Los primeros días de diciembre, México estará en la mira de todos los medios de comunicación del mundo. En Cancún, que goza de un clima benévolo durante el invierno, decenas de representantes de diversos países se reunirán para discutir qué debemos hacer los habitantes del planeta para evitar el calentamiento de la Tierra, un fenómeno que ha puesto en ebullición a todos los científicos del mundo durante los últimos años.
Foto tomada de Flickr/Amigos Terra Brasil/CreativeCommons
Si no hacemos nada, dicen los que saben, los hielos de los glaciares se derretirán, los mares subirán de nivel y varios puertos desaparecerán, entre muchas otras calamidades.
Por eso, a pesar de las corrientes que creen que en el calentamiento global la mano del hombre no está metida, los gobiernos se han reunido en varias ocasiones para tratar de resolver el asunto. La más célebre fue la de Kyoto, Japón, donde se establecieron ciertas cuotas para que cada país redujera sus emisiones de gases de efecto invernadero de acuerdo a su contribución en la atmósfera. Pero más allá de los acuerdos en el papel, han sido muy pocos los avances.
En la última reunión sobre el tema, que se realizó en Copenhague hace casi un año, los resultados fueron decepcionantes. Los países acordaron que se requieren fuertes reducciones de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero para por lo menos mantener el aumento de la temperatura mundial por debajo de los 2º C, y se propusieron tomar medidas para cumplir este objetivo sobre las bases de la ciencia y la equidad. El acuerdo sostiene que todas las naciones tienen que cooperar para lograr que las emisiones mundiales y nacionales dejen de aumentar lo antes posible, tomando en cuenta que el plazo para ello será más largo en el caso de los países en desarrollo, ya que el crecimiento económico y la erradicación de la pobreza son las prioridades esenciales de esos países, y que para lograr el progreso sostenido es indispensable una estrategia de desarrollo con bajas emisiones.
¿Qué quiere decir ese discurso? En esencia, que al tratar los temas que incumben a toda la humanidad el mundo se ha dividido nuevamente en hemisferios norte y sur, en países ricos y países pobres; que en cada arena se enfrentan hasta el cansancio viejos rivales, y que en las negociaciones nadie quiere dar su brazo a torcer.
Para los países ricos, los costos de reducir las emisiones serían altísimos. Para los pobres, primero está salir de la pobreza.
Ahora es el turno de México, donde se celebra una reunión de muy alto nivel, conocida en el mundo de las siglas como la cop16/cmp6.
La cop16/cmp6 es la decimosexta edición de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, y la sexta Conferencia de las Partes actuando como Reunión de las Partes del Protocolo de Kyoto. Las partes son todos aquellos Estados nacionales que firmaron y ratificaron esos dos tratados internacionales y que por ello están obligados a observar y cumplir su contenido en materia de cooperación internacional en contra del cambio climático. La Convención Marco cuenta con 194 Estados Parte y su Protocolo de Kyoto con 184. En su calidad de órgano supremo de las reuniones, la Conferencia de las Partes tiene como mandato adoptar las decisiones necesarias para promover la aplicación eficaz de los acuerdos.
El nombre cop hace referencia en inglés a las reuniones de las partes de numerosos tratados internacionales (Conference of the Parties). Sin embargo, por la relevancia del tema dentro de la agenda internacional, el nombre cop ahora se relaciona directamente con el cambio climático. Estas conferencias se celebran anualmente entre los meses de noviembre y diciembre, pero el resto del año sus miembros no se mantienen de brazos cruzados. A lo largo del año, los participantes llevan a cabo un cúmulo de discusiones y sesiones de trabajo preparatorias en diferentes lugares.
La Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático contempla dos categorías generales de participantes: los Estados Parte y los Observadores. Estos últimos se dividen en Organizaciones Intergubernamentales y Organizaciones No Gubernamentales, las cuales deben registrarse y acreditarse ante el Secretariado de la Convención para poder participar en las conferencias. Únicamente los representantes de organizaciones admitidas pueden asistir a las sesiones de los órganos de la Convención en calidad de observadores.
Por otra parte, están los opositores a la reunión. En los últimos años, han proliferado. En el mismo Cancún surgió un grupo de artistas gráficos que se han organizado para elaborar carteles contra el evento. A su entender, la Cumbre está dirigida por las empresas que se han dedicado a la destrucción del medio ambiente. Dicen: “En la decimosexta Cumbre de las Partes de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático se pretende avanzar en un esquema mercantil para el manejo del medio ambiente, que agudizará el cambio climático. Miles de personas se movilizarán para protestar contra estos esquemas y denunciar los desastres políticos, sociales y ambientales que ya está provocando esta visión de mercantilización de la Madre Tierra”.
En México, hace algunos meses se reunió un grupo de investigadores para intercambiar ideas sobre el tema del cambio climático y la importancia de la reunión de Cancún. Julia Carabias y Enrique Provencio elaboraron la relatoría del encuentro, donde se destacan varias ideas:
1. La reunión no es un punto terminal de las negociaciones sino que forma parte de un proceso que se prolongará varios años, aun cuando sabemos de la urgencia y la necesidad de establecer nuevos compromisos que vayan más allá de los enunciados en el Protocolo de Kyoto.
2. Es preciso rescatar el compromiso internacional —que en años anteriores se venía formalizando— de que los diferentes países hagan un aporte concreto a la mitigación de emisiones de gases de efecto invernadero para tratar de estabilizar en alrededor de 450 partes por millón las emisiones de co2, lo cual equivaldría a asumir un incremento de alrededor de dos grados centígrados en las temperaturas mundiales. Este compromiso se vuelve más apremiante ante la renuencia de la mayoría de los países a establecerse cuotas de emisiones.
3. Estas reuniones deben desarrollarse con un sentido de responsabilidad global, que tiene que coincidir con un interés nacional. En este caso consiste en la oportunidad de consolidar la agenda mexicana de cambio climático.
4. La reunión puede servir para impulsar líneas colaterales de interés nacional, como el fortalecimiento legislativo en el tema de cambio climático, la educación y la participación social en medio ambiente.
5. Las reuniones no son cuadriláteros donde se enfrenten los países del hemisferio sur con los del norte. El tema del cambio climático compete a todos los países, tanto los de economías desarrolladas como los de economías en desarrollo, por lo que, bajo el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas, es necesario el involucramiento de todas las naciones en el instrumento multilateral que significa el Protocolo de Kyoto. Por ello, las negociaciones deben realizarse en el seno de las Naciones Unidas, espacio en el que todos los países —desde los que más emisiones generan hasta los que más sufrirán de las consecuencias del calentamiento global— estén por igual representados.
Otra voz más que autorizada, la de Mario Molina, Premio Nobel de Química, afirmó igualmente que en la Conferencia de la onu sobre Cambio Climático de Cancún no se resolverán de forma definitiva los problemas en torno al calentamiento global; sin embargo, la reunión sentará las bases para lograr acuerdos en el futuro para reducir las emisiones de dióxido de carbono y establecer los mecanismos para su financiamiento.
En una exposición sobre el cambio climático, el científico aseguró que México debe aumentar la protección de áreas verdes, las cuales absorben una cantidad importante de dióxido de carbono. Añadió que también se debe revisar el problema del congestionamiento de automóviles, y dar al transporte público mejores condiciones para que cada vez más ciudadanos prefieran su uso.
Siempre certero, Molina habló de activos y pasivos. Señaló que gracias a los programas implementados, en la Ciudad de México se ha reducido notablemente la contaminación en el aire en comparación a los años noventa, pero que esas medidas no bastan. Dijo que es un deber nacional impulsar la ley de cambio climático todavía no aprobada en el país, y reorientar el destino del gasto público. No es posible, señaló, destinar menos del 1% del Producto Interno Bruto a la ciencia y a la investigación.
Si las políticas mundiales no cambian, los efectos económicos serán devastadores, pues el costo de enfrentar las consecuencias más graves del cambio climático ascendería a más de 15% del pib mundial, en tanto que, de atenderse a tiempo, significaría menos del 2 por ciento.
Pero lo peor no es eso. El Nobel enfatizó que, de no detenerse la destrucción ambiental, la recuperación del planeta tardará miles de años. “Podría acabarse con uno de los pulmones más importantes del mundo, como es la zona del Amazonas. Además del derretimiento del Ártico, que puede cambiar la circulación de las corrientes marinas, lo que podría traer consecuencias devastadoras para una importante fracción del planeta”.
Esperemos que la cop17 dé un paso más largo.