Conocí a Rogelio Salmona hace sesenta años,
en 1948, en el taller de Le Corbusier en París.
Nos reunía el entusiasmo brutal que provocaban
en nosotros sus ideas y sus obras. Yo permanecí
un poco menos de dos años; él se
quedó nueve, con algunas interrupciones. Lo
recuerdo charlador, discutía con cualquier
motivo (lo menciono porque el ambiente del
taller era todo lo contrario: silencio).
Cuarenta años después, en los noventa, nos
volvimos a encontrar en Bogotá, en el tumultuoso
evento del Encuentro de Dos Mundos, con la ciudad
en tinieblas —había apagones varias veces al día. Y, como si
no hubiera pasado el tiempo, restablecimos el diálogo: dos
días de charla constante y visitas a sus obras. Tuvimos otros
encuentros en México, en Oaxaca; lo escuché en la conferencia
que dio en la Facultad de Arquitectura de la UNAM,
cuando recibió la medalla “Manuel Tolsá” —que yo le impuse.
Allí nos repitió algo que le gustaba decir: que la arquitectura
es re-creación. “Ello implica un conocimiento de la
arquitectura para poder hacer arquitectura (el arte nace de
arte)… La arquitectura —decía— es una cultura continua
cuyo conocimiento se ha ido transmitiendo en el curso de la
historia.” Y así era su arquitectura —nos dice el crítico Miquel
Adrià—: fresca e ilustrada, creación donde el material
y el proceso constructivo eran tan
importantes como la relación con la
ciudad o el asoleamiento. En sus
obras está implícita la sensibilidad de
Aalto, la geometría de Kahn, al agua
de la Alhambra, lo mejor de Stirling
y la soltura de Erskine, junto a la memoria
de fortificaciones y patios cartageneros.
La arquitectura es un arte de cuatro
dimensiones: sólo la comprendemos
en el tiempo, el tiempo que
transcurre al recorrerla. Eso lo sabía
muy bien Rogelio Salmona. William
Curtis —el historiador de la arquitectura
moderna más abierto y certero—
me confesaba la emoción que le produjo
la visita a la Casa de Huéspedes
Ilustres en Cartagena, y me señalaba
la organización, la secuencia, de patios
y niveles entrelazados y entretejidos
con la vegetación tropical y la
vieja fortaleza, los patios atravesados
por canales de agua y la secuencia
que recorría el edificio se orquestaban
mediante ritmos de luz y sombra.
Yo diría que se trata de la re-creación
—la recreación poética— del Paseo
Arquitectónico de su viejo maestro
Le Corbusier (ignoro si esta cita le
hubiera gustado a Rogelio), el paseo
arquitectónico que revela la organización
y la secuencia del espacio. Salmona
siempre se refería a la poesía, a
la emoción poética, como meta de la
creación arquitectónica.
Como en los talleres medievales,
Rogelio trabajaba en mancuerna con
el ingeniero, constructor y calculista
Francisco de Valdenebro, creador y
diseñador de sus estructuras.
* Texto leído en la inauguración del Fondo de Cultura
Económica en Bogotá, el 30 de enero de 2008.
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