“una broma que nos hará reír no sólo a nosotros. Que hará reír al país entero. Que transformará toda esta época en un chiste”. “La talla”, claro, tiene un origen en el ingenio del “roto” chileno, primo hermano del “pelado” mexicano y proveedor tradicional del habla que el narrador llama “cantinfleo”: la capacidad de hablar mucho sin decir nada o decir mucho sobre lo que no se habla. Es el “relajo” mexicano, que da la medida de nosotros, como la “talla” la de los chilenos.
En este sentido, Almuerzo con vampiros es una extraordinaria oferta y transfiguración del habla chilena, en la que todo se disfraza verbalmente a veces como disimulo, a veces como agresión, siempre como “talla”, broma, hilaridad, tomadura de pelo a nivel colectivo. Pololo (novio), Fome (aburrido, letárgico) y siútico (ridículo, cursi) son originales palabras chilenas que aquí se engarzan con los vocablos sexuales que van directo al órgano de la potencia masculina, convirtiéndola en “la palabra más escrita en los muros (y retretes) de Chile”: Pico (polla en España, pito en México), al grado de que en elecciones libres “el pico sería elegido como presidente de la república”.
“Dedo sin uña”, “cara de haba”; en México, “chile”: el sexo masculino se convierte en símbolo de la vida y del poder, fantasma privado de la realidad pública, como el “maestrito” arratonado y servil lo es del eminente profesor de humanidades Víctor Polli. Pocas figuras de la miseria humana se comparan, en nuestra literatura, a la de este hombrecito raquítico, Rigoletto del hampa, robachistes, adulador, servil, impotente, el “maestrito” que acaso ha usurpado la persona del “maestro” como el dictador ha usurpado la persona del “poder”.
La novela de Franz propone varios enigmas cuya solución depende —o no— de la lectura del lector. ¿Ha confundido el narrador a un esperpento grosero con un humanista “que sabía latín”? Más, ese esperpento, ¿se salva acaso gracias a su vulgaridad misma? ¿Es la ordinariez, al final de cuentas, una forma de supervivencia en una época hoy “indefensa”, en el sentido de que nadie la defiende ya, excepto quienes la usurparon?
Carlos Franz no da soluciones fáciles. No es tierno con el pasado. Tampoco lo es con un presente en el que “sólo se premian las ambiciones” y la ciudadela empresarial “se lo traga todo”. No hay que preguntar demasiado, concluye el narrador: el silencio fue el agua de esa época y “aun cuando sea un pasado miserable, es el único que tenemos”.
No revelo el final de esta hermosa y original obra. Sólo me admiro ante el gran talento literario de Franz y le auguro un gran porvenir. Su anterior novela, El desierto, demostró que es posible crear una novela trágica en un continente melodramático. Almuerzo con vampiros es un libro inclasificable porque al imitar una tradición literaria (Drácula) y una realidad política (Pinochet) da origen a formas de narrar absolutamente únicas, independientes y creativas. ~ 11 EstePaís cultura Los
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[…] “Los vampiros de Carlos Franz”, noviembre de 2008, en Este País, no. 212 “una broma que nos hará reír no sólo a nosotros. Que hará reír al país entero. Que transformará toda esta época en un chiste”. “La talla”, claro, tiene un origen en el ingenio del “roto” chileno, primo hermano del “pelado” mexicano y proveedor tradicional del habla que el narrador llama “cantinfleo”: la capacidad de hablar mucho sin decir nada o decir mucho sobre lo que no se habla. Leer más>> […]