse por un tobogán, quedarse inmóvil ante el paisaje. Sus imágenes comprueban que, en ese tiempo de vacaciones en que aparentemente no hacemos nada, en realidad estamos haciendo algo bastante difícil: intentar sostenernos en un tiempo y un espacio liminal. El límite puede ser el del mar, en la playa, el borde de la alberca o la superficie del agua. Puede estar marcado por una palmera, una toalla, un flotador o unos goggles. O, incluso, por la mínima y sutil o colorida y chillona tela de nuestro traje de baño. El caso es que estamos, en las vacaciones, ante algún tipo de umbral: el de la luz y la sombra, el agua y el aire, la piel y la tierra, el que implica el cristal del visor subacuático.

Ser vacacionista es toda una tarea: no es fácil sostenernos en esos espacios liminales retratados por Limenes. Necesitamos volvernos todo color, todo mar, todo aire, todo agua, durante un instante. Y ser plenamente eso (color, mar, aire, agua) durante un instante, esa mínima fracción de segundo que Limenes logró detener con su cámara de plástico, para vaciarnos de lo cotidiano.

¿Por qué color? Porque enfrascados en nuestras tareas cotidianas, preocupados por su resultado, tendemos a reducir la experiencia a blanco y negro. Nos olvidamos que, previo a nuestras mortificaciones, el mundo tenía color, textura, temperatura: cualidades del entorno a nuestro alrededor que llegamos a dar por sentadas. Con sus fotografías, Limenes nos recuerda que ahí están para nosotros. Muy claramente en las vacaciones, pero también en el tiempo antes y después de ellas.

Piénsese en el color y la fotografía: llegamos a identificar el medio fotográfico con el blanco y negro porque, durante sus primeros cien años de existencia, la fotografía no pudo lograr técnicamente otra cosa. Pero el mundo siempre fue en color, como escribió el inventor del medio Nicéforo Niépce a su sobrino: “Nos falta el color”. Y qué difícil fue, para los fotógrafos, incorporar el concepto de color una vez inventado: no por nada, muchos fotógrafos continúan componiendo sus imágenes en blanco y negro. De ahí, también, el valor de Limenes de atreverse a dar un paso hacia adelante en su proyecto fotográfico y empezar a trabajar en color. Los cuerpos en movimiento, a los que nos tenía acostumbrados, dejan tras de sí una estela de manchas coloridas.

¿Por qué la cualidad borrosa? Una respuesta sencilla sería la de asociar lo movido, lo borroso, con la cámara de plástico utilizada por Limenes: un aparato de construcción sencilla, hecho para obturar a una sola velocidad (o según el tiempo que el usuario sostenga el obturador) y que todavía utiliza película. Dado que es prácticamente imposible que el fotógrafo que utiliza estas cámaras ajuste el tiempo de obturación al movimiento delante de él, es común que las fotografías acaben resultando borrosas. Y justamente así son las imágenes de Limenes, borrosas. Sin embargo, en su caso, no nos molesta ese aparente defecto. ¿Por qué?

La primera respuesta se asocia con la cualidad plástica derivada de lo borroso: convertidas en un tejido múltiple de puntos coloridos, las fotografías de Limenes nos recuerdan la propuesta del impresionismo. Una escuela pictórica en la que el tiempo parece volverse una condición material, como en Limenes: las formas se funden unas con otras devolviendo una visión del mundo como unidad. Como saben todos los miopes, a veces la falta de detalle es, incluso, algo tranquilizador. El mundo se ve más uniforme, más homogéneo, unas cosas partícipes de las propiedades de las cosas vecinas.

Otra respuesta la encontramos en el sentido mismo de la vaguedad, otra cualidad asociada al umbral. Derivada del latín vacare, “vagar” es simplemente “estar vacío”, tener tiempo, estar ocioso. Que nuestra primera asociación del vago sea un mendigo errante dice mucho del valor negativo del ocio en nuestra cultura: simplemente no sabemos estar sin hacer nada. En lugar de descansar “haciendo adobes” hoy encendemos la televisión después de trabajar o bebemos para relajarnos y llegar a ese límite de “estar vacíos”. En la cultura contemporánea, ver —o verse— borroso, indefinido, es algo casi impensable: de ahí la necesidad, casi abusiva, de tratamientos y terapias.

¿No sería más fácil aceptar, como los italianos, que el no hacer nada —il dolce far niente— no solo es parte de nuestra vida diaria, sino que incluso tiene una cualidad dulce? ¿O que, dicho en portugués, el devagar es simplemente ir más lento?

Si alguna lección nos dejan estas fotografías de Limenes es esa: que una parte fundamental de nuestra vida es dejarse ir, muy lentamente, y sin dirección aparente, hacia lo que siempre ha estado ahí, la tierra, el agua, el aire, el sol. Apoyar la cabeza en la arena y quedarse dormido o flotar en el agua, “haciendo el muertito”, son actividades tan serias y significativas como aquellas otras en las que aparentamos estar definidos en nuestra vida cotidiana.

Buscar el color y la cualidad borrosa del tiempo es la tarea que nos deja pendiente Bela Limenes: encontrar la verdadera vacación. Un tiempo de goce tan breve —pero tan pleno y tan real— como aquel de sus fotografías. ~

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