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Yo no soy Lucía, soy la otra, la que no tiene
nombre, y se pregunta todos los días qué de-
monios hace aquí, dentro de un cuerpo daña-
do y una mente que poco a poco se va desba-
ratando. Yo soy la que se da cuenta de que se
aproxima el desastre. Soy la otra, la que no
tiene rostro, la que se subió por error a la nave
de los locos.
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Primera sesión.
Cuando entré en el consultorio del doctor busqué
un diván. No había. Necesitaba ver un diván. Me sen-
tí, idiotamente, estafada.
Doctor, ¿por qué no tiene un diván?
¿Disculpa?
Lo que oyó, el diván de los locos.
Se rió.
Ah, eso, es que no es necesario.
Silencio.
Dime, ¿cuál es el problema?
Pensé que lo mejor era ir directo al punto.
¿Ve mi mano?, dije, estirándola frente a mí.
Sí.
¿Qué le parece mi mano?
Desconcertado: una bonita mano.
¿Pero qué más?
No entiendo.
¿Cómo me va a ayudar si no sabe qué decir de mi
mano?
Es que no sé qué quieres que vea.
¿No nota algo extraño?
No…
En la manera en que se alargan los dedos y la piel
se ajusta a ellos.
Es como cualquier mano.
¿Cómo la suya?
Físicamente diferente, pero una mano como cual-
quier otra.
¿Cree que soy real, doctor?
¿Real?, ¿en qué sentido?
¿Soy una persona de carne y hueso?
Sí, por supuesto.
¿Qué está anotando en esa libreta?
Observaciones. ¿Por qué dudas de que seas real?
Por mi mano.
¿Qué tiene tu mano?
Vuelvo a extenderla hacia él.
No veo nada extraño.
Mírela bien.
La estoy viendo bien y me pare-
ce normal.
¿Cómo puede juzgar tan fácil-
mente que es normal?
La pregunta sería, ¿por qué crees
que no es normal si tiene todas las
características de una mano?
Porque con sólo ver los dedos y
la manera en que se unen a la pal-
ma me dice a gritos que no es real.
Permíteme hacerte una pregun-
ta, ¿sufres de alucinaciones?
No. ¿Y si hago este movimiento,
entiende lo que le quiero decir?
Empecé a abrir y cerrar la mano.
No. Sigue siendo una mano nor-
mal.
Está bien.
¿Y su mano, le parece normal?
Claro, es una mano común y co-
rriente.
No, doctor, su mano es espeluz-
nante.
¿Desde cuándo te sucede
esto?
Hace años.
¿Por qué nunca buscaste
ayuda?
Porque todos tendrían que
ser mancos.
No, Lucía. Hay métodos
para hacer que todo vuelva a
la normalidad.
Sí, todo volverá a la norma-
lidad, pero eso no quiere de-
cir que desaparezca el proble-
ma. Usted me dará una receta
y yo voy a saber que todo si-
gue igual que siempre, sólo
que bajo la capa de efectos
secundarios de las pastillas.
Salí de la sesión media hora
después. Oliverio me espera-
ba afuera del consultorio; me
recibió optimista. Preguntó
que cómo me había ido. Le
hace falta un diván, dije.
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Soy una persona vacía, aunque me parece
que ya lo había dicho. No tengo nada qué
decirle a nadie. Cuando converso con al-
guien no se me ocurre qué decir porque
cualquier cosa sale sobrando. ¿De qué se
puede hablar con otra persona? Algo de ver-
dad importante. Nada. Sólo se puede hablar
del clima y de uno mismo. Pero callar tam-
bién es de filósofos, de incomprendidos, de
santos, yyo no soy nada de eso. Por eso
siempre me debato conmigo misma, me so-
meto, me obligo, me niego, me contradigo,
me digo, aunque no quieras esto hay que ha-
cer, esto hay que decir cuando estés entre la
gente, esto hay que comentar cuando te pre-
gunten por tu vida o por tu salud.
Sé lo que debe hacerse, aunque no me gus-
te. Nunca mencionar ciertas palabras. Jamás
quedarse con la mirada perdida ni callar de-
masiado tiempo. Rodearme de normalidad
para detener el empuje del delirio. Ser como
los demás para evitar pensar en el horror que
se aproxima. Construir con todo ello una in-
genua trampa para tratar de engañar a la
mente por un tiempo. ~
• Narradora, Claudia Reina (Nogales, 1980) es
autora de Esto no es una pipa, Paranoias y La
luz al final(Instituto Sonorense de Cultura,
2008), con los cuales ganó el Concurso del
Libro Sonorense 2007 en las categorías de
novela, cuento y dramaturgia, respectivamente.
Realizó estudios de Literatura Hispánica en la
Universidad de Sonora.
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