9 de septiembre de 1985
Cruel destino que arrojas mi vida a otras rutas que no son de mí. Hoy me encuentro entre gente perdida que ha olvidado que debo salir.
En mi cabeza retumbaba la canción del Disco morado de los Botellos. “Heavy Metro”: no había otra que describiera mejor mi trayecto a la prepa, del centro hasta el sur. Como cada jueves, la clase era de 7:00 y, para no perder la costumbre, ahí estábamos Eugenio y yo, recostados en los jardines, con nuestros pantalones de mezclilla rotos y con el pelo largo —la greña—, echando humo.
Recordábamos un reventón, días atrás, en Rockotitlán, nuevo lugar que habían fundado los de Botellita de Jerez y que prometía convertirse en el mero sitio del aliviane, después del Tianguis del Chopo. Ahí nos habían rolado el Morado, y habíamos escuchado a otras bandas, como Las Insólitas Imágenes de Aurora o Real de Catorce. Era el nuevo rock mexicano, la música del futuro.
De pronto todo se sacudió. “¡Ay, cabrón! ¿Sentiste eso?”, exclamé a Eugenio. Como que la tierra se había movido, y mucho. “Seguro era el efecto de la mota”, dijo él. Luego vimos que la banda se estaba moviendo, todo el mundo se salía de los salones, así que fuimos a ver qué onda: había temblado, y grueso.
Camino a casa vi una ciudad hecha añicos. Entre más me acercaba al corazón de la urbe, mayores eran los cerros de escombros. Pero al llegar a casa, fue mi corazón el que se despedazó.
7 de julio de 1988
Yo quiero brincar planetas, hasta ver uno vacío; y quiero irme a vivir, pero que sea contigo. Viento, amárranos; tiempo, detente muchos años.
De inmediato quise huir como lo hacían los Caifanes en esa rola de “Viento”, que no dejaba de dar vueltas en mi cabeza desde la tocada, hacía ya unas semanas, en La Última Carcajada de la Cumbancha. Y es que era el colmo: increíble que le hubieran dado un porcentaje tan ínfimo, el fraude era evidente a leguas. Era la primera vez que votaba y me salían con eso. Jamás cambiaría. Me recosté en el sillón y pensé que el tiempo debía haberse detenido años atrás. Antes de que congelaran la Revolución, de que asesinaran a los amigos de nuestros padres. Antes de que el desgraciado temblor se hubiera llevado a mi padre, a mis hermanos y hasta a Rockdrigo.
Lo malo es que nos habían agarrado de vacaciones, pero había que movilizarnos; lo del CEU tenía poco, y seguíamos enardecidos. De volada, había que juntar a los de la Maldita Vecindad, a los Psicotrópicos, las Plastipuchas y los Tacubos; ya había funcionado en las marchas anteriores, las bandas en vivo ayudaban a generar conciencia. Y es que cuando odias a alguien porque ha estado matando, engañando y corrompiendo por décadas, realmente quieres concientizar.
2 de enero de 1994
Difícil es caminar en un extraño lugar en donde el hambre se ve como un gran circo en acción; en las calles no hay telón, así que puedes mirar como rico espectador: te invito a nuestra ciudad.
Pues no habría telón y todos lo veíamos, pero al parecer alguna cortina invisible había como para que nadie protestara sinceramente por ello, o como para filtrar el dolor de la miseria. En las calles había faquires, payasos y tragafuegos en extrema pobreza, y ya a nadie parecía afligir esto.
Tarareaba esa canción, “Un gran circo” de Maldita Vecindad, mientras iba a mi flamante trabajo en la Delegación: “Se buscan politólogos”, decía la solicitud. Nunca pensé que para acomodar archivos sin pasarles los ojos a los textos, en su mayoría demandas ciudadanas, hacía falta ser politólogo.
De pronto, alcancé a ver en un periódico: “Sublevación en Chiapas”. Por mi educación como politólogo, antes de pensar en el hecho del levantamiento en armas busqué las mil explicaciones de manipulación tras el movimiento. Pero al leer las palabras rebeldes que se recogían de la radio local, la piel se me enchinó y, por momentos, quise estar ahí. El telón invisible ahora sí parecía haberse levantado.
Y de qué manera: en un año de elecciones presidenciales una sublevación y dos fuertes asesinatos políticos; ingredientes terroríficos que reunieron a los “viejos lobos de mar universitarios”, que nos comenzamos a congregar en conciertos cada vez más masivos en Ciudad Universitaria, todos en apoyo a los sublevados y en contra de las injusticias.
6 de julio de 1997
Sólo déjanos tu vida, deja de pensar, y a los zarapastrosos indios los ángeles y el rey van a exterminar; no te asustes mi carnal, la melena no te raparán ni el walkman te van a quitar. Sólo déjanos tu vida, deja de pensar.
Sentíamos que todo el mundo habría entendido el mensaje de “La ironía se acabó” de Los de Abajo. Festejábamos con todo el mayor triunfo electoral de la izquierda en nuestro país. La Bola y Serpiente Sobre Ruedas parecían haber llegado a su clímax, la ciudad era nuestra.
Quizá mis compañeros y yo hacía tiempo que habíamos llegado al “tercer piso” y teníamos el cabello más corto que en los 80, pero llevábamos ese tatuaje, ese arete, o simplemente esa discografía que nos unía y con la que aún dábamos “cátedra” de rock a los chavos.
En el mundo del rock, en el Foro Alicia la banda parecía alocarse con un nuevo ritmo llamado ska; bebían de la tradición de la década de 1980… de la Maldita y Los de Abajo, particularmente: y ahí estábamos, todavía en la onda, todavía con la banda, vistiendo las viejas playeras estampadas; triunfadores, esperando que el veneno del poder no acabara con nosotros. Estábamos en la gloria, como héroes del rock y de la resistencia. ~
Bruno Bartra
Descargar pdf